Máscaras que cubrían nuestra piel, como corazas pintadas de
un amanecer encima de la tierra reseca. El aire pesaba, se arremolinaba entre
nuestras faldas de volantes y nuestros trajes de etiqueta. Olor a jazmín por
todas partes, pero ninguna muestra de la blanca flor entre las ramas retorcidas
que se entrelazaban en lo alto de la noche. Un piano de fondo, que se perdía
con el murmullo del ulular de los búhos.
Giraba y giraba, daba miles de vueltas alrededor del rosal
medio marchito, que esparcía pétalos cada vez que el filo de mi tacón rozaba
los afilados pinchos. Respiraba entrecortadamente, apretada en un corsé de raso
blanco y cintas cruzadas por todas partes de color negro azabache. Mi cabello
sujeto con cientos de horquillas, temblando entre cabellos sueltos y a punto de
estallar. Bordes difuminados, una cara tapada por una máscara Veneciana de gato
altanero. Una sonrisa, unos ojos que chispean. Una mano que sujeta mi cintura,
fuerte y áspera, que de calor a través de la tela hasta la punta de mis pies. Sujeto
su mano enguantada temblorosa, con miedo. Él me mantiene firme, me lleva con el
vaivén de la música, ni muy rápido ni muy lento. Su cara se acerca y por un
instante veo luces blancas, noto como el susurro acompañado de la respiración
me cosquillea en la oreja. Asiento lentamente y recupero la vista clavada en
nuestros pies danzarines, que ahora flotan y se elevan en el aire. Volamos,
algo que parece imposible pero real en aquel momento extraño.
¨Aquí todo es real¨
¨Aquí no hay más peleas, ni gritos, ni cosas imposibles¨
¨Aquí todo lo que quieras se hace realidad¨
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