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lunes, 15 de octubre de 2012

Confesiones 1#


Ha veces el mundo pierde su color.

Te despiertas aturdida en medio del césped. Lo que antes era tu hogar se convierte en un lugar desconocido para ti.

Recorres un viejo camino empedrado donde los yerbajos se enganchan a tus raídas medias grises. Una suave brisa fría te eriza los pelos de la nuca, pero tú sigues adelante.

Tras andar un largo trecho, donde el único paisaje que puede llegar a ver es una desolada explanada, llegas hasta lo que antes era tu casa.

Paredes que te han visto crecer. Es como si el tiempo lo hubiera envejecido todo.

Abres la puerta, tras quitar varias enredaderas que impedían el paso. No hay muebles.

La pintura de las paredes está descascarillada, amarillenta, llena de manchas debido a la humedad.

Lo que antes era el salón no es más que un cubículo si alma, sin vida.

Ni rastro de que algún ser vivo.

Subes las escaleras, algunas rotas, otras medio caídas.

Llegas a tu habitación. Primero te fijas en aquella torre eiffel que te regalaron por navidad. Está partida, dispersa por la alfombra. El armario, vacío; tu diario tirado sin ningún cuidado, con las páginas amarillentas, arrugadas, rotas; la cama, desnuda.

Entonces te fijas en una pluma mecida por el viento. Y tus ojos van a parar al espejo.

Un espejo roto.

Un espejo que te refleja a la perfección

Brazos huesudos.

Piel pálida.

Labios desquebrajados

Cortes.

Pelo canoso.

Ojeras.

Parece que e llorado. He llorado durante mucho tiempo.

Tanto que ni siquiera me di cuenta de que el mundo había perdido su color.
 

martes, 9 de octubre de 2012

Miedos.


Apoyada contra la pared de la habitación con aire despreocupado. Sé que ha veces parezco distante, y puede que sea así, me pierdo entre mis propias agonías.

Tu hacia rato que descansabas en la cama, apoyado en la almohada pero sin estar tumbado, escuchando una canción de Christina Rosenvinge.

Mis dedos tamborileaban en la pared al ritmo de la música de fondo.

Me pregunto cual sería la banda sonora de mi vida.

La luz estaba apagada, pero un suave rayo se colaba por la ventana, a través de las cortinas, manchando tu cara de pequeñas motitas brillantes.

Recorrí tu figura con la mirada, lentamente, permitiéndome reposar los ojos en los lugares que más me gustaban, como tu cuello.

Creo que levantaste ligeramente la vista, supongo que llevaba demasiado tiempo así, embobada.

-¿Qué es lo que te pasa?

No contesté.

-¿Vas a hablarme de una maldita vez?

Seguí callada, apoyada contra la pared con los ojos clavados en los suyos.

En aquellos segundos dejé de respirar e incluso de pensar. Vagaba perdida por mi subconsciente.

Te llevaste las manos a la cabeza, con un gesto de desesperación.

-Lo siento.

-¿Por qué?

No entendías nada, absolutamente nada.

-Tengo miedo.

-¿Miedo? ¿Miedo de qué?

-De que un día ocurra algo en nuestras vidas, algo que nos aleje, que haga que nuestros caminos se separen, que tu conozcas a otra, que dejemos de querernos y simplemente que todo esto se acabe.

Te callaste.

-Para eso estamos juntos ¿no?

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que, si nos queremos, si queremos estar siempre el uno con el otro, ¿no tenemos que luchar, luchar por un futuro juntos?

Y sabía que tenía razón.

Me sentía estúpida por haber dejado de luchar tan solo por un instante.

-Merece la pena.

-¿Entonces, que estás haciendo?

Caminé hacia él, y cuando su cara estaba pegada a la mía susurré:

-Recordar lo mucho que me gusta besarte.