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domingo, 3 de noviembre de 2013

Palpar con mis dedos tu ausencia.

Y esos deseos irremediables de palpar con mis dedos tu ausencia. Ausencia es lo único que queda de ti. Un hueco vacío y carente de calor humano al otro lado de mi cama, un ligero olor a amor y a besos, abrazos, roces con los pies, sonrisas fugaces. Ya no queda nada más que el recuerdo de mis dedos enmarcando tu hombro firme y tu rostro aniñado, tostado de pecas. Una canción encabezada por dulces violines y finalizada con estridentes guitarras. Sólo queda el recuerdo de unas cuantas palabras bonitas y otras tantas de cariño y afecto. Ya no queda nada, y tan sólo queda un poco, pero queda algo, de nuestro amor. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Estaba loca, pero tampoco tanto.

¨ ¿Qué es el amor? ¨ se preguntaba mientras compraba una tarrina de helado Häagen-Dazs de chocolate con vainilla. Siempre había odiado la vainilla, pero aquella combinación la hacía cambiar de opinión. Ni siquiera se había molestado en peinarse, y mucho menos en quitarse las zapatillas de andar por casa y la bata color turquesa. Hoy no era su mejor día, aunque a partir de ahora tampoco lo iban a ser los demás que le seguían.
Aquella tarde de Septiembre Aqua se sentía desolada, vacía y lo único que podía llenarla era ponerse gorda a base de dulces. Ni siquiera ella sabía por qué, pero siempre que estaba nerviosa o triste necesitaba azúcar. La gente la miraba con las cejas levantadas, y algún que otro crío se reía de ella, así que se ¨enchufló¨ los cascos de mala gana a las orejas (apretándolos tanto que podría haber rozado el tímpano con ellos). Curiosamente, la canción que empezó a sonar fue ¨Wake Me Up When September Ends¨ de Green Day.
-Dichoso aparato- Le esputó al IPod, mirándolo con cara de pocos amigos. La verdad es que la daba igual que pudiera parecer una loca, con aquellos pelos rubios revueltos, los ojos hinchados y rojos, llenos de pequeñas arañas oculares.
-Que os jodan a todos- Sentenció.
Llegó hasta el final de la calle cuando la canción se acabó y subió como un rayo las escaleras hasta el segundo piso. Cerró la puerta sin ningún cuidado con un portazo sonoro y tiró las llaves encima de la mesa del recibidor. Se quedó quieta en la oscuridad de su casa esperando, tal vez, a que alguien encendiera la lamparita del salón y la sonriera de oreja a oreja con aquel brillo azulado tan especial.  Pero nadie encendió la lamparita, nadie la sonrió. Caminó arrastrando los pies (aún a oscuras) hasta llegar al sillón de dos plazas color bermellón. El sillón de dos plazas que ahora era inservible, claro. Abrió la tarrina de medio kilo de helado y cogió la cuchara sopera que ya tenía dispuesta y preparada sobre la mesa baja, que combinaba con todos aquellos estúpidos muebles modernos y ecológicos.  Estaba a punto de dar el primer bocado cuando recordó algo. Cogió el mando del DVD y le dio al play, también tenía preparado 500 Days Of Summer, esa tarde no la importaba llorar. Sólo quería sentirse identificada, por una vez, con alguien. Aunque ese alguien fuera un personaje ficticio.
Después de unas pocas horas la película termina y en cierto modo se siente mejor. Ha llorado, como es evidente, pero se ha desahogado un poquito. A veces que digan las cosas que piensas por ti reconforta de una manera extraña. La televisión se queda de color azul y ella la mira con la cabeza ladeada, como un pajarillo, rozando su hombro con sus finos mechones de pelo. El reloj está parado, ha debido de quedarse sin pilas. Igual que ella. Ni siquiera sabe por qué se siente así, si fue ella la que le echó de allí. De su casa, de su vida, de su mundo. Casi hasta de su universo. Pero solo casi.
Ya está desvariando, ya está empezando a recrearse en sus propias agonías. No la gusta ser así, no la gusta estar sola. Pero siempre que está con alguien prefiere estarlo. Dicen que a eso se le llama soledad compartida ¿O era soledad de dos?
-Qué más da- se dice -al fin y al cabo no necesito acordarme.


-Sabes dios- Dice después de mucho pensar, mirando al techo- siempre me había reído de ti. Nunca te he tomado en serio, nunca te he pedido nada porque no creo que seas real. Pero me he dado cuenta de por qué para tantas personas eres real. Dios no es nadie, Dios somos todos nosotros. Eres una parte de nosotros, una voz, el último recurso. Cuando no te queda nada, cuando estás en una situación extrema y no sabes que hacer. Ahí estás tú, escondido en un rincón de la mente cuando no tienes nada más a lo que aferrarte antes de caer. Porque todos somos ángeles avariciosos, que volamos cada vez más alto intentando rozar con la yema de los dedos eso que llaman felicidad, y después caemos, caemos todo lo volado y nos rompemos las alas. Y cuando volvemos a poder volar con nuestras plumas nuevas nos empeñamos en volver a caer, una y otra vez, así todo el resto de nuestra absurda existencia. Tú eres a quién unos le echan la culpa y lo que otros toman como razón para volver a caer – hace una pausa para coger aire – Dios, o Aqua, o quién quiera que seas – carraspea un poco mientras una lagrimilla enmarca su cara redonda – ya me he caído suficientes veces. Y ya no sé ni que digo, ni qué es lo que estoy haciendo. No quiero seguir cayendo, pero si no vuelo no podré tener ese roce momentáneo con la felicidad. Quizás algún día pueda atraparlo con las manos, y si no sigo intentándolo no lo sabré. Pero también puede que llegue un día en el que mis alas no vuelvan a crecer. Y entonces me quedaré sin nada para siempre. – Empieza a llorar, ahogando sus palabras dichas, por primera vez, en voz alta. 

jueves, 26 de septiembre de 2013

Demons.

Absurdo. Complicado. Dos palabras que podían significar todo o nada. Asustada, sudorosa, con las manos aferradas a la tela del pantalón, como quién se agarra a unas malas hierbas cayendo por un barranco. Deseaba poder cortarse las manos de un tajo y parar aquel temblor que la hacía vulnerable, más pequeña de lo que ya era. En lo más profundo de su corazón deseaba encogerse, apretarse, rodearse las rodillas hasta desaparecer, pero por fuera permanecía rígida como una estatua mirando a un punto fijo que en realidad no significaba nada en absoluto. ¨Nada¨ retumbó en su cabeza ¨No eres nada¨. Aquella maldita palabra martilleaba una y otra vez, obligándola a cerrar los ojos con fuerza cada vez que notaba aquel dolor acercándose. Correr, podía correr y no parar jamás, lejos a cualquier lugar, no la importaba ¨dónde¨, si no ¨estar lejos de¨ ¿De qué? ¿De ella? ¿De ellos? ¿De la voz? Preguntas sin respuesta que se ensanchaban y se expandían en el continuo espacio de aquella vida que parecía ralentizada, como a cámara lenta o por fotogramas que ella podía ver desde una mohosa sala de proyección con un montón de palomitas rancias esparcidas por su regazo, esperando lo inevitable y sin poder hacer más que alargar la mano y toparse con lo mismo de siempre, nada. Lo ve, lo siente por sus dedos, siente ese hormigueo, puede incluso percibir el olor a ceniza en el aire.


Esta vez la sala no está vacía, está llena de gente, de personas sin rostro que no significaban nada hasta que estuvieron expuestas gratuitamente a observar su vida, sus errores, como ella los veía y no podía hacer más que gritar que no hiciera esto y aquello en vano. Se ríen, se retuercen en sus asientos, engullen las palomitas ennegrecidas mientras yo me levanto de mi asiento y las tiro contra la pantalla, tiro eso que se comen, eso que a mí me repugna, y ellos ríen cada vez  más, de la película que estoy montando para ellos fuera y dentro de la pantalla. Ya no sé qué es real y qué no, qué soy, que debería ser, que quieren que sea. Me levanto, llena de ira, con la sangre bullendo por mis venas a ritmo de tambores, de ejércitos, de rebeliones, de bombas, de gritos de guerra. No quiero ser esto, no quiero ser nada, no quiero serlo todo. Atravieso los asientos empujando a las personas que los ocupan sin cuidado, clavo las botas con fuerza. Llego a la pantalla y veo mi cara a tamaño gigante deformada, encogida en una mueca de horror que provoca más risas en la sala, que taponan mis oídos. Ya está bien. Clavo mi puño en la pantalla, con fuerza, una y otra vez sin parar ni un segundo. Jadeando, empiezo a dar también patadas en un intento de romperla, de hacerla añicos con mi cara dentro entre píxele
s disueltos. Saltan chispas y ya nadie tiene ganas de reír, ya no soy un peón más en este juego. Se me llenan de lágrimas los ojos, nublándome la vista, lloro sin vergüenza porque llorar no significa que seas vulnerable, significa que tienes algo que te importa. Grito cosas incoherentes, palabras que no tienen sentido las unas con las otras, empiezo a dar cabezazos intentando sofocar todo eso que me hierve por dentro y así, como de la nada, empiezo a vomitar. A vomitar mariposas muertas, chispas de color y luz, que se entrelazan entre el tenue cine, margaritas marchitas, pétalos secos. Y todos danzan y se entremezclan formando un torbellino de emociones y pequeñas partes de mí, que se escapan de mi boca en menos de un parpadeo.

jueves, 29 de agosto de 2013

La chica del pelo rojo.

Ella simplemente era la chica del pelo rojo. Esa chica que nunca hablaba, que se sentaba sola a ver las puestas de sol. Que caminaba arrastrando recuerdos por la playa. Nadie sabía su nombre, de donde era o a donde quería ir. Pequeña, de piel tostada y labios color carmín. Todo el que la miraba recibía una sonrisa, a veces cómplice, a veces reconfortante. Vivía de lunas y no de días. Con ojos más negros que la propia oscuridad, que no sé ve, que no existe. Algunos dicen que esta chica vivía en la vieja casa de la playa, de tablas blancas pero descascarilladas. Otros dicen que era una leyenda, alguien abstracto que caminaba para salvar vidas, echadas a perder, con sonrisas. Miraba siempre al frente, nunca atrás, nunca hacia abajo. Una vez, pero solo una vez, se bañó en el mar, ese que tanto miraba al atardecer.
Que sus cabellos rojos se perdían con el agua tintada de azules y naranjas. Que desapareció bajo las olas que irrumpían con fuerza en la arenosa playa. El ronroneo del agua se fundió con una voz melodiosa, que parecía flotar en el aire, que entraba por las orejas para adormecer al cuerpo.
No sé si esa chica alguna vez salió del agua.

Pero en todos los atardeceres esta se vuelve de color rojo y una voz dulce canta canciones de amor.

jueves, 1 de agosto de 2013

En un Apocalipsis futuro.

Escondida en una casa en ruinas. Recuerdo como cada día de mi vida pasaba delante de estos escombros para ir al instituto, y jamás hubiera pensado que tendría que esconderme aquí por la llegada del Apocalipsis. Los zombies se han apoderado del centro de la ciudad, parecían tontos, pero nos están cortando los suministros poco a poco para que no podamos sobrevivir. Hace días que no como nada que no esté envasado o en latas, creo que me voy a volver loca. No sé nada de nadie, vi como aquellos seres apestosos sorbían los sesos de mi gente querida como si fuera la sopa de los viernes en casa de mi abuela. Tengo frío, está llegando el invierno y al final me moriré, ya sea por una emboscada de sus cuerpos inertes o de hambre e hipotermia. Ya está, no hay más. Me voy a morir de la forma que sea. He llorado durante muchos días, pero ya no tiene sentido, solo sirve para perder energías. Los zombies no pueden ver, solo escuchan y huelen el olor a putrefacción, algo que les atrae como a las moscas. Intento quitar el olor a gato muerto de aquí, pero es imposible. Llevo más de veinte frascos de colonia barata. Por las noches es imposible dormir, tengo tanto miedo que no puedo cerrar los ojos ni dos segundos. Escucho cosas que me imagino, pensando que vienen a sorberme a mi también los sesos. Todo sería más fácil si no estuviera sola, pero a pesar del tiempo que llevo aquí no he encontrado ninguna señal de vida. Llega un momento en el que estoy tan desesperada que saco la pistola y la aprieto contra mi frente. Podría abandonar y dejar que me devoraran sin dolor hasta quedar resumida a un montón de vísceras. O podría luchar por la gente que quiero, por aquellos que murieron aunque no lo merecían. Tengo el dedo en el gatillo, tembloroso, esperando a que mi cerebro decida una respuesta. Abro los ojos justo cuando estoy apunto de disparar cuando, a lo lejos, veo algo que reluce. El sol está escondiéndose y los pocos rayos que quedan inciden en algo reflectante. Dejo caer la pistola y corro, corro esperando encontrarlo todo y nada. El resplandor se hace un poco más brillante a medida que me acerco, está escondido entre un montón de chatarra. Comienzo a cavar como si de verdad fuera la última cosa que hiciera cuando entre tanto hierro noto algo suave. Algo que es un brazo, que va seguido de un torso, que va seguido de un cuerpo. Y una cara. Y un chico. Un chico que parecía muerto pero que aún, a pesar de todo respira. Y en vez de salvarle yo la vida me la a salvado él a mi.

martes, 21 de mayo de 2013

La vida es sueño y los sueños, vida son.


Máscaras que cubrían nuestra piel, como corazas pintadas de un amanecer encima de la tierra reseca. El aire pesaba, se arremolinaba entre nuestras faldas de volantes y nuestros trajes de etiqueta. Olor a jazmín por todas partes, pero ninguna muestra de la blanca flor entre las ramas retorcidas que se entrelazaban en lo alto de la noche. Un piano de fondo, que se perdía con el murmullo del ulular de los búhos.

Giraba y giraba, daba miles de vueltas alrededor del rosal medio marchito, que esparcía pétalos cada vez que el filo de mi tacón rozaba los afilados pinchos. Respiraba entrecortadamente, apretada en un corsé de raso blanco y cintas cruzadas por todas partes de color negro azabache. Mi cabello sujeto con cientos de horquillas, temblando entre cabellos sueltos y a punto de estallar. Bordes difuminados, una cara tapada por una máscara Veneciana de gato altanero. Una sonrisa, unos ojos que chispean. Una mano que sujeta mi cintura, fuerte y áspera, que de calor a través de la tela hasta la punta de mis pies. Sujeto su mano enguantada temblorosa, con miedo. Él me mantiene firme, me lleva con el vaivén de la música, ni muy rápido ni muy lento. Su cara se acerca y por un instante veo luces blancas, noto como el susurro acompañado de la respiración me cosquillea en la oreja. Asiento lentamente y recupero la vista clavada en nuestros pies danzarines, que ahora flotan y se elevan en el aire. Volamos, algo que parece imposible pero real en aquel momento extraño.

¨Aquí todo es real¨

¨Aquí no hay más peleas, ni gritos, ni cosas imposibles¨

¨Aquí todo lo que quieras se hace realidad¨

domingo, 5 de mayo de 2013

El título que le quieras dar.


Gira la rueda que mueve los engranajes.

