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martes, 12 de marzo de 2013

¿Qué somos?


Quiero hablar de las personas.

Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman su cabeza al sol amarillo y frugal.

Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día lluvioso.

Las hay reconfortantes, como mares,  donde te gustaría perderte de vez en cuando y que nadie te encontrara.

Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en comparación con el cielo, este se queda pequeño.

Las hay inestables, como el color de las hojas según las estaciones.

Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la negrura, dándote luz.

Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.

Las hay locas, pero de las que aman locamente.

Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta invisible entre las nubes.

Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se riza entorno a tu cara.

Con esto me refiero a que las personas  no son un nombre, ni una altura o un peso, ni un género.

Las personas son las canciones que tiene grabadas en la cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca del mar.

Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.
 

 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cosas del destino.


Sentada en un mohoso asiento de autobús, mira por la ventana, absorta en sus pensamientos. Lleva los cascos con el máximo volumen, aislándose de todo el ruido de voces y risas que inundan el vehículo público. De vez en cuando algún bache la hace rebotar. Su asiento contiguo está ocupado por su mochila azul turquesa, llena de canciones que jamás cantará en voz alta. Las calles están vacías, la noche oscurece los callejones y la luna baña los rostros de los hombres misteriosos. Baja la vista hacia sus muñecas, aparta la tela de su abrigo y deja al descubierto pequeños cortes transversales que poco a poco se han ido curando. Baja la manga rápidamente y cierra los ojos, dejándose llevar por el movimiento continuo del autobús y la suave música. Alguien la toca el hombro y se sobresalta. Dispuesta a averiguar quién la ha interrumpido se quita los cascos y alza la vista. Se queda un momento embelesada mirando al chico que tiene delante, que la sonríe de medio lado mientras un mechón rubio le cae sobre la frente. Con una voz melodiosa la pregunta si puede sentarse a su lado. Ella asiente tímidamente, mientras aparta la mochila ruborizada. Intenta mirar hacia la ventana, pero no puede evitar mirar sus ojos verdes en el reflejo del cristal. Retuerce nerviosa los hilos sueltos de las costuras del pantalón. Sus miradas se cruzan en la ventana accidentalmente y aparta la vista, con las mejillas ardiendo. Un fuerte frenazo la hace caer hacia delante, junto a su mochila medio abierta. Sus partituras se esparcen por el suelo, ella se levanta rápidamente a recogerlas pero su compañero lo hace antes. Las recoge rápidamente y camina hacia el asiento de nuevo. Las mira durante un momento que a ella le parecen años, con sus ojos verdosos escrutando cada nota y cada palabra. Levanta la vista y sonríe, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos. Ella se retira un mechón oscuro detrás de la oreja, sonriendo tímidamente. Él la dice que su pasión también es la música y entablan una animada conversación. A cada palabra se siente más cómoda con él, le cuenta sus sueños y sus esperanzas, sus ganas de volar lejos de allí. Mira por la ventana y repara en que su parada es la siguiente. Una enorme tristeza la invade. Él lo nota y la pregunta la razón. Entonces la chica, ya sin miedos rebusca en su mochila y coge un bolígrafo. Coge el brazo del chico y apunta su número de teléfono, él se mira el brazo y sonríe, coge el bolígrafo y repite el proceso. Se levantan  cuando el autobús frena y se despiden con un abrazo. Al pisar el asfalto húmedo no puede evitar mirar hacia atrás, donde ha conocido a aquel chico maravilloso. Se miran unos segundos hasta que él acerca la boca al cristal y lo empaña con su aliento, entonces escribe algo en él que hace que a la chica le dé un vuelco al corazón. Acaricia el brazo pintado mientras recorre las calles vacías. Y es que no todos los días te dicen que hasta conocerte a ti no creían en el amor a primera vista.