Miraba absorta el haz de luz que se colaba entre la fina
cortina de la ventana. La luz anaranjada proyectaba una línea hasta el otro
lado de la habitación, hasta ser interrumpida por mi mano. Era cálida a pesar
de ser finales de febrero, notaba un calorcillo agradable sobre mis frías y
delicadas manos de pianista. Minúsculas motitas de polvo se retorcían en torno
al foco luminoso, bailando y girando a su antojo. Noté de pronto un fuerte
dolor en la espalda, llevaba tirada en el suelo con la columna apoyada en la
pared descascarillada hacía horas, absorta en mis pensamientos. Miro al techo
mientras cruzo las piernas, es tan blanco como la nieve, tan nuevo e intacto
que no concuerda con la habitación. Hay varios muebles entre estas cuatro
paredes, pero para mí está completamente vacío.
No sé porque me siento tan sola a veces. Puedo parecer
egoísta, lo sé. Pero es que hay momentos en los que necesito alguien que me
abrace, y es en esos momentos cuando no hay nadie ahí. Qué diablos, momentos en
los que no estás tú. A veces eres frío conmigo y eso me duele. Me siento
estúpida, insegura, que todo ha sido una broma y no me quieres en verdad. Pero
cuando me miras y me sonríes las cosas cambian. Así de simple. Así de simple es
cambiar mi vida en un segundo. Que me mires y me sonrías de tal forma que me
siento bella, querida, que importo, que merece la pena sonreírme.
Me levanto y camino hacia la ventana. Ahora pequeñas
chispitas caen, giro la manilla y abro la ventana chirriante. Cierro los ojos e
inspiro profundamente aquel olor atierra mojada, flores y canela. Algunas
gotitas se estampan contra mi cuerpo, refrescándolo. Poco a poco los finos
cabellos que me rozan la cara se rizan en torno a ella. Pongo un pie en la
repisa, está más fría que el suelo de mármol al contacto con mis pies. Una
ráfaga de aire levanta y agita un poco la falda de mi vestido rosa. Salto con
los ojos cerrados hacia el suelo y me resbalo con el barro entre los arbustos.
Noto como la masa fangosa se cuela entre mis dedos del pie, haciéndome cosquillas.
Estoy llena de barro, pero no me importa. Me incorporo con cuidado y dejo que
la lluvia, ahora más fuerte, empape mi cuerpo. Siento la tela pegarse a mi
piel, como de mi pelo caen gotas de agua hasta mi espalda. Saco la lengua y
dejo que algunas gotitas se cuelen por mi boca. Está dulce. Sonrío para mí y hecho a andar hacia alguna
parte.
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