Gira la rueda contando hacia atrás.

La mía se paró hace ya, la tuya no para de girar.

Pensé que estaba estancada, Sin poder dejar de mirar

como tú seguías hacia delante,

Sin pararte ni una sola vez, ni una sola vez más.

Gira el reloj que ya no mide el tiempo

que mide la piel que recorro con mis dedos.

Que mide los besos que murieron en mis labios

y dejaron resecos y entreabiertos y marchitos.

Pedimos muchas veces de rodillas

que nos dejaran marchar

Lejos de todo, a cualquier lugar.

Pero las estrellas se apagaron entre tanta oscuridad,

porque todo lo que un día brilló

deja de brillar.

miércoles, 10 de abril de 2013

Cigarrillos de estrellas.


La joven salió con los ojos llenos de lágrimas de su casa. Rondaba el mes de agosto, pero ella tiritaba entre niños con polos de fresa. Subía una cuesta que la hacía mezclar sus saladas lágrimas con el dulce sudor. Con el dorso de la camiseta se limpió la comisura de la boca, llena de un rastro negruzco que surcaba sus mejillas también. El sol empezaba a ocultarse triste una vez más por no robarle un beso a la luna. Los pelos sueltos de su moño se enroscaban como caracolas en su nuca, haciéndola cosquillas. La chica seguía andando, andaba y andaba porque no le quedaba otra cosa que hacer.  Saco nerviosa un paquete de cigarrillos que había tomado prestado antes de salir. Con dedos temblorosos se lo metió entre los labios resecos, encendiéndolo con una pequeña llamita de un mechero que se encontró en una parada de autobús. Una sonrisa que agrietó aún más sus labios enmarcó su cara al recordar como regañaba a su abuelo cuando él hacia oes con el humo de su puro mientras ella jugaba con sus muñecas, diciéndole que fumar era algo muy muy malo según su madre.

Los rayos del sol dieron paso a las farolas, ella cansada, decidió sentarse en un banco de madera desnivelado porque la calle ahora iba cuesta abajo. Probó a hacer una o como su abuelo, pero no consiguió más que una bola deforme que se fue deshaciendo por el camino a las estrellas. Terminó de limpiarse el rostro cuando una figura deforme avanzaba a lo lejos por el lado contrario por el que había llegado la chica. Cerró los ojos, que ahora la escocían, apretando fuerte por la rabia acumulada.

Así estuvo unos minutos hasta que se calmó, inhalando y exhalando como en las clases de yoga a las que había ido gratis durante una semana. Noto un leve picorcillo en el hombro y al abrir los ojos dio un respingo que la hizo tirar su cigarrillo aún sin acabar. Un chico no más de veinte años la miraba detenidamente, sentado en el lado de más arriba. Una barra negra impedía que la inclinación de la calle le hiciera caer encima de la chica. Ella maldijo por lo bajo y pisó su cigarro marchito en la acera con enfado. Resopló enrojecida por la vergüenza y miró de reojo presa de la curiosidad. Aquel extraño chico seguía mirándola con ojos fijos, de un color casi negro. Apartó la mirada y miró al frente, aquel silencio la incomodaba incluso más que su presencia. Su mente la obligó a mirar de nuevo, a captar cada centímetro de piel de aquel muchacho. La farola iluminaba su piel tostada por el sol, más propia de california que de Inglaterra. Su nariz era fina pero redondeada en la punta, con unos labios finos y el pelo también tostado y aclarado por el sol. Llevaba una camisa y unos pantalones de traje. Podía notar como aquella ropa no estaba hecha para su cuerpo, no como seguramente las camisetas de tirantes y los bañadores con estampados hawaianos. Apartó la vista notando la clara evidencia de que había estado examinándolo de manera más meticulosa que él. Cansada de aquella situación se atrevió a hablar.

-¿Qué demonios quieres de mí?- Dijo más brusca de lo que pretendía. Se llevó una mano a la cara, apartando un mechón rebelde de su moño.

-Nada.- Contestó al tiempo que sonreía.-O todo.

La chica le miró perpleja sin saber que responder.

-Me estás poniendo nerviosa, para de mirarme así ¿es que no has visto una chica en tu vida?

-He visto muchas chicas, pero como tú ninguna.

-Si intentas algo conmigo lo llevas mal. A mí no se me conquista con cosas tan típicas.- Rezongó, cruzó los brazos sobre el pecho mientras arqueaba una ceja.

-Me refiero a que de todas las mujeres que he pintado, que son muchas, tu eres la que más bella me ha parecido, y eso que llevas la ropa puesta.- Dijo al tiempo que apartaba la vista al decir esto último en una voz algo más baja pero audible. Se llevó una mano al cuello, nervioso. Ella no pudo evitar su cara de asombro ni sus mejillas rojas de nuevo.

-Me has dado un buen susto, me debes un cigarrillo.- Dijo ignorando lo que había dicho.

-Vale, pero te propongo un trato.- La miró pícaro mientras se levantaba y se colocaba en el lado contrario a la barra, cayendo a causa de la gravedad justo al lado de la chica. Su cuerpo la oprimía contra la otra barra del banco.

-¿Cuál?- Preguntó aguantando la respiración a medida que acercaba su cara a la suya.

-Déjame darte un beso.-Soltó con los ojos entrecerrados.

-¡¿Qué?! ¿Y qué consigo con eso?

-Si no te gusta el beso te apartas y me das una bofetada si quieres. Además te comprare un paquete de cigarrillos.

Se lo pensó unos segundos hasta que volvió a hablar.

-¿Y qué pasa si me gusta?- Contestó titubeando.

-Que quedaras conmigo, te invitare a cenar y posarás para mí.

Parpadeó perpleja ante aquel atrevimiento y sin dar más tiempo a la chica acercó su rostro al suyo. Tan rápido fue que no la dio tiempo a cerrar los ojos cuando los labios del joven se posaban delicadamente en los suyos, como dos pétalos de rosa. Su cerebro procesaba cada segundo, diciéndola que debía parar. Pero su corazón latía a un ritmo inalcanzable ya y la incitaba a quedarse, a disfrutar del momento y dejarse llevar. Cerró los ojos con menos fuerza que antes, inundando su mente de una tranquila marea, enterrando las manos en el cabello del chico soleado, áspero en las puntas y suave en la raíz.

Él se apartó dejándola atontada en aquel banco ladeado. Sonrió porque había ganado la apuesta y se llevó una mano al bolsillo.

-Te llamare mañana.- Dice al tiempo que la presta un bolígrafo azul.- No me decepciones.

Y así, sin más que decir se levanta y camina hacia la negrura de la calle, que se va a pagando por la falta de farolas, que parpadean a su paso como sí una corriente eléctrica surcara la piel del muchacho tostado.

La chica se queda unos segundos en el banco aún perpleja hasta que, sin poder aguantar, rompe a reír ante aquel suceso tan extraño. Rió un largo rato hasta que sacó otro cigarrillo del bolsillo y se lo terminó mientras contemplaba, con una sonrisa de medio lado que no podía quitar, como las estrellas se iban apagando poco a poco y otras nuevas volvían a nacer.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Qué somos?


Quiero hablar de las personas.

Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman su cabeza al sol amarillo y frugal.

Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día lluvioso.

Las hay reconfortantes, como mares,  donde te gustaría perderte de vez en cuando y que nadie te encontrara.

Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en comparación con el cielo, este se queda pequeño.

Las hay inestables, como el color de las hojas según las estaciones.

Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la negrura, dándote luz.

Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.

Las hay locas, pero de las que aman locamente.

Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta invisible entre las nubes.

Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se riza entorno a tu cara.

Con esto me refiero a que las personas  no son un nombre, ni una altura o un peso, ni un género.

