expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

martes, 29 de enero de 2013

Duras declaraciones (de amor)


Mirabas distraída tus pies descalzos en la fría madera. Te conocía tan bien que podía saber con solo mirar el destello de tus ojos que tenías dudas. Dudas de por qué te había llevado a aquella habitación a solas.

-Tengo que hablar contigo.- Dije sin más preámbulos.

-¿De qué?- Conseguiste susurrar, a pesar del fuerte temblor que invadía tus delicadas manos, siempre firmes hasta ese momento que agarraban la tela rosada con fuerza, estrujándola. Odiaba que no fueras capaz de mirarme a los ojos.

-Mírame.

-¿Qué?- levantaste la cabeza rápidamente, encontrándote con mis ojos azules, clavados en ti, algo que te provocó un ligero mareo que hizo que dieras un traspiés.

-Yo…

-Cállate.- Dije, con un tono de voz más áspero de lo que en realidad quería ser. Nada de aquello me estaba saliendo como pretendía. Puse una mano en mi negra cabellera, alborotándola, pensando cómo demonios decir lo que quería decirte, mientras tú mirabas al suelo de nuevo.

-Si solo me has llamado para darme órdenes me voy.- Dijiste malhumorada, tenías todo el derecho a  estarlo.

-No, espera… no te he llamado solo para eso.- Conseguí decir. Giraste sobre los talones, cruzando los brazos sobre el pecho, en una actitud de espera y una ligera mueca de exasperación. No sabía cómo decirlo, no tenía ni idea y las palabras se quedaban atrancadas como hojas afiladas en mi garganta.

Clavaste los ojos en mí. Algo ahí, en mi pecho empezó a dar martillazos, avisándome de que me iba a desplomar allí mismo si no hacía nada pronto. Di un paso al frente, asustándote ligeramente, sabía que a tus ojos yo no era más que alguien con quien guardar las distancias, pero ahora en este instante, era lo que menos quería que hubiera entre nosotros.

-Dios ¿no lo entiendes?- Dije, aguantando las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos, todo mi cuerpo era inestable y tembloroso, algo ajeno a mí.

-No, no lo entiendo.

-Te quiero, joder, te quiero.- Al fin las palabras salieron, de una forma que no me gustaba, pero yo siempre seria así, impredeciblemente seco hasta para mí mismo. Tus ojos verdosos se abrieron como platos, con la boca ligeramente entreabierta.

Acerqué, esta vez sin vacilación, mi cuerpo al tuyo, y cuando nuestras caras estuvieron tan pegadas que podía rozar mi nariz con la tuya, y tu respiración me atravesaba el alma lo susurré.

-Te he querido siempre.- Y me acerqué, posando mis labios en los tuyos. Primero sentí el contacto con ellos, algo que me hizo un ligero cosquilleo en el estómago, seguido de un golpeteo fuerte y rítmico en mi caja torácica. Te bese suavemente, temiendo que fueras a apartarte de un momento a otro para darme una bofetada. Pero no lo hiciste. Me devolviste el beso. Y no sé si fue la adrenalina, la felicidad o el momento en sí, pero te atraje hacia mí por la cadera hasta que nos enredamos en la alfombra, con la que había tropezado antes de caer besándonos de una manera que llevaba soñando hacía meses. Mis manos recorrían tu delicado cuerpo, las tuyas alborotaban de forma salvaje mi pelo. Bajaste una hasta el filo de mi camiseta, sacándomela por la cabeza, dejándome con el torso desnudo. Te miré a los ojos en ese momento y no me hizo falta que dijeras nada más. Tenías las pupilas tan dilatadas que tu iris esmeralda se había perdido. Nos besamos, aún con más énfasis, yo explorando por debajo de tu vestido, recorriendo tus pantorrillas, alborotando tu larga melena cobriza. Aquello era de locos.

 Nos apartamos antes de llegar a nada más. Jadeábamos, y no pude evitar echarme a reír.

-Dios…- Dije frotