Da golpecitos con el pie a un
ritmo desigual. Está nerviosa, nota como sus pulmones la obligan a coger aire
de más, para contrarrestar el ritmo frenético al que va la sangre por sus
venas. Nota esa presión en la tripa, como si tuviera algo ahí ronroneando. No
es la primera vez que lo experimenta, pero sí es la más fuerte. La sala está
abarrotada de chicas esbeltas ataviadas en moños bien sujetos con horquillas. Ella
lleva un mallot negro, por eso la miran, es la única en la sala que no va de
blanco. Notar todas las miradas puestas en ella la pone más nerviosa, la sudan
las palmas de las manos, pero no va a echarse atrás. Repasa mentalmente los pasos
una y otra vez, dando vueltas por la sala. Una chica aún sin vestir la pregunta
la hora. La chica, de ojos azules, la da las gracias y se marcha a los
vestuarios. Nota como le tiemblan las manos ligeramente, se concentra en agarrar
las zapatillas para que no se la note tanto que está nerviosa. Sabe que la coreografía
no está lo suficientemente ensayada, cree que no va a salir bien. Un grupo de
chicas la miran de reojo mientras conversan, la de la derecha susurra algo y las
demás ríen mientras la miran. Ella sale andando más deprisa de lo que quería hacia
la sala de ensayo. Contempla su reflejo en el espejo: lleva el pelo rojizo
recogido en un moño alto, al igual que todas las otras chicas, los ojos ahumados,
un poco de colorete rosado y los labios rojo carmín. Sonríe forzadamente al
espejo. La canción que sonaba acaba y da paso a los aplausos y silbidos del
público entusiasmado. Una mujer rubia algo mayor la pide que se coloque en la
parte trasera del escenario, al lado de la caja de salida. Cierra los ojos
intentando calmarse, pero tiene el corazón tan acelerado que puede escuchar cada
latido como si fuera un tambor. Por megafonía anuncia su nombre una voz
masculina algo áspera. Cuenta los cinco segundos que al quedan mientras mira al
techo, sabe que no tiene más opción que salir. Comienza a andar lentamente
hasta que sale al escenario. Los focos antes apagados se encienden, cegándola
durante unos instantes. El teatro está abarrotado de gente, desde niños a
ancianos, todos con rostros desconocidos para ella. Respira hondo y la música
empieza a sonar, tragándose todos sus miedos. Mueve un pie, luego el otro. Gira
unas cuantas veces, abre bien los brazos con delicados movimientos. No sabe si
lo está haciendo bien pero, pasados unos minutos, se olvida por completo de que
está bailando delante de miles de personas. Para ella es un baile más en su
habitación. Se imagina descalza encima de la alfombra con la cadena de música
al máximo. El momento se prolonga, se extiende, ella en aquel lugar elevado es
feliz, porque se siente a gusto. Bailar para ella es vivir, para ella es una
forma más de olvidarse del mundo. La gente la aplaude y al vitorea, incluso la
lanzan unas cuantas rosas. Termina la coreografía y se agacha a recogerlas, exhausta.
Sonríe de oreja a oreja mientras agita la mano despidiéndose de aquellas
personas que la han dado tanto con tan poco. Sale corriendo hacia la salida,
aún con las gotas de sudor cayéndole por la frente. Se deshace el moño y se echa
el abrigo abotonado encima. Cuando sale al exterior pequeñas motitas blancas
recubren el cielo grisáceo de Madrid, ella se tira en la nieve y comienza hacer
ángeles, feliz, riendo. Porque hoy a sido un día especial que jamás va a
olvidar.
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