Las personas son las canciones que tiene grabadas en la cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca del mar.

Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.
 

 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cosas del destino.


Sentada en un mohoso asiento de autobús, mira por la ventana, absorta en sus pensamientos. Lleva los cascos con el máximo volumen, aislándose de todo el ruido de voces y risas que inundan el vehículo público. De vez en cuando algún bache la hace rebotar. Su asiento contiguo está ocupado por su mochila azul turquesa, llena de canciones que jamás cantará en voz alta. Las calles están vacías, la noche oscurece los callejones y la luna baña los rostros de los hombres misteriosos. Baja la vista hacia sus muñecas, aparta la tela de su abrigo y deja al descubierto pequeños cortes transversales que poco a poco se han ido curando. Baja la manga rápidamente y cierra los ojos, dejándose llevar por el movimiento continuo del autobús y la suave música. Alguien la toca el hombro y se sobresalta. Dispuesta a averiguar quién la ha interrumpido se quita los cascos y alza la vista. Se queda un momento embelesada mirando al chico que tiene delante, que la sonríe de medio lado mientras un mechón rubio le cae sobre la frente. Con una voz melodiosa la pregunta si puede sentarse a su lado. Ella asiente tímidamente, mientras aparta la mochila ruborizada. Intenta mirar hacia la ventana, pero no puede evitar mirar sus ojos verdes en el reflejo del cristal. Retuerce nerviosa los hilos sueltos de las costuras del pantalón. Sus miradas se cruzan en la ventana accidentalmente y aparta la vista, con las mejillas ardiendo. Un fuerte frenazo la hace caer hacia delante, junto a su mochila medio abierta. Sus partituras se esparcen por el suelo, ella se levanta rápidamente a recogerlas pero su compañero lo hace antes. Las recoge rápidamente y camina hacia el asiento de nuevo. Las mira durante un momento que a ella le parecen años, con sus ojos verdosos escrutando cada nota y cada palabra. Levanta la vista y sonríe, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos. Ella se retira un mechón oscuro detrás de la oreja, sonriendo tímidamente. Él la dice que su pasión también es la música y entablan una animada conversación. A cada palabra se siente más cómoda con él, le cuenta sus sueños y sus esperanzas, sus ganas de volar lejos de allí. Mira por la ventana y repara en que su parada es la siguiente. Una enorme tristeza la invade. Él lo nota y la pregunta la razón. Entonces la chica, ya sin miedos rebusca en su mochila y coge un bolígrafo. Coge el brazo del chico y apunta su número de teléfono, él se mira el brazo y sonríe, coge el bolígrafo y repite el proceso. Se levantan  cuando el autobús frena y se despiden con un abrazo. Al pisar el asfalto húmedo no puede evitar mirar hacia atrás, donde ha conocido a aquel chico maravilloso. Se miran unos segundos hasta que él acerca la boca al cristal y lo empaña con su aliento, entonces escribe algo en él que hace que a la chica le dé un vuelco al corazón. Acaricia el brazo pintado mientras recorre las calles vacías. Y es que no todos los días te dicen que hasta conocerte a ti no creían en el amor a primera vista.

martes, 26 de febrero de 2013

Mi mundo.


No es un lugar como los demás. Aquí el cielo es de colores según el día, por él revolotean bandadas de flamencos de plumas rosadas en el atardecer, cuervos negros con picos largos y afilados o sinsajos que silban en verano una dulce melodía. En una de las muchas ciudades el agua cubre la mayoría del espacio, excepto en una pequeña región antes llamada Central Park. Se hace llamar Mistyc City, donde la luz en la noche procede de farolas echas con magia de seres místicos, humanos con poderes sobrenaturales, capaces de curar heridas o viajar en el tiempo. Otra ciudad se divide en facciones: Verdad (los sinceros), Abnegación (los altruistas), Osadía (los valientes), Cordialidad (los pacíficos) y Erudición (los inteligentes). No conocen el mundo más allá de las vallas que recubren la zona, el gobierno se empeñó en mantenerlos ajenos al exterior  hace décadas. La región de Panem celebra unos juegos cada año a causa de una revelión, llamados Los Juegos del Hambre, donde doce chicos y chicas de diferentes distritos de la región combaten a muerte por ser el único ganador. En este mundo existen los seres mágicos. Los hijos de la noche, también conocidos como vampiros, merodean en la noche en busca de sangre fresca. Dicen que hay una academia llamada Medianoche, que los acoge y enseña a controlar su sed de sangre o a integrarse en el mundo moderno .Los lobos patrullan los frondosos bosques de pinos altos y puntiagudos hasta el verano, cuando se transforman y recuperan su forma humana antes de haber sido mordidos. Existen Hadas gobernadas por la mortífera reina Sheile, una mujer despiadada que se aprovecha del sentimiento humano. También hay ángeles caídos, que se esconden entre las callejuelas de las ruidosas ciudades, intentado olvidar el pasado y mirando al futuro. Magos y brujos hay montones, dicen que son los que mejores fiestas hacen, pero cuidado: si no te das cuenta pueden transformarte en una rata con algún mejunje del ponche. Las brujas son más reservadas, viven en las afueras en viejas casas de madera, donde preparan sus conjuros de sangre e invocan almas que merodean por la tierra. Si hay una tormenta es que están enfadadas. Cerca del bosque hay un gran lago, dicen que el ángel Raziel convirtió al primer cazador de sombras allí, dándole de beber en la copa mortal su sangre a un humano. Los cazadores de sombras son seres medio humanos medio fantásticos, que dibujan runas en su cuerpo para conseguir habilidades y así poder atrapar a todo ser de las profundidades que se atreva a irrumpir en la superficie. Alguna vez he visto fantasmas merodeando, la primera vez me asusté mucho, empiezas a sentir un frío que te cala los huesos, los cristales se empañan e incluso las paredes se congelan. Conocí a una chica que había muerto atragantada por un osito de gominola, otra murió porque su supuesta mejor amiga la traicionó y la tiró desde el vagón de una atracción (Sí, suena escabroso). A parte de todo esto también hay otra región que época gente visita, una niña entró una vez y nunca más salió. Lo llaman El País De Las Maravillas. A mí me parece un lugar más mágico que ninguno, allí hay setas gigantes, puedes tomar el té en el no cumpleaños del sombrerero loco, jugar al criquet con la reina de corazones o que un gusano morado gigante te dé un buen consejo. Dicen que hay inmortales, pero yo nunca he visto a ninguno, quizás no lo sepa porque son igual que todo el mundo, salvo que pueden viajar a Wonderland cuando quieran (un sitio entre el cielo y la tierra donde todo lo que quieras se puede hacer realidad), hacer aparecer en el plano terrestre lo que les apetezca y conseguir no envejecer nunca. Nunca he sabido si creer en el cielo y el infierno o no. Dicen que cuando naces ya estás destinado a un lugar u otro, que al morir un representante del lado correspondiente te recoge. Si vas al infierno tu fecha de muerte se graba en alguna parte de tu cuerpo y estás obligado a entrenarte en la lucha sin fin con el cielo. Un mito cuenta que a que poseen sangre de los dos lados, tanto cielo como infierno, les crecen alas del color de su alma: desde rojas, pasando por violetas, rubíes o azabaches. No me gusta mucho pensar en ello, al fin y al cabo yo voy a  seguir estando aquí, en mi ciudad. Donde el sol brilla amarillo y frugal. Donde se respira a limpio; donde las terrazas están llenas de rosas rojas, el color del amor eterno; donde la gente encuentra el material del que están hechos sus sueños; donde el agua irrumpe en la arena de la playa, acariciando tus pies cansados, curándote; donde en lo alto de la colina hay una casa vieja misteriosa, que chirria y da golpes con la puerta como si aún hubiera vida en ella; donde el internado más importante del mundo enseña a los alumnos a prepararse para llevar todo un planeta; donde el destino está escrito con tonta invisible entre las nubes y las estrellas; donde a veces encuentras cuadernos de un libro escondidos entre la corteza de un árbol; donde gente con enfermedades encuentra la esperanza donde no la había antes. Este lugar es mi mundo. Este mundo lo he creado yo, recogiendo pedacito a pedacito de lo que me rodea, de lo que me hace sentir viva. Porque a veces necesitas un buen golpe para sentir algo entre tanta oscuridad.
 

domingo, 24 de febrero de 2013

Al natural.


