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jueves, 1 de agosto de 2013

En un Apocalipsis futuro.

Escondida en una casa en ruinas. Recuerdo como cada día de mi vida pasaba delante de estos escombros para ir al instituto, y jamás hubiera pensado que tendría que esconderme aquí por la llegada del Apocalipsis. Los zombies se han apoderado del centro de la ciudad, parecían tontos, pero nos están cortando los suministros poco a poco para que no podamos sobrevivir. Hace días que no como nada que no esté envasado o en latas, creo que me voy a volver loca. No sé nada de nadie, vi como aquellos seres apestosos sorbían los sesos de mi gente querida como si fuera la sopa de los viernes en casa de mi abuela. Tengo frío, está llegando el invierno y al final me moriré, ya sea por una emboscada de sus cuerpos inertes o de hambre e hipotermia. Ya está, no hay más. Me voy a morir de la forma que sea. He llorado durante muchos días, pero ya no tiene sentido, solo sirve para perder energías. Los zombies no pueden ver, solo escuchan y huelen el olor a putrefacción, algo que les atrae como a las moscas. Intento quitar el olor a gato muerto de aquí, pero es imposible. Llevo más de veinte frascos de colonia barata. Por las noches es imposible dormir, tengo tanto miedo que no puedo cerrar los ojos ni dos segundos. Escucho cosas que me imagino, pensando que vienen a sorberme a mi también los sesos. Todo sería más fácil si no estuviera sola, pero a pesar del tiempo que llevo aquí no he encontrado ninguna señal de vida. Llega un momento en el que estoy tan desesperada que saco la pistola y la aprieto contra mi frente. Podría abandonar y dejar que me devoraran sin dolor hasta quedar resumida a un montón de vísceras. O podría luchar por la gente que quiero, por aquellos que murieron aunque no lo merecían. Tengo el dedo en el gatillo, tembloroso, esperando a que mi cerebro decida una respuesta. Abro los ojos justo cuando estoy apunto de disparar cuando, a lo lejos, veo algo que reluce. El sol está escondiéndose y los pocos rayos que quedan inciden en algo reflectante. Dejo caer la pistola y corro, corro esperando encontrarlo todo y nada. El resplandor se hace un poco más brillante a medida que me acerco, está escondido entre un montón de chatarra. Comienzo a cavar como si de verdad fuera la última cosa que hiciera cuando entre tanto hierro noto algo suave. Algo que es un brazo, que va seguido de un torso, que va seguido de un cuerpo. Y una cara. Y un chico. Un chico que parecía muerto pero que aún, a pesar de todo respira. Y en vez de salvarle yo la vida me la a salvado él a mi.

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