Sentada en un mohoso asiento de autobús, mira por la
ventana, absorta en sus pensamientos. Lleva los cascos con el máximo volumen,
aislándose de todo el ruido de voces y risas que inundan el vehículo público.
De vez en cuando algún bache la hace rebotar. Su asiento contiguo está ocupado
por su mochila azul turquesa, llena de canciones que jamás cantará en voz alta.
Las calles están vacías, la noche oscurece los callejones y la luna baña los
rostros de los hombres misteriosos. Baja la vista hacia sus muñecas, aparta la
tela de su abrigo y deja al descubierto pequeños cortes transversales que poco
a poco se han ido curando. Baja la manga rápidamente y cierra los ojos,
dejándose llevar por el movimiento continuo del autobús y la suave música.
Alguien la toca el hombro y se sobresalta. Dispuesta a averiguar quién la ha
interrumpido se quita los cascos y alza la vista. Se queda un momento
embelesada mirando al chico que tiene delante, que la sonríe de medio lado
mientras un mechón rubio le cae sobre la frente. Con una voz melodiosa la
pregunta si puede sentarse a su lado. Ella asiente tímidamente, mientras aparta
la mochila ruborizada. Intenta mirar hacia la ventana, pero no puede evitar
mirar sus ojos verdes en el reflejo del cristal. Retuerce nerviosa los hilos sueltos
de las costuras del pantalón. Sus miradas se cruzan en la ventana
accidentalmente y aparta la vista, con las mejillas ardiendo. Un fuerte frenazo
la hace caer hacia delante, junto a su mochila medio abierta. Sus partituras se
esparcen por el suelo, ella se levanta rápidamente a recogerlas pero su compañero
lo hace antes. Las recoge rápidamente y camina hacia el asiento de nuevo. Las
mira durante un momento que a ella le parecen años, con sus ojos verdosos
escrutando cada nota y cada palabra. Levanta la vista y sonríe, mostrando una
hilera de perfectos dientes blancos. Ella se retira un mechón oscuro detrás de
la oreja, sonriendo tímidamente. Él la dice que su pasión también es la música
y entablan una animada conversación. A cada palabra se siente más cómoda con
él, le cuenta sus sueños y sus esperanzas, sus ganas de volar lejos de allí.
Mira por la ventana y repara en que su parada es la siguiente. Una enorme tristeza
la invade. Él lo nota y la pregunta la razón. Entonces la chica, ya sin miedos
rebusca en su mochila y coge un bolígrafo. Coge el brazo del chico y apunta su
número de teléfono, él se mira el brazo y sonríe, coge el bolígrafo y repite el
proceso. Se levantan cuando el autobús
frena y se despiden con un abrazo. Al pisar el asfalto húmedo no puede evitar
mirar hacia atrás, donde ha conocido a aquel chico maravilloso. Se miran unos
segundos hasta que él acerca la boca al cristal y lo empaña con su aliento, entonces
escribe algo en él que hace que a la chica le dé un vuelco al corazón. Acaricia
el brazo pintado mientras recorre las calles vacías. Y es que no todos los días
te dicen que hasta conocerte a ti no creían en el amor a primera vista.
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