A veces me miro al espejo y me asusto. Ver mi reflejo demacrado y consumido me da ganas de romperlo, hasta que se convierta en polvo brillante como la purpurina. Hay chicas que se maquillan mucho, yo soy de las partidarias de ¨mejor sé tú misma¨. No digo que esté mal maquillarse de vez en cuando, para ocasiones especiales. Solamente digo que tarde o temprano tú novio te verá en una calurosa mañana de verano después haberte hecho el amor y descubrirá tu cara real debajo de tanta mierda. Me lo imagino llamando a la policía porque no sabe quién eres y me dan ganas de reír. Una mujer es guapa sin maquillar, y aún más maquillada. Yo me maquillo porque nunca he sido una persona segura de su aspecto, pero mi madre siempre me dice que soy más bonita sin tanto rímel. ¿Y el coñazo que es tener que pasarte una toallita por la cara a la una de la mañana, porque si no lo haces se te mete en los ojos y al día siguiente pareces una drogadicta con problemas de alcoholismo? A mí me da tanta pereza que hay veces que prefiero la segunda opción, llámame vaga.

jueves, 21 de febrero de 2013

Dulce lluvia.


Miraba absorta el haz de luz que se colaba entre la fina cortina de la ventana. La luz anaranjada proyectaba una línea hasta el otro lado de la habitación, hasta ser interrumpida por mi mano. Era cálida a pesar de ser finales de febrero, notaba un calorcillo agradable sobre mis frías y delicadas manos de pianista. Minúsculas motitas de polvo se retorcían en torno al foco luminoso, bailando y girando a su antojo. Noté de pronto un fuerte dolor en la espalda, llevaba tirada en el suelo con la columna apoyada en la pared descascarillada hacía horas, absorta en mis pensamientos. Miro al techo mientras cruzo las piernas, es tan blanco como la nieve, tan nuevo e intacto que no concuerda con la habitación. Hay varios muebles entre estas cuatro paredes, pero para mí está completamente vacío.

No sé porque me siento tan sola a veces. Puedo parecer egoísta, lo sé. Pero es que hay momentos en los que necesito alguien que me abrace, y es en esos momentos cuando no hay nadie ahí. Qué diablos, momentos en los que no estás tú. A veces eres frío conmigo y eso me duele. Me siento estúpida, insegura, que todo ha sido una broma y no me quieres en verdad. Pero cuando me miras y me sonríes las cosas cambian. Así de simple. Así de simple es cambiar mi vida en un segundo. Que me mires y me sonrías de tal forma que me siento bella, querida, que importo, que merece la pena sonreírme.

Me levanto y camino hacia la ventana. Ahora pequeñas chispitas caen, giro la manilla y abro  la ventana chirriante. Cierro los ojos e inspiro profundamente aquel olor atierra mojada, flores y canela. Algunas gotitas se estampan contra mi cuerpo, refrescándolo. Poco a poco los finos cabellos que me rozan la cara se rizan en torno a ella. Pongo un pie en la repisa, está más fría que el suelo de mármol al contacto con mis pies. Una ráfaga de aire levanta y agita un poco la falda de mi vestido rosa. Salto con los ojos cerrados hacia el suelo y me resbalo con el barro entre los arbustos. Noto como la masa fangosa se cuela entre mis dedos del pie, haciéndome cosquillas. Estoy llena de barro, pero no me importa. Me incorporo con cuidado y dejo que la lluvia, ahora más fuerte, empape mi cuerpo. Siento la tela pegarse a mi piel, como de mi pelo caen gotas de agua hasta mi espalda. Saco la lengua y dejo que algunas gotitas se cuelen por mi boca. Está dulce.  Sonrío para mí y hecho a andar hacia alguna parte.

jueves, 14 de febrero de 2013

San Mandarín.


Me apetece dormir contigo. No me refiero a hacer el amor. Simplemente acurrucarme a tu lado entre las mantas, enterrar la cara en el hueco de tu cuello, rodearte la cintura con mis brazos, juguetear con tus fríos pies. Respirar tu aroma y que se quede grabado en mi memoria, para cuando te vallas y me dejes sola ¿Es que acaso pido demasiado? Tengo mono de tu persona, de tu cuerpo, de tus fobias, de tus latidos, de tus caricias. Sentir en mi nuca tu respiración lenta y pausada, retorcer entre mis dedos tus cortos mechones de pelo. De besitos de mariposa. Será el aire, será que hoy es el día de los enamorados, no sé qué será que te echo de menos. Y puedo parecer obsesionada, pero es que soy adicta a tus labios. Y me pregunto qué harás sin mí en este día de febrero. Será que hoy la tarde está más roja, será que hoy las galletas me saben a pocas, no sé qué será que hoy te quiero tanto.
 

domingo, 10 de febrero de 2013

Alegría > Nervios


Da golpecitos con el pie a un ritmo desigual. Está nerviosa, nota como sus pulmones la obligan a coger aire de más, para contrarrestar el ritmo frenético al que va la sangre por sus venas. Nota esa presión en la tripa, como si tuviera algo ahí ronroneando. No es la primera vez que lo experimenta, pero sí es la más fuerte. La sala está abarrotada de chicas esbeltas ataviadas en moños bien sujetos con horquillas. Ella lleva un mallot negro, por eso la miran, es la única en la sala que no va de blanco. Notar todas las miradas puestas en ella la pone más nerviosa, la sudan las palmas de las manos, pero no va a echarse atrás. Repasa mentalmente los pasos una y otra vez, dando vueltas por la sala. Una chica aún sin vestir la pregunta la hora. La chica, de ojos azules, la da las gracias y se marcha a los vestuarios. Nota como le tiemblan las manos ligeramente, se concentra en agarrar las zapatillas para que no se la note tanto que está nerviosa. Sabe que la coreografía no está lo suficientemente ensayada, cree que no va a salir bien. Un grupo de chicas la miran de reojo mientras conversan, la de la derecha susurra algo y las demás ríen mientras la miran. Ella sale andando más deprisa de lo que quería hacia la sala de ensayo. Contempla su reflejo en el espejo: lleva el pelo rojizo recogido en un moño alto, al igual que todas las otras chicas, los ojos ahumados, un poco de colorete rosado y los labios rojo carmín. Sonríe forzadamente al espejo. La canción que sonaba acaba y da paso a los aplausos y silbidos del público entusiasmado. Una mujer rubia algo mayor la pide que se coloque en la parte trasera del escenario, al lado de la caja de salida. Cierra los ojos intentando calmarse, pero tiene el corazón tan acelerado que puede escuchar cada latido como si fuera un tambor. Por megafonía anuncia su nombre una voz masculina algo áspera. Cuenta los cinco segundos que al quedan mientras mira al techo, sabe que no tiene más opción que salir. Comienza a andar lentamente hasta que sale al escenario. Los focos antes apagados se encienden, cegándola durante unos instantes. El teatro está abarrotado de gente, desde niños a ancianos, todos con rostros desconocidos para ella. Respira hondo y la música empieza a sonar, tragándose todos sus miedos. Mueve un pie, luego el otro. Gira unas cuantas veces, abre bien los brazos con delicados movimientos. No sabe si lo está haciendo bien pero, pasados unos minutos, se olvida por completo de que está bailando delante de miles de personas. Para ella es un baile más en su habitación. Se imagina descalza encima de la alfombra con la cadena de música al máximo. El momento se prolonga, se extiende, ella en aquel lugar elevado es feliz, porque se siente a gusto. Bailar para ella es vivir, para ella es una forma más de olvidarse del mundo. La gente la aplaude y al vitorea, incluso la lanzan unas cuantas rosas. Termina la coreografía y se agacha a recogerlas, exhausta. Sonríe de oreja a oreja mientras agita la mano despidiéndose de aquellas personas que la han dado tanto con tan poco. Sale corriendo hacia la salida, aún con las gotas de sudor cayéndole por la frente. Se deshace el moño y se echa el abrigo abotonado encima. Cuando sale al exterior pequeñas motitas blancas recubren el cielo grisáceo de Madrid, ella se tira en la nieve y comienza hacer ángeles, feliz, riendo. Porque hoy a sido un día especial que jamás va a olvidar.

