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domingo, 19 de enero de 2014

Bang bang, You're dead.


 Bang bang, pistoletazo en la sien. Toco el agujero que me atraviesa, pero por más que me dispare no sangro.

¿Por qué coño no sangro, si no paro de abrirme la herida?
Será que en fondo, no hay herida que valga.
No hay sangre en mis venas.
Será que llegó el invierno, frío invierno que me hiela esas venas.
Pero llegó la primavera, y por más que esperaba el deshielo no llegaba.
Y aquí estaba yo, abriéndome heridas que en realidad nunca se abrían, que yo me imaginaba, que yo deseaba.
¨Que me maten¨, gritaba, ¨quiero sentir dolor¨.
Quiero sentir que estoy viva.
Aspiraba aquel humo que odiaba, que me enfermaba.
Una y otra vez, caladas sin pausa. Aspiraba y aspiraba, y si por mi fuera me hubiera tragado aquel cigarro de un trago, sin mordiscos, sin pausa.
Contaba los días, contaba las caladas.
Contaba las heridas que yo me imaginaba.
Y entonces llegó el deshielo.
Aquella mañana de otoño, aquel día sin sol.
Porque el sol también se helaba me decían.
Que si me hielo yo no hay sol que valga, hijos de puta.
Y vino él y me tocó el brazo, y ya está, con eso bastó.
Todo lo que me rodeaba se desheló.
Tanto tiempo congelada había estado que no recordaba como besar, como respirar.
Porque helada yo no respiraba, yo aspiraba mierda.
Y ahora aspiro tu boca en mi boca y no hay cigarro que valga.
La putada es que ahora no soy la única que se hiela.
Que tú te hielas conmigo.
Y que en vez de dar caladas, nos hacemos el amor.



Ya no me hace falta sentir dolor.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Palpar con mis dedos tu ausencia.

Y esos deseos irremediables de palpar con mis dedos tu ausencia. Ausencia es lo único que queda de ti. Un hueco vacío y carente de calor humano al otro lado de mi cama, un ligero olor a amor y a besos, abrazos, roces con los pies, sonrisas fugaces. Ya no queda nada más que el recuerdo de mis dedos enmarcando tu hombro firme y tu rostro aniñado, tostado de pecas. Una canción encabezada por dulces violines y finalizada con estridentes guitarras. Sólo queda el recuerdo de unas cuantas palabras bonitas y otras tantas de cariño y afecto. Ya no queda nada, y tan sólo queda un poco, pero queda algo, de nuestro amor. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Estaba loca, pero tampoco tanto.

¨ ¿Qué es el amor? ¨ se preguntaba mientras compraba una tarrina de helado Häagen-Dazs de chocolate con vainilla. Siempre había odiado la vainilla, pero aquella combinación la hacía cambiar de opinión. Ni siquiera se había molestado en peinarse, y mucho menos en quitarse las zapatillas de andar por casa y la bata color turquesa. Hoy no era su mejor día, aunque a partir de ahora tampoco lo iban a ser los demás que le seguían.
Aquella tarde de Septiembre Aqua se sentía desolada, vacía y lo único que podía llenarla era ponerse gorda a base de dulces. Ni siquiera ella sabía por qué, pero siempre que estaba nerviosa o triste necesitaba azúcar. La gente la miraba con las cejas levantadas, y algún que otro crío se reía de ella, así que se ¨enchufló¨ los cascos de mala gana a las orejas (apretándolos tanto que podría haber rozado el tímpano con ellos). Curiosamente, la canción que empezó a sonar fue ¨Wake Me Up When September Ends¨ de Green Day.
-Dichoso aparato- Le esputó al IPod, mirándolo con cara de pocos amigos. La verdad es que la daba igual que pudiera parecer una loca, con aquellos pelos rubios revueltos, los ojos hinchados y rojos, llenos de pequeñas arañas oculares.
-Que os jodan a todos- Sentenció.
Llegó hasta el final de la calle cuando la canción se acabó y subió como un rayo las escaleras hasta el segundo piso. Cerró la puerta sin ningún cuidado con un portazo sonoro y tiró las llaves encima de la mesa del recibidor. Se quedó quieta en la oscuridad de su casa esperando, tal vez, a que alguien encendiera la lamparita del salón y la sonriera de oreja a oreja con aquel brillo azulado tan especial.  Pero nadie encendió la lamparita, nadie la sonrió. Caminó arrastrando los pies (aún a oscuras) hasta llegar al sillón de dos plazas color bermellón. El sillón de dos plazas que ahora era inservible, claro. Abrió la tarrina de medio kilo de helado y cogió la cuchara sopera que ya tenía dispuesta y preparada sobre la mesa baja, que combinaba con todos aquellos estúpidos muebles modernos y ecológicos.  Estaba a punto de dar el primer bocado cuando recordó algo. Cogió el mando del DVD y le dio al play, también tenía preparado 500 Days Of Summer, esa tarde no la importaba llorar. Sólo quería sentirse identificada, por una vez, con alguien. Aunque ese alguien fuera un personaje ficticio.
Después de unas pocas horas la película termina y en cierto modo se siente mejor. Ha llorado, como es evidente, pero se ha desahogado un poquito. A veces que digan las cosas que piensas por ti reconforta de una manera extraña. La televisión se queda de color azul y ella la mira con la cabeza ladeada, como un pajarillo, rozando su hombro con sus finos mechones de pelo. El reloj está parado, ha debido de quedarse sin pilas. Igual que ella. Ni siquiera sabe por qué se siente así, si fue ella la que le echó de allí. De su casa, de su vida, de su mundo. Casi hasta de su universo. Pero solo casi.
Ya está desvariando, ya está empezando a recrearse en sus propias agonías. No la gusta ser así, no la gusta estar sola. Pero siempre que está con alguien prefiere estarlo. Dicen que a eso se le llama soledad compartida ¿O era soledad de dos?
-Qué más da- se dice -al fin y al cabo no necesito acordarme.


