Quiero hablar de las personas.
Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman
su cabeza al sol amarillo y frugal.
Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día
lluvioso.
Las hay reconfortantes, como mares, donde te gustaría perderte de vez en cuando y
que nadie te encontrara.
Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en
comparación con el cielo, este se queda pequeño.
Las hay inestables, como el color de las hojas según las
estaciones.
Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la
negrura, dándote luz.
Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira
desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.
Las hay locas, pero de las que aman locamente.
Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta
invisible entre las nubes.
Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se
riza entorno a tu cara.
Con esto me refiero a que las personas no son un nombre, ni una altura o un peso, ni
un género.
Las personas son las canciones que tiene grabadas en la
cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca
del mar.
Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.