jueves, 7 de febrero de 2013

La llama que te consume.

Una chispita que se enciende. Que al principio tilila en medio de la oscuridad a descompás, al ritmo de un golpe frenético. Un dos, un dos. La chispita se hace un poquito más grande y nota un calorcito agradable, que te reconforta. El calor se hace más grande, deshelando todo lo que se encuentra a su alrededor, dando luz a todos los rincones del pequeño espacio. La chispita se ha convertido en una llama. Una llama que empieza a quemar las paredes. Que está ennegreciendo y llenando de humo toda la estancia antes oscura. La llama se extiende, se propaga, la mecha se ha prendido y empieza la cuenta atrás. Dobla su tamaño y aquel calor ahora te abrasa, haciéndote cada vez más daño. Las paredes se funden a su alrededor y con ellas todo lo que la frenética llama encuentra, sin ningún reparo. A ti te hace chillar, te abrasa, te ahoga. Sientes que vas a explotar de un momento a otro, sientes que ahora lo que tienes ahí, es dinamita, es explosivo.
Al final la chispa se convirtió en llama, y la llama en fuego, y el fuego en dinamita.
Al final mi aprecio se convirtió en un querer, y el querer en amar, y el amar en desear.
Al final mi corazón se consumió por la chispita inocente y cálida.

martes, 5 de febrero de 2013

Diario de una adolescente suicida.


Te alejaste por donde habías venido sin mirar ni un momento atrás. Esperé. Esperé a que te giraras y me abrazaras. Pero me quedé ahí hasta que llegó la noche. Me senté en el asfalto desgastado por las ruedas de los coches. Me arrebujé en mi abrigo de paño. Pedí al cielo estrellado que volvieras. El impacto de verte alejarte de mí sin poder hacer nada me había dejado helada. Mi mano que había descansado en tu mejilla aún tenía tu calor. El viento removía mi pelo.  Un rayo calló a unos metros de mí. Como si Zeus me estuviera avisando de que no ibas a volver, de que regresara a mi casa. Pero yo, la verdad, ya no tenía ningún sitio al que llamar hogar. Abrí la boca con intención de gritar tu nombre, pero también perdí la voz. La neblina me impedía ver más allá de aquel estúpido camino que nos separaba.

 No soy más que una cría. Una cría sin sueños, sin esperanzas.  Una chica que nunca fue como los demás. No por el hecho de que ahora mismo esté aquí, sentada en el asfalto de una carretera al fin del mundo esperando algo que ni yo sé. Diferente porque yo no quiero ser el tipo de chica que le gusta a todo el mundo, porque es algo que odio. Supongo que es por eso que ya no tengo a donde ir. En mi mundo tú eras el pilar que lo sustentaba. Sé que mis historias dan la impresión de que me gusta recrearme en mi propia mierda, pero seamos realistas, estoy aquí con un frío del carajo, la nariz como un tomate y  lagrimones congelados antes de poder salir a tomar el aire.  Solas las estrellas y yo. Todo muy poético. Que las estrellas sean las que están ahí en las noches, cuando todo el subconsciente cobra vida. Que la luna te siga en tus viajes de verano, que te dé luz cuando se supone que tendría que haber oscuridad.

Me ha dado por esperar en esta maldita carretera.

Espero que algo pase pronto o cogeré la gripe o algo.

lunes, 4 de febrero de 2013

Efecto hermético.


Suelo soñar despierta, suelo perderme por mi subconsciente.  Me suelen mirar raro por ello, pero estoy acostumbrada. Es parte de mí. Evadirme a otra realidad es mucho mejor que tener que escuchar las gilipolleces de la gente. Prefiero soñar despierta a vivir en mi propia desastrosa realidad. Todo es mejor que eso.  Me coloco los cascos en las orejas y me voy de este maldito mundo, cierro los ojos y me dejo llevar por la suave voz de un buen cantante y las bonitas notas de un piano. Cojo un lápiz y plasmo en el papel lo que me ronda en la cabeza de un modo que solo yo entiendo. Me intoxico a base de olor a pintura acrílica. Dejo que mis dedos toquen firmemente la guitarra, que produzcan una lenta melodía, que deleite mis oídos. Canto lo que me gustaría gritar en voz alta. Bailo lo que me pide el cuerpo. Así es mi vida hoy en día, así de triste es el mundo.  Que la gente me habla y a mí no hacen más que pitarme los oídos. Critican por ahí, critican por allá. Todo vomitivo. Si por mí fuera que se quemase el instituto hasta los cimientos con todos ellos dentro. Me dan la misma pena que yo les doy a ellos. Algún día seré tan asquerosamente rica y trabajadora que llamaran a la puerta de mi casa para limpiarme el váter. Evidentemente solo les dejaré si lo hacen con la lengua. ¨ Yo canto para los oídos, no para los ojos¨. Con tres pares de cojones Adele. Esa mujer recibe críticas por estar rellenita por todos lados y la importa una mierda ser una gorda. Es tan sencillo como preguntarte a ti mismo que es lo que te gusta a ti. Lo gracioso es qué yo debería preguntármelo a mí, pero siempre seré un caso aparte que intenta ser perfecto cuando irónicamente la perfección no existe, pero la palabra sí. Que jodida es la vida ¿no te parece?
 

martes, 29 de enero de 2013

Duras declaraciones (de amor)


Mirabas distraída tus pies descalzos en la fría madera. Te conocía tan bien que podía saber con solo mirar el destello de tus ojos que tenías dudas. Dudas de por qué te había llevado a aquella habitación a solas.

-Tengo que hablar contigo.- Dije sin más preámbulos.

-¿De qué?- Conseguiste susurrar, a pesar del fuerte temblor que invadía tus delicadas manos, siempre firmes hasta ese momento que agarraban la tela rosada con fuerza, estrujándola. Odiaba que no fueras capaz de mirarme a los ojos.

-Mírame.

-¿Qué?- levantaste la cabeza rápidamente, encontrándote con mis ojos azules, clavados en ti, algo que te provocó un ligero mareo que hizo que dieras un traspiés.

-Yo…

-Cállate.- Dije, con un tono de voz más áspero de lo que en realidad quería ser. Nada de aquello me estaba saliendo como pretendía. Puse una mano en mi negra cabellera, alborotándola, pensando cómo demonios decir lo que quería decirte, mientras tú mirabas al suelo de nuevo.

-Si solo me has llamado para darme órdenes me voy.- Dijiste malhumorada, tenías todo el derecho a  estarlo.

