Apoyada contra la pared de la habitación con aire
despreocupado. Sé que ha veces parezco distante, y puede que sea así, me pierdo
entre mis propias agonías.
Tu hacia rato que descansabas en la cama, apoyado en la
almohada pero sin estar tumbado, escuchando una canción de Christina
Rosenvinge.
Mis dedos tamborileaban en la pared al ritmo de la música de
fondo.
Me pregunto cual sería la banda sonora de mi vida.
La luz estaba apagada, pero un suave rayo se colaba por la
ventana, a través de las cortinas, manchando tu cara de pequeñas motitas
brillantes.
Recorrí tu figura con la mirada, lentamente, permitiéndome reposar
los ojos en los lugares que más me gustaban, como tu cuello.
Creo que levantaste ligeramente la vista, supongo que
llevaba demasiado tiempo así, embobada.
-¿Qué es lo que te pasa?
No contesté.
-¿Vas a hablarme de una maldita vez?
Seguí callada, apoyada contra la pared con los ojos clavados
en los suyos.
En aquellos segundos dejé de respirar e incluso de pensar. Vagaba
perdida por mi subconsciente.
Te llevaste las manos a la cabeza, con un gesto de
desesperación.
-Lo siento.
-¿Por qué?
No entendías nada, absolutamente nada.
-Tengo miedo.
-¿Miedo? ¿Miedo de qué?
-De que un día ocurra algo en nuestras vidas, algo que nos
aleje, que haga que nuestros caminos se separen, que tu conozcas a otra, que
dejemos de querernos y simplemente que todo esto se acabe.
Te callaste.
-Para eso estamos juntos ¿no?
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que, si nos queremos, si queremos estar
siempre el uno con el otro, ¿no tenemos que luchar, luchar por un futuro
juntos?
Y sabía que tenía razón.
Me sentía estúpida por haber dejado de luchar tan solo por
un instante.
-Merece la pena.
-¿Entonces, que estás haciendo?
Caminé hacia él, y cuando su cara estaba pegada a la mía
susurré:
-Recordar lo mucho que me gusta besarte.
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