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jueves, 7 de febrero de 2013

La llama que te consume.

Una chispita que se enciende. Que al principio tilila en medio de la oscuridad a descompás, al ritmo de un golpe frenético. Un dos, un dos. La chispita se hace un poquito más grande y nota un calorcito agradable, que te reconforta. El calor se hace más grande, deshelando todo lo que se encuentra a su alrededor, dando luz a todos los rincones del pequeño espacio. La chispita se ha convertido en una llama. Una llama que empieza a quemar las paredes. Que está ennegreciendo y llenando de humo toda la estancia antes oscura. La llama se extiende, se propaga, la mecha se ha prendido y empieza la cuenta atrás. Dobla su tamaño y aquel calor ahora te abrasa, haciéndote cada vez más daño. Las paredes se funden a su alrededor y con ellas todo lo que la frenética llama encuentra, sin ningún reparo. A ti te hace chillar, te abrasa, te ahoga. Sientes que vas a explotar de un momento a otro, sientes que ahora lo que tienes ahí, es dinamita, es explosivo.
Al final la chispa se convirtió en llama, y la llama en fuego, y el fuego en dinamita.
Al final mi aprecio se convirtió en un querer, y el querer en amar, y el amar en desear.
Al final mi corazón se consumió por la chispita inocente y cálida.

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