-Sabes dios- Dice después de mucho pensar, mirando al techo- siempre me había reído de ti. Nunca te he tomado en serio, nunca te he pedido nada porque no creo que seas real. Pero me he dado cuenta de por qué para tantas personas eres real. Dios no es nadie, Dios somos todos nosotros. Eres una parte de nosotros, una voz, el último recurso. Cuando no te queda nada, cuando estás en una situación extrema y no sabes que hacer. Ahí estás tú, escondido en un rincón de la mente cuando no tienes nada más a lo que aferrarte antes de caer. Porque todos somos ángeles avariciosos, que volamos cada vez más alto intentando rozar con la yema de los dedos eso que llaman felicidad, y después caemos, caemos todo lo volado y nos rompemos las alas. Y cuando volvemos a poder volar con nuestras plumas nuevas nos empeñamos en volver a caer, una y otra vez, así todo el resto de nuestra absurda existencia. Tú eres a quién unos le echan la culpa y lo que otros toman como razón para volver a caer – hace una pausa para coger aire – Dios, o Aqua, o quién quiera que seas – carraspea un poco mientras una lagrimilla enmarca su cara redonda – ya me he caído suficientes veces. Y ya no sé ni que digo, ni qué es lo que estoy haciendo. No quiero seguir cayendo, pero si no vuelo no podré tener ese roce momentáneo con la felicidad. Quizás algún día pueda atraparlo con las manos, y si no sigo intentándolo no lo sabré. Pero también puede que llegue un día en el que mis alas no vuelvan a crecer. Y entonces me quedaré sin nada para siempre. – Empieza a llorar, ahogando sus palabras dichas, por primera vez, en voz alta. 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Demons.

Absurdo. Complicado. Dos palabras que podían significar todo o nada. Asustada, sudorosa, con las manos aferradas a la tela del pantalón, como quién se agarra a unas malas hierbas cayendo por un barranco. Deseaba poder cortarse las manos de un tajo y parar aquel temblor que la hacía vulnerable, más pequeña de lo que ya era. En lo más profundo de su corazón deseaba encogerse, apretarse, rodearse las rodillas hasta desaparecer, pero por fuera permanecía rígida como una estatua mirando a un punto fijo que en realidad no significaba nada en absoluto. ¨Nada¨ retumbó en su cabeza ¨No eres nada¨. Aquella maldita palabra martilleaba una y otra vez, obligándola a cerrar los ojos con fuerza cada vez que notaba aquel dolor acercándose. Correr, podía correr y no parar jamás, lejos a cualquier lugar, no la importaba ¨dónde¨, si no ¨estar lejos de¨ ¿De qué? ¿De ella? ¿De ellos? ¿De la voz? Preguntas sin respuesta que se ensanchaban y se expandían en el continuo espacio de aquella vida que parecía ralentizada, como a cámara lenta o por fotogramas que ella podía ver desde una mohosa sala de proyección con un montón de palomitas rancias esparcidas por su regazo, esperando lo inevitable y sin poder hacer más que alargar la mano y toparse con lo mismo de siempre, nada. Lo ve, lo siente por sus dedos, siente ese hormigueo, puede incluso percibir el olor a ceniza en el aire.


Esta vez la sala no está vacía, está llena de gente, de personas sin rostro que no significaban nada hasta que estuvieron expuestas gratuitamente a observar su vida, sus errores, como ella los veía y no podía hacer más que gritar que no hiciera esto y aquello en vano. Se ríen, se retuercen en sus asientos, engullen las palomitas ennegrecidas mientras yo me levanto de mi asiento y las tiro contra la pantalla, tiro eso que se comen, eso que a mí me repugna, y ellos ríen cada vez  más, de la película que estoy montando para ellos fuera y dentro de la pantalla. Ya no sé qué es real y qué no, qué soy, que debería ser, que quieren que sea. Me levanto, llena de ira, con la sangre bullendo por mis venas a ritmo de tambores, de ejércitos, de rebeliones, de bombas, de gritos de guerra. No quiero ser esto, no quiero ser nada, no quiero serlo todo. Atravieso los asientos empujando a las personas que los ocupan sin cuidado, clavo las botas con fuerza. Llego a la pantalla y veo mi cara a tamaño gigante deformada, encogida en una mueca de horror que provoca más risas en la sala, que taponan mis oídos. Ya está bien. Clavo mi puño en la pantalla, con fuerza, una y otra vez sin parar ni un segundo. Jadeando, empiezo a dar también patadas en un intento de romperla, de hacerla añicos con mi cara dentro entre píxele
s disueltos. Saltan chispas y ya nadie tiene ganas de reír, ya no soy un peón más en este juego. Se me llenan de lágrimas los ojos, nublándome la vista, lloro sin vergüenza porque llorar no significa que seas vulnerable, significa que tienes algo que te importa. Grito cosas incoherentes, palabras que no tienen sentido las unas con las otras, empiezo a dar cabezazos intentando sofocar todo eso que me hierve por dentro y así, como de la nada, empiezo a vomitar. A vomitar mariposas muertas, chispas de color y luz, que se entrelazan entre el tenue cine, margaritas marchitas, pétalos secos. Y todos danzan y se entremezclan formando un torbellino de emociones y pequeñas partes de mí, que se escapan de mi boca en menos de un parpadeo.

jueves, 29 de agosto de 2013

La chica del pelo rojo.

Ella simplemente era la chica del pelo rojo. Esa chica que nunca hablaba, que se sentaba sola a ver las puestas de sol. Que caminaba arrastrando recuerdos por la playa. Nadie sabía su nombre, de donde era o a donde quería ir. Pequeña, de piel tostada y labios color carmín. Todo el que la miraba recibía una sonrisa, a veces cómplice, a veces reconfortante. Vivía de lunas y no de días. Con ojos más negros que la propia oscuridad, que no sé ve, que no existe. Algunos dicen que esta chica vivía en la vieja casa de la playa, de tablas blancas pero descascarilladas. Otros dicen que era una leyenda, alguien abstracto que caminaba para salvar vidas, echadas a perder, con sonrisas. Miraba siempre al frente, nunca atrás, nunca hacia abajo. Una vez, pero solo una vez, se bañó en el mar, ese que tanto miraba al atardecer.
Que sus cabellos rojos se perdían con el agua tintada de azules y naranjas. Que desapareció bajo las olas que irrumpían con fuerza en la arenosa playa. El ronroneo del agua se fundió con una voz melodiosa, que parecía flotar en el aire, que entraba por las orejas para adormecer al cuerpo.
No sé si esa chica alguna vez salió del agua.

Pero en todos los atardeceres esta se vuelve de color rojo y una voz dulce canta canciones de amor.

jueves, 1 de agosto de 2013

En un Apocalipsis futuro.

Escondida en una casa en ruinas. Recuerdo como cada día de mi vida pasaba delante de estos escombros para ir al instituto, y jamás hubiera pensado que tendría que esconderme aquí por la llegada del Apocalipsis. Los zombies se han apoderado del centro de la ciudad, parecían tontos, pero nos están cortando los suministros poco a poco para que no podamos sobrevivir. Hace días que no como nada que no esté envasado o en latas, creo que me voy a volver loca. No sé nada de nadie, vi como aquellos seres apestosos sorbían los sesos de mi gente querida como si fuera la sopa de los viernes en casa de mi abuela. Tengo frío, está llegando el invierno y al final me moriré, ya sea por una emboscada de sus cuerpos inertes o de hambre e hipotermia. Ya está, no hay más. Me voy a morir de la forma que sea. He llorado durante muchos días, pero ya no tiene sentido, solo sirve para perder energías. Los zombies no pueden ver, solo escuchan y huelen el olor a putrefacción, algo que les atrae como a las moscas. Intento quitar el olor a gato muerto de aquí, pero es imposible. Llevo más de veinte frascos de colonia barata. Por las noches es imposible dormir, tengo tanto miedo que no puedo cerrar los ojos ni dos segundos. Escucho cosas que me imagino, pensando que vienen a sorberme a mi también los sesos. Todo sería más fácil si no estuviera sola, pero a pesar del tiempo que llevo aquí no he encontrado ninguna señal de vida. Llega un momento en el que estoy tan desesperada que saco la pistola y la aprieto contra mi frente. Podría abandonar y dejar que me devoraran sin dolor hasta quedar resumida a un montón de vísceras. O podría luchar por la gente que quiero, por aquellos que murieron aunque no lo merecían. Tengo el dedo en el gatillo, tembloroso, esperando a que mi cerebro decida una respuesta. Abro los ojos justo cuando estoy apunto de disparar cuando, a lo lejos, veo algo que reluce. El sol está escondiéndose y los pocos rayos que quedan inciden en algo reflectante. Dejo caer la pistola y corro, corro esperando encontrarlo todo y nada. El resplandor se hace un poco más brillante a medida que me acerco, está escondido entre un montón de chatarra. Comienzo a cavar como si de verdad fuera la última cosa que hiciera cuando entre tanto hierro noto algo suave. Algo que es un brazo, que va seguido de un torso, que va seguido de un cuerpo. Y una cara. Y un chico. Un chico que parecía muerto pero que aún, a pesar de todo respira. Y en vez de salvarle yo la vida me la a salvado él a mi.

martes, 21 de mayo de 2013

La vida es sueño y los sueños, vida son.


Máscaras que cubrían nuestra piel, como corazas pintadas de un amanecer encima de la tierra reseca. El aire pesaba, se arremolinaba entre nuestras faldas de volantes y nuestros trajes de etiqueta. Olor a jazmín por todas partes, pero ninguna muestra de la blanca flor entre las ramas retorcidas que se entrelazaban en lo alto de la noche. Un piano de fondo, que se perdía con el murmullo del ulular de los búhos.

Giraba y giraba, daba miles de vueltas alrededor del rosal medio marchito, que esparcía pétalos cada vez que el filo de mi tacón rozaba los afilados pinchos. Respiraba entrecortadamente, apretada en un corsé de raso blanco y cintas cruzadas por todas partes de color negro azabache. Mi cabello sujeto con cientos de horquillas, temblando entre cabellos sueltos y a punto de estallar. Bordes difuminados, una cara tapada por una máscara Veneciana de gato altanero. Una sonrisa, unos ojos que chispean. Una mano que sujeta mi cintura, fuerte y áspera, que de calor a través de la tela hasta la punta de mis pies. Sujeto su mano enguantada temblorosa, con miedo. Él me mantiene firme, me lleva con el vaivén de la música, ni muy rápido ni muy lento. Su cara se acerca y por un instante veo luces blancas, noto como el susurro acompañado de la respiración me cosquillea en la oreja. Asiento lentamente y recupero la vista clavada en nuestros pies danzarines, que ahora flotan y se elevan en el aire. Volamos, algo que parece imposible pero real en aquel momento extraño.

¨Aquí todo es real¨

¨Aquí no hay más peleas, ni gritos, ni cosas imposibles¨

¨Aquí todo lo que quieras se hace realidad¨