-No, espera… no te he llamado solo para eso.- Conseguí decir. Giraste sobre los talones, cruzando los brazos sobre el pecho, en una actitud de espera y una ligera mueca de exasperación. No sabía cómo decirlo, no tenía ni idea y las palabras se quedaban atrancadas como hojas afiladas en mi garganta.

Clavaste los ojos en mí. Algo ahí, en mi pecho empezó a dar martillazos, avisándome de que me iba a desplomar allí mismo si no hacía nada pronto. Di un paso al frente, asustándote ligeramente, sabía que a tus ojos yo no era más que alguien con quien guardar las distancias, pero ahora en este instante, era lo que menos quería que hubiera entre nosotros.

-Dios ¿no lo entiendes?- Dije, aguantando las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos, todo mi cuerpo era inestable y tembloroso, algo ajeno a mí.

-No, no lo entiendo.

-Te quiero, joder, te quiero.- Al fin las palabras salieron, de una forma que no me gustaba, pero yo siempre seria así, impredeciblemente seco hasta para mí mismo. Tus ojos verdosos se abrieron como platos, con la boca ligeramente entreabierta.

Acerqué, esta vez sin vacilación, mi cuerpo al tuyo, y cuando nuestras caras estuvieron tan pegadas que podía rozar mi nariz con la tuya, y tu respiración me atravesaba el alma lo susurré.

-Te he querido siempre.- Y me acerqué, posando mis labios en los tuyos. Primero sentí el contacto con ellos, algo que me hizo un ligero cosquilleo en el estómago, seguido de un golpeteo fuerte y rítmico en mi caja torácica. Te bese suavemente, temiendo que fueras a apartarte de un momento a otro para darme una bofetada. Pero no lo hiciste. Me devolviste el beso. Y no sé si fue la adrenalina, la felicidad o el momento en sí, pero te atraje hacia mí por la cadera hasta que nos enredamos en la alfombra, con la que había tropezado antes de caer besándonos de una manera que llevaba soñando hacía meses. Mis manos recorrían tu delicado cuerpo, las tuyas alborotaban de forma salvaje mi pelo. Bajaste una hasta el filo de mi camiseta, sacándomela por la cabeza, dejándome con el torso desnudo. Te miré a los ojos en ese momento y no me hizo falta que dijeras nada más. Tenías las pupilas tan dilatadas que tu iris esmeralda se había perdido. Nos besamos, aún con más énfasis, yo explorando por debajo de tu vestido, recorriendo tus pantorrillas, alborotando tu larga melena cobriza. Aquello era de locos.

 Nos apartamos antes de llegar a nada más. Jadeábamos, y no pude evitar echarme a reír.

-Dios…- Dije frotándome la sien, aquello no me parecía real.

- Yo también.- Dijiste mientras te recolocabas los pantis y el pelo alborotado.- Yo también te quiero.

-Sabes, no me había dado ni cuenta.- Esta vez la que rio fuiste tú, contagiándome.

-Jodido capullo.- Dijiste entre risas y lágrimas.- Eres un completo jodido capullo.

-Pero me quieres ¿eh?

-Claro que sí.- Posaste tu mano sobre mi nuca, atrayéndome hacia ti para darme un dulce beso en los labios. Me encantaba. Me encantaba aquella sensación y sin duda, todo lo que había imaginado o soñado, ni si quiera se parecían a aquello que sentía, en ese preciso instante.

 

domingo, 27 de enero de 2013

నృత్యం.


Apreté el mando de la cadena de música. Una melodía sonaba en la radio, tan conocida que en otro momento me hubiera echado a  reír. Me quité los zapatos y los calcetines, tirándolos despreocupadamente por la alfombra. Miré mi silueta reflejada en el espejo. Suspiré y me solté el pelo de la coleta, que ahora caía salvajemente sobre mi espalda.  La canción termino y una voz dura y áspera anunció la siguiente. Sinceramente, me entraron ganas de echarme a llorar, más de impotencia que de tristeza. Deseaba tanto volver al pasado que daría mi alma al diablo. Pero la realidad era simple y dolorosa. Cerré los ojos con fuerza, reprimiendo las lágrimas que mis ojos se negaban a apartar y bailé. Bailé como no hacía en meses, en un año, para ser exactos. Y fue tan liberador como volver a nacer. Mi cuerpo se movía perfectamente sincronizado con la música, cada movimiento, cada paso, cada vuelta, aquello era más que una danza. La adrenalina recorría mis venas a presión, obligándolas a trabajar más, a llenarse de oxígeno. Yo jadeaba por el esfuerzo, e incluso notaba mis pulmones arder, pero a pesar de lo que uno puede llegar a pensar que duele aquello, a mí me hacía sentir completamente viva. No puedo explicarlo, pero siempre ha sido así. Llevo tanto tiempo muerta que esto no tiene precio. Giré sobre mis talones, alcé mis piernas, creé un arte con mis manos, brazos y piernas, algo bello e irreal. Aquello era como estar entre el cielo y la tierra.  Mi rodilla gritaba, gritaba de dolor por el esfuerzo, acostumbrada  al reposo, la delicadeza. Pero yo me negué a parar. A pesar de que sabía que en un golpe en falso iba a tener que someterme a una maldita operación, y quedarme medio inválida, me dio igual. La canción acabó y con ella mi momento de liberación. Caí al suelo, mi rodilla no me permitía retenerme en pie más tiempo. Ahí, tirada en el frio suelo de mármol de mi habitación reí. Reí mientras lloraba. Mientras todas aquellas veces que tuve que decir que no por aquella maldita parte de mi cuerpo imperfecta salían fuera, como torrentes. La vecina se debió de pensar que estaba loca, pero me puse a cantar a pleno pulmón, hipando por el sollozo, y riendo entrecortadamente.

Y me sentí más viva que en todos mis 15 años.
 

My valentine.

My valentine:

What if it rained?
We didn't care
She said that someday soon
the sun was gonna shine.
And she was right,
this love of mine,
My Valentine
As days and nights,
would pass me by
I tell myself that I was waiting for a sign
Then she appeared,
a love so fine,
My Valentine
And I will love her for life
And I will never let a day go by
without remembering the reasons why
she makes me certainthat I can fly
And so I do,without a care
I know that someday soon
the sun is gonna shine
And she'll be there
This love of mine
My Valentine
What if it rained?
We didn't care.
She said that someday soon
the sun was gonna shine
and she was right
This love of mine,
My Valentine

Paul Mccartney.


sábado, 26 de enero de 2013

La prisión sin rejas.

Sinceramente escribir aquí me parece una falta de tiempo enorme, no es que no me gusta escribir ya, es solamente que e escrito muchas cosas que me guardaba y sinceramente ni la llama de mi rabia se apaga así, ni se apagará si no escribo todo lo que me gustaría decir a alguien en concreto en vez de contármelo a mi misma sin ninguna razón aparente ya que tampoco me hace sentir mejor. Mi corazón sigue triste roto sin sentir, con un ligero movimiento que sustenta la fuerza de mi alma para que no se escape volando por mi boca hasta el cielo infinito y recubierto de motitas echas con pintura acrílica. Estoy en un momento de mi vida parecido a las olas, que rompen contra la pobre playa con toda su furia pero en realidad ellas no pueden hacer otra cosa porque, en cierto modo, solo son olas y es lo que hacen. Supongo que yo soy esa ola fría, la que rompe contra la inocente playa arenosa y caliente. Es algo así como bochornoso.
No me gusta mi vida, no me gusto yo, no me gustan los que me rodean. Es como si hubiera estado creando castillos de arena toda mi vida hasta que al crecer me e dado cuenta de que aquel castillo no es más que un montón de barro deforme. Quisiera escapar volando libre entre las nubes, respirar aire puro para variar, sin contaminación, ruido de coches y ajetreo matutino. Pero tengo miedo. Miedo de cortar mis alas con las espinas del tejado. De quedarme atrapada y ensangrentada donde nadie me pueda ayudar. Por eso me limito a mirar por mi ventana como pasa la vida mientras yo estoy ahí, encerrada, lejos de todo lo bueno. Sé que en realidad es todo parte de un decorado, y que si quiero puedo tirar abajo estas cuatro paredes y salir a un precioso prado verde, recubierto por un manto de tulipanes rojos.
Pero prefiero esperar a que alguien venga a por mí. Alguien que consiga convencerme otra vez de que yo puedo.
Buena suerte.El tiempo se acaba y las canas, las arrugas y el ser encapuchado llaman a la puerta con impaciencia. Sé la razón de porque llama antes de tiempo.Pero yo sigo esperando en mi ventana, ignorando los sonidos tormentosos de las trompetas de la muerte. Quiero creer que algún día llegará.


