Absurdo. Complicado. Dos palabras que podían significar todo
o nada. Asustada, sudorosa, con las manos aferradas a la tela del pantalón,
como quién se agarra a unas malas hierbas cayendo por un barranco. Deseaba
poder cortarse las manos de un tajo y parar aquel temblor que la hacía
vulnerable, más pequeña de lo que ya era. En lo más profundo de su corazón
deseaba encogerse, apretarse, rodearse las rodillas hasta desaparecer, pero por
fuera permanecía rígida como una estatua mirando a un punto fijo que en realidad
no significaba nada en absoluto. ¨Nada¨ retumbó en su cabeza ¨No eres nada¨.
Aquella maldita palabra martilleaba una y otra vez, obligándola a cerrar los
ojos con fuerza cada vez que notaba aquel dolor acercándose. Correr, podía
correr y no parar jamás, lejos a cualquier lugar, no la importaba ¨dónde¨, si no
¨estar lejos de¨ ¿De qué? ¿De ella? ¿De ellos? ¿De la voz? Preguntas sin
respuesta que se ensanchaban y se expandían en el continuo espacio de aquella
vida que parecía ralentizada, como a cámara lenta o por fotogramas que ella
podía ver desde una mohosa sala de proyección con un montón de palomitas
rancias esparcidas por su regazo, esperando lo inevitable y sin poder hacer más
que alargar la mano y toparse con lo mismo de siempre, nada. Lo ve, lo siente por sus dedos,
siente ese hormigueo, puede incluso percibir el olor a ceniza en el aire.
Esta vez la sala no está vacía, está llena de gente, de
personas sin rostro que no significaban nada hasta que estuvieron expuestas
gratuitamente a observar su vida, sus errores, como ella los veía y no podía
hacer más que gritar que no hiciera esto y aquello en vano. Se ríen, se
retuercen en sus asientos, engullen las palomitas ennegrecidas mientras yo me
levanto de mi asiento y las tiro contra la pantalla, tiro eso que se comen, eso
que a mí me repugna, y ellos ríen cada vez
más, de la película que estoy montando para ellos fuera y dentro de la
pantalla. Ya no sé qué es real y qué no, qué soy, que debería ser, que quieren
que sea. Me levanto, llena de ira, con la sangre bullendo por mis venas a ritmo
de tambores, de ejércitos, de rebeliones, de bombas, de gritos de guerra. No
quiero ser esto, no quiero ser nada, no quiero serlo todo. Atravieso los
asientos empujando a las personas que los ocupan sin cuidado, clavo las botas
con fuerza. Llego a la pantalla y veo mi cara a tamaño gigante deformada,
encogida en una mueca de horror que provoca más risas en la sala, que taponan
mis oídos. Ya está bien. Clavo mi puño en la pantalla, con fuerza, una y otra
vez sin parar ni un segundo. Jadeando, empiezo a dar también patadas en un
intento de romperla, de hacerla añicos con mi cara dentro entre píxele
s
disueltos. Saltan chispas y ya nadie tiene ganas de reír, ya no soy un peón más
en este juego. Se me llenan de lágrimas los ojos, nublándome la vista, lloro
sin vergüenza porque llorar no significa que seas vulnerable, significa que
tienes algo que te importa. Grito cosas incoherentes, palabras que no tienen
sentido las unas con las otras, empiezo a dar cabezazos intentando sofocar todo
eso que me hierve por dentro y así, como de la nada, empiezo a vomitar. A
vomitar mariposas muertas, chispas de color y luz, que se entrelazan entre el
tenue cine, margaritas marchitas, pétalos secos. Y todos danzan y se
entremezclan formando un torbellino de emociones y pequeñas partes de mí, que
se escapan de mi boca en menos de un parpadeo.
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