La joven salió con los ojos llenos de lágrimas de su casa.
Rondaba el mes de agosto, pero ella tiritaba entre niños con polos de fresa.
Subía una cuesta que la hacía mezclar sus saladas lágrimas con el dulce sudor.
Con el dorso de la camiseta se limpió la comisura de la boca, llena de un
rastro negruzco que surcaba sus mejillas también. El sol empezaba a ocultarse
triste una vez más por no robarle un beso a la luna. Los pelos sueltos de su
moño se enroscaban como caracolas en su nuca, haciéndola cosquillas. La chica
seguía andando, andaba y andaba porque no le quedaba otra cosa que hacer. Saco nerviosa un paquete de cigarrillos que
había tomado prestado antes de salir. Con dedos temblorosos se lo metió entre
los labios resecos, encendiéndolo con una pequeña llamita de un mechero que se
encontró en una parada de autobús. Una sonrisa que agrietó aún más sus labios
enmarcó su cara al recordar como regañaba a su abuelo cuando él hacia oes con
el humo de su puro mientras ella jugaba con sus muñecas, diciéndole que fumar
era algo muy muy malo según su madre.
Los rayos del sol dieron paso a las farolas, ella cansada,
decidió sentarse en un banco de madera desnivelado porque la calle ahora iba
cuesta abajo. Probó a hacer una o como su abuelo, pero no consiguió más que una
bola deforme que se fue deshaciendo por el camino a las estrellas. Terminó de
limpiarse el rostro cuando una figura deforme avanzaba a lo lejos por el lado
contrario por el que había llegado la chica. Cerró los ojos, que ahora la escocían,
apretando fuerte por la rabia acumulada.
Así estuvo unos minutos hasta que se calmó, inhalando y
exhalando como en las clases de yoga a las que había ido gratis durante una
semana. Noto un leve picorcillo en el hombro y al abrir los ojos dio un
respingo que la hizo tirar su cigarrillo aún sin acabar. Un chico no más de
veinte años la miraba detenidamente, sentado en el lado de más arriba. Una
barra negra impedía que la inclinación de la calle le hiciera caer encima de la
chica. Ella maldijo por lo bajo y pisó su cigarro marchito en la acera con
enfado. Resopló enrojecida por la vergüenza y miró de reojo presa de la
curiosidad. Aquel extraño chico seguía mirándola con ojos fijos, de un color
casi negro. Apartó la mirada y miró al frente, aquel silencio la incomodaba
incluso más que su presencia. Su mente la obligó a mirar de nuevo, a captar
cada centímetro de piel de aquel muchacho. La farola iluminaba su piel tostada
por el sol, más propia de california que de Inglaterra. Su nariz era fina pero
redondeada en la punta, con unos labios finos y el pelo también tostado y
aclarado por el sol. Llevaba una camisa y unos pantalones de traje. Podía notar
como aquella ropa no estaba hecha para su cuerpo, no como seguramente las
camisetas de tirantes y los bañadores con estampados hawaianos. Apartó la vista
notando la clara evidencia de que había estado examinándolo de manera más
meticulosa que él. Cansada de aquella situación se atrevió a hablar.
-¿Qué demonios quieres de mí?- Dijo más brusca de lo que
pretendía. Se llevó una mano a la cara, apartando un mechón rebelde de su moño.
-Nada.- Contestó al tiempo que sonreía.-O todo.
La chica le miró perpleja sin saber que responder.
-Me estás poniendo nerviosa, para de mirarme así ¿es que no
has visto una chica en tu vida?
-He visto muchas chicas, pero como tú ninguna.
-Si intentas algo conmigo lo llevas mal. A mí no se me
conquista con cosas tan típicas.- Rezongó, cruzó los brazos sobre el pecho
mientras arqueaba una ceja.
-Me refiero a que de todas las mujeres que he pintado, que
son muchas, tu eres la que más bella me ha parecido, y eso que llevas la ropa
puesta.- Dijo al tiempo que apartaba la vista al decir esto último en una voz
algo más baja pero audible. Se llevó una mano al cuello, nervioso. Ella no pudo
evitar su cara de asombro ni sus mejillas rojas de nuevo.
-Me has dado un buen susto, me debes un cigarrillo.- Dijo
ignorando lo que había dicho.
-Vale, pero te propongo un trato.- La miró pícaro mientras
se levantaba y se colocaba en el lado contrario a la barra, cayendo a causa de
la gravedad justo al lado de la chica. Su cuerpo la oprimía contra la otra
barra del banco.
-¿Cuál?- Preguntó aguantando la respiración a medida que
acercaba su cara a la suya.
-Déjame darte un beso.-Soltó con los ojos entrecerrados.
-¡¿Qué?! ¿Y qué consigo con eso?
-Si no te gusta el beso te apartas y me das una bofetada si
quieres. Además te comprare un paquete de cigarrillos.
Se lo pensó unos segundos hasta que volvió a hablar.
-¿Y qué pasa si me gusta?- Contestó titubeando.
-Que quedaras conmigo, te invitare a cenar y posarás para
mí.
Parpadeó perpleja ante aquel atrevimiento y sin dar más
tiempo a la chica acercó su rostro al suyo. Tan rápido fue que no la dio tiempo
a cerrar los ojos cuando los labios del joven se posaban delicadamente en los suyos,
como dos pétalos de rosa. Su cerebro procesaba cada segundo, diciéndola que
debía parar. Pero su corazón latía a un ritmo inalcanzable ya y la incitaba a
quedarse, a disfrutar del momento y dejarse llevar. Cerró los ojos con menos
fuerza que antes, inundando su mente de una tranquila marea, enterrando las
manos en el cabello del chico soleado, áspero en las puntas y suave en la raíz.
Él se apartó dejándola atontada en aquel banco ladeado.
Sonrió porque había ganado la apuesta y se llevó una mano al bolsillo.
-Te llamare mañana.- Dice al tiempo que la presta un bolígrafo
azul.- No me decepciones.
Y así, sin más que decir se levanta y camina hacia la
negrura de la calle, que se va a pagando por la falta de farolas, que parpadean
a su paso como sí una corriente eléctrica surcara la piel del muchacho tostado.
La chica se queda unos segundos en el banco aún perpleja
hasta que, sin poder aguantar, rompe a reír ante aquel suceso tan extraño. Rió
un largo rato hasta que sacó otro cigarrillo del bolsillo y se lo terminó
mientras contemplaba, con una sonrisa de medio lado que no podía quitar, como
las estrellas se iban apagando poco a poco y otras nuevas volvían a nacer.