Limonada y otras cosas.


La vida suele darme limones. En el sentido literal de la frase, la vida me los lanza como granadas a la cara. Yo los recojo y me hago una limonada con ellos, eso sí, cuando la doña me pilla en un día bueno, si no me limito a llorar porque me escuecen los ojos del jugo. Es un tanto insoportable, a veces la da por dejarme un tiempo tranquila, haciéndome creer que ya no tendré que acumular tanta limonada hasta ahogarme en ella, pero justo entonces viene otra vez.

Supongo que ahora estarás pensando que tiene que ver los limones con las acciones aleatorias del universo, en un punto de vista poético tienen mucho que ver, pero a esto no viene el caso, lo que quiero decir es que la vida, en sí misma, es una paradoja.

Después de darte un poco el coñazo, para que te despidas con un buen sabor de boca, te pongo una frase que te de que pensar:

¿Y si la cura del cáncer estuviera en la mente de alguien que no puede pagar sus estudios?

Ahí dejo eso.

viernes, 25 de enero de 2013

El deshielo.


El tubo de escape resonó en medio del silencio. Un humillo grisáceo se esparcía por el camino recorrido con el coche, dejando así una hilera a lo lejos de nieve manchada.

El campo estaba recubierto de un espeso manto blanco que nos dificultaba la huida. ¿Huida de quién? De nadie más que de nosotros mismos.

Aferraba el volante como si mi vida dependiera de ello, apretando tanto que los nudillos estaban tan claros como la nieve. Aquel descapotable era más que un coche. Habían pasado tantas cosas hay que recordarlas me dolía demasiado. La carretera era sinuosa, subíamos  por la ladera de una montaña, tu a mi lado, yo conduciendo.

Miraba al frente, más a un punto fijo que al camino en sí, deseando terminar con aquello de una vez. Un bache hizo saltar el coche, despertándote de tu ensoñación. Refunfuñaste algo por lo bajo mientras mirabas hacia el cielo gris.

-Mira.- Susurraste señalando las nubes. Pequeñas motitas blancas caían desde arriba, como un regalo o un castigo, depende de cómo lo quisieras mirar. Recogiste las piernas contra tu pecho, acurrucándote en el asiento del copiloto. Miré por el rabillo del ojo y reparé en las lágrimas que surcaban tu perfecto rostro aniñado.

-No tienes por qué hacer esto.- Dije ahogando un sollozo.

-No puedo hacer otra cosa.- Concluiste mirándome con los ojos clavados en mí.

La nieve caía con fuerza, en circunstancias normales hubiera bajado el techo del descapotable para no manchar la tapicería, pero aquello no era ni mucho menos algo normal. Llegamos en menos de un suspiro a la cima de la colina. Desde allí se podía ver la vieja casita del guardabosque, el gran lago Lein  donde tantas veces me había zambullido, e incluso si te fijabas bien alcanzabas a ver el pequeño pueblecito donde me había criado.

El sol se ponía en esos instantes, justo mi momento del día favorito. Ni siquiera lo había planeado, asique supuse que era una señal.

Miré a mi mejor amiga, sus pecas, sus ojos saltones, su boca fina, su pelo lacio, todo en ella era delicado, como una florecilla de primavera, y yo en cambio era tan corriente como una mala hierba del campo otoñal.

Nos dimos un fuerte abrazo, yo intentado no llorar y ella hipando como cuando nos conocimos por primera vez, cuando su hermano la había roto su muñeca favorita.

-Gracias.- Dije en su oído. Ella no tuvo fuerzas ni para hablar.

Salió del coche, alejándose un poco. La miré una vez más y muy para mi sorpresa, estaba rezando. Lo gracioso era que mi mejor amiga era atea.

Giré la cabeza y cerré los ojos. Respiré una bocanada de aire antes de pisar el acelerador con todas mis fuerzas. Contuve la respiración durante tres segundos, el tiempo que tardó el coche hasta llegar al final de la colina. El vehículo salió disparado y durante dos milésimas de segundo, sentí como si volara.

Y sinceramente, fue maravilloso.

Después de eso el coche calló mientras oía un grito a lo lejos, seguramente el guardabosque enfurecido porque una adolescente se iba a suicidar en sus  narices e iba a tener que explicarse ante juicio. Antes de que todo terminara me reí, pero no una risa contenida, sino estrepitosa, como si no hubiera reído en años, que acabó en cuanto el coche se estampó contra las duras y frías rocas recubiertas de nieve, ahora rojas por la sangre.
 

Tengo mono de pintar.


Tengo mono de pintar.

Ya sabes, el aire impregnado de polvo de grafito, el olor a lápices nuevos o aguarrás, que te da ese ligero mareo instantáneo, toda esa gama de colores acrílicos dispuestos en orden alfabético y numerado, todos los pinceles dispuestos en fila...

Empuñas tu arma, la impregnas de color azul eléctrico y descargas toda tu ira a base de brochetazos en el pobre papel blanquecino.

Cuando era pequeña me pasaba horas inventando, creando personajes imaginarios, lugares irreales y mágicos a través de mi mente hasta plasmarlo en un bloc.

Ya no tengo mucho tiempo de hacer esas cosas, pero eso no significa que ya no me guste. Supongo que me he hecho mayor.

Mis dibujos se los tomaban todos a broma ¨ mira que graciosa la niña, dibujando muñequitas¨ cuando en realidad, eran muñecas diabólicas que lloraban sangre. Supongo que diez años vistiendo de Ágata Ruiz de la Prada cambian tu forma de ser hasta el punto de que odias las princesas y te encantan los bichos feos y las rosas negras.

Nos hacemos a nosotros mismos poco a poco, sin darnos cuenta dejamos de medirnos en el marco de la puerta con un lápiz o de pedirle a nuestra madre que nos ate los zapatos. Después viene lo típico, empiezas a seguir la moda porque quieres encajar en el mundo, hasta que te das cuenta de que en realidad lo que de verdad importa es ser uno mismo, aunque para ello tengas que ser un desecho social.

-d-e-s-e-c-h-o-s-o-c-i-a-l-

Palabra que muchos temen y que otros ignoran. A mí, sinceramente, ya no me da miedo.

Seguiré dibujando en mis días tristes, seguiré sentándome en un rincón de la clase a leerme un buen libro, seguiré quedándome en casa acompañada de mi guitarra y mi voz, seguiré escribiendo en este blog y seguiré siendo como soy.

Y si no te gusta es que no mereces mi compañía, y aunque no haya nadie que la merezca siempre me quedare yo misma, porque querido lector, la única persona que no se va a separar de ti eres tú mismo. Aprende a quererte para querer a los demás, y yo que de verdad creo que me he hecho mayor, empezaré a seguir mis propios consejos a partir de ahora