Ya sabes a lo que me refiero.
Días en los que te fumas un cigarro, aspiras el aire
contaminado y notas tus pulmones arder, llenándose de más mierda que tus
problemas, algo nuevo, algo a lo que echarle las culpas. Beberte unas cuantas
botellas de alcohol hasta que notes sus efectos, como el líquido te abrasa el
estómago, como tu vista se nubla y deja de ver la maldita realidad. Te coges
unas cuantas pastillas, así, a puñados, y te las metes de golpe en la boca, sí,
como lo oyes. Vomitas tus preocupaciones, sacas todo lo malo fuera por una
noche. Lloras todo lo nunca llorado, te quedas más seco que una pasa y cuando
ya crees que no te queda más líquido en el cuerpo es cuando viene el becerreo y
los gritos, llamando a alguien que sabes que no va a venir.
Coger la maldita botella, ver tu reflejo deforme en ella
y mirarte como si fuera la primera vez.
¿Qué mierda es esta? repites una y otra vez ¿En qué mierda me he convertido?
Pero nadie te va a responder y tú lo sabes. Te tumbas en el frío asfalto, en
medio de ninguna parte y miras el cielo nocturno. Estrellas tintinean a lo
lejos, y tú deseas estar allí, con ellas, lejos del mundo, de la gente que te
rodea estando pero sin estar. Piensas en los días perdidos, reinventas su voz,
intentas convencerte a ti mismo de que las cosas irán bien, hasta que tus
parpados se cierran del cansancio, del peso del mundo sobre ti, y acabas sumiéndote
en un sueño profundo.
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