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jueves, 29 de agosto de 2013

La chica del pelo rojo.

Ella simplemente era la chica del pelo rojo. Esa chica que nunca hablaba, que se sentaba sola a ver las puestas de sol. Que caminaba arrastrando recuerdos por la playa. Nadie sabía su nombre, de donde era o a donde quería ir. Pequeña, de piel tostada y labios color carmín. Todo el que la miraba recibía una sonrisa, a veces cómplice, a veces reconfortante. Vivía de lunas y no de días. Con ojos más negros que la propia oscuridad, que no sé ve, que no existe. Algunos dicen que esta chica vivía en la vieja casa de la playa, de tablas blancas pero descascarilladas. Otros dicen que era una leyenda, alguien abstracto que caminaba para salvar vidas, echadas a perder, con sonrisas. Miraba siempre al frente, nunca atrás, nunca hacia abajo. Una vez, pero solo una vez, se bañó en el mar, ese que tanto miraba al atardecer.
Que sus cabellos rojos se perdían con el agua tintada de azules y naranjas. Que desapareció bajo las olas que irrumpían con fuerza en la arenosa playa. El ronroneo del agua se fundió con una voz melodiosa, que parecía flotar en el aire, que entraba por las orejas para adormecer al cuerpo.
No sé si esa chica alguna vez salió del agua.

Pero en todos los atardeceres esta se vuelve de color rojo y una voz dulce canta canciones de amor.

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