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jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Infinito?


Estaba anocheciendo, pero me limite a seguir andando por aquel sendero que tantas veces recorrí. Podía sentir el frio suelo rozando mis pies descalzos, las hojas secas y el barro que indicaba mi proximidad al pequeño riachuelo. A medida que avanzaba los arboles tenían cada vez mas ramas retorcidas, gigantes y puntiagudas, daba la impresión de que gritaban de agonía. Los búhos ululaban en las ramas mas altas, el viento soplaba levemente, pero lo bastante como para arrastrar las pocas hojas que colgaban.

Llevaba bastantes minutos andando hasta que llegué por fin al pequeño riachuelo. En aquella zona los árboles eran menos, asique me tumbe en una roca grande cerca de la cascada y me tumbé a contemplar las estrellas.

 Tan pequeñas, tan distantes. Pequeñas motas doradas, destellos que tintinean a un ritmo desigual. Entonces recordé aquel día. El día en que todo acabó.

-Una, dos, tres, cuatro, cinco…

-¿Qué haces?

-Contar estrellas.

-Son millones, nunca conseguirás acabar.

-¿Alguna vez has pensado de verdad lo que significa el infinito?

-Bueno, infinito es algo que no tiene fin ¿No?

-Sí. Las estrellas son infinitas, el espacio es infinito, los números son infinitos.

-Hay personas que dicen que su amor es infinito. Eso es imposible.

-¿Eso es lo que crees? Yo creo que sí puede ser infinito. Amar a alguien en cada vida, seria divertido.

-¿Divertido? Yo no creo en esas cosas.

-Siempre hay algo en lo que creer. Dios, la magia, los ángeles, el amor o el infinito. Son cosas que están para creer en ellas.

-¿Por qué?

-Porque siempre te aferras a algo, algo que no tiene explicación para los demás, porque, sin saber por qué, crees en ello. El impulso de darle una explicación. Siempre tenemos preguntas, pero la mayoría sin respuesta.

-¿Y tú en que crees?

-Creo que deberíamos regresar a casa, esta anocheciendo y es peligroso andar por aquí.

-No quiero volver, me gustar estar aquí, contigo.

-En casa estarás mejor.

-Prométeme que vendrás conmigo mañana.

-Te lo prometo.

Y sin saber por qué aproxime mis labios a los suyos. Fue un beso rápido, pero cálido en aquel bosque frío. Sus labios tenían aún el azúcar de las galletas. Cuando me aparté aquellos ojos verde esmeralda me miraban fijamente. No parecía enfadado, parecía abatido, cansado, triste. Casi a punto de llorar. Noté cierto destello en sus ojos, y creí que la misma galaxia se encontraba sumida en aquella mirada.

No hablamos de regreso a casa. Ni fuimos al bosque otra vez. No volvió a hablarme más.

Empecé a llorar. No por pena, me sentía humillada. No le gustaba, pero ¿era razón para que me dejara así?

Entonces algo se oyó entre los arbustos. ¿Que podía hacer?

Me bajé despacio de la roca, haciendo el menor ruido posible. Me quedé parada, atenta, escuchando lo que aquello podía ser. Alguien salió de entre los árboles. Había anochecido y no podía ver su rostro, pero a medida que se acercaba pude reconocer unos ojos verdes. Pero no eran unos ojos verdes cualquiera, eran verde esmeralda. Esos ojos que tintineaban como las estrellas. Esos ojos que me habían enamorado.

-¿Qué haces aquí?

-Eso debería decirte yo, ¿sabes que hora es?

-No, tampoco tengo intención de regresar.

-Perdóname.

Aquellas palabras se quedaron flotando en el aire. ¿Qué le perdone? Si, había dicho que le perdonase.

-Luci…

-Solo dime ¿por qué desapareciste? ¿Por qué me dejaste sola todos estos años? No lo entiendo Cam.

-Por qué te quería, pero no era el momento de…de estar juntos.

-No te inventes cosas, solo tenias que decirme que no te gustaba como algo más que tu amiga.

-Te quiero como algo más que una amiga desde que te conocí.

-No te creo.

Y sin pensárselo dos veces, Cam me agarró del brazo, atrayéndome hacia él. Puso su mano en mi cuello y me besó. No como aquel beso inocente de aquella vez. Fue un beso más cálido que aquel. Como si deseara hacerlo hace mucho tiempo. Sus labios eran igual de dulces. Me dejé llevar. Él me agarro más fuerte por al cintura, besándome más apasionadamente que antes.

domingo, 23 de diciembre de 2012

R.I.P


El cielo estaba despejado. No había nubes. Solamente una motita blanca en medio de un inmenso azul claro. Los rayos del sol me obligaban a poner la mano a modo de visera.

Ese día me había puesto un vestido color rosa palo en honor a la abuela, con los bordes en violeta, un lazo en la cintura y sin zapatos, como siempre.

No me recogí el pelo, prefería que el viento lo alborotara y jugara con él. Aquella sensación me encantaba.

Seguidamente saqué la manta y la extendí en el suelo, cubriéndola con todo tipo de frutas,panes y mermeladas.

La colina al oeste del viejo bosque de Glasgow era mi lugar favorito, donde el único ruido era el de los pequeños pajaritos que surcaban la zona o el silbido lejano del viento en épocas de otoño.

Descubrí este lugar con mi mejor amiga Alice, un día decidimos hacer una excursión por el bosque, por aquel entonces eramos unas niñas y solamente queríamos jugar, pero pasamos un largo rato en la colina, nada más verla supimos que ese iba a ser nuestro lugar secreto.

Al día siguiente hicimos una merienda, la misma manta de corazones de colores y los mismos platos de plástico.

Alice y yo empezamos a jugar con la comida, yo manchaba su nariz con mermelada de fresa y ella a la mía con la mantequilla. Acabamos tan manchadas que tuvimos que buscar un lago donde poder lavarnos la cara.

A pocos metros de la colina encontramos una especie de lagito, mas parecido a un charco grande formado por la lluvia, lo cual era imposible ya que en Glasgow nunca llovia a no ser que fuera una tormenta de verano, y estabamos en primavera.

Entonces la empujé a modo de broma.

Alice perdió el equilibrio y calló al agua.

Yo me reia estrepitosamente hasta que me di cuenta de que Alice no salía del agua.

Comencé a llamarla, preocupada, deseando que fuera una broma para devolverme el empujón.

Pero no fue así.

Alice se habia golpeado la cabeza con una roca y había muerto en el acto.

Mi mejor amiga murió por mi culpa.

-¿Alice te gusta la merienda que e preparado?

El viento removió una vez mas mi melena rubia, como si Alice estuviera ahí,conmigo.

-Lo siento.

Y sé que mis disculpas se las llevó el viento, deseando que ella, estuviera donde estuviera me escuchase.


lunes, 17 de diciembre de 2012

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El corazón me latía con fuerza. Mi mente no podía creer lo que estaba viendo. Ahí estaba él. Pero no era solo él. Una tenue luz cálida recorría su silueta, como si estuviera hecho de oro.

Me miró fijamente, quizá esperando a  que yo le dijera algo. Me quedé totalmente paralizada.

De sus omoplatos empezaron a formarse unos pequeños bultos, como si algo ahí dentro necesitara salir a la superficie y respirar aire puro. La carne empezó a desgarrarse en cuestión de segundos, a él no parecía dolerle.

Y de pronto unas plumas salieron de su espalda. Unas alas gigantes, el triple de altas que él, blancas como la nieve y con pequeños destellos dorados.

-¿Qué demon…?- Se me quebró la voz antes de poder terminar la frase.

No podía creer que el chico al que ababa era un ángel.

Se acercó lentamente, con paso firme pero con delicadeza, procurando no asustarme.

No apartó los ojos ni un segundo de mí.

-Lo siento, Adeline.

Lo sentía de verdad, pude ver la culpa reflejada en sus ojos color esmeralda.

-No tienes que sentir nada, solamente abrázame.

Se abalanzó hacia mí. Hacía meses que no sentía el contacto de su piel, y aquel abrazo hizo que todos mis sentidos se despertaran de una bofetada.

Me envolvió entre sus hermosas alas, tapando la luz del sol y sustituyéndola por la suya propia, aquel brillo que emanaba de su propia piel.

-¿Puedo…?

Él asintió con una sonrisa en los labios.

Alargué el brazo y rocé aquellas plumas.

Eran como nubes de algodón de azúcar, suaves y delicadas.

Miré su rostro detenidamente y sin darme cuenta empecé a sonreír por lo que acababa de descubrir.

Era demasiado hermoso para ser real. Pero ahí estaba, protegiéndome y cuidándome desde hacía mucho más tiempo del que yo hubiera podido imaginar.

-Gracias Alan.

Una lágrima resbaló por mi mejilla, pero no de dolor, sino de alegría.

-Te quiero, siempre te quise, desde el día en que viniste al mundo.

-Te quiero, mi ángel de la guarda.