Apreté el mando de la cadena de música. Una melodía sonaba
en la radio, tan conocida que en otro momento me hubiera echado a reír. Me quité los zapatos y los calcetines, tirándolos
despreocupadamente por la alfombra. Miré mi silueta reflejada en el espejo.
Suspiré y me solté el pelo de la coleta, que ahora caía salvajemente sobre mi
espalda. La canción termino y una voz
dura y áspera anunció la siguiente. Sinceramente, me entraron ganas de echarme
a llorar, más de impotencia que de tristeza. Deseaba tanto volver al pasado que
daría mi alma al diablo. Pero la realidad era simple y dolorosa. Cerré los ojos
con fuerza, reprimiendo las lágrimas que mis ojos se negaban a apartar y bailé.
Bailé como no hacía en meses, en un año, para ser exactos. Y fue tan liberador
como volver a nacer. Mi cuerpo se movía perfectamente sincronizado con la
música, cada movimiento, cada paso, cada vuelta, aquello era más que una danza.
La adrenalina recorría mis venas a presión, obligándolas a trabajar más, a
llenarse de oxígeno. Yo jadeaba por el esfuerzo, e incluso notaba mis pulmones
arder, pero a pesar de lo que uno puede llegar a pensar que duele aquello, a mí
me hacía sentir completamente viva. No puedo explicarlo, pero siempre ha sido
así. Llevo tanto tiempo muerta que esto no tiene precio. Giré sobre mis
talones, alcé mis piernas, creé un arte con mis manos, brazos y piernas, algo
bello e irreal. Aquello era como estar entre el cielo y la tierra. Mi rodilla gritaba, gritaba de dolor por el
esfuerzo, acostumbrada al reposo, la
delicadeza. Pero yo me negué a parar. A pesar de que sabía que en un golpe en
falso iba a tener que someterme a una maldita operación, y quedarme medio inválida,
me dio igual. La canción acabó y con ella mi momento de liberación. Caí al
suelo, mi rodilla no me permitía retenerme en pie más tiempo. Ahí, tirada en el
frio suelo de mármol de mi habitación reí. Reí mientras lloraba. Mientras todas
aquellas veces que tuve que decir que no por aquella maldita parte de mi cuerpo
imperfecta salían fuera, como torrentes. La vecina se debió de pensar que
estaba loca, pero me puse a cantar a pleno pulmón, hipando por el sollozo, y
riendo entrecortadamente.
Y me sentí más viva que en todos mis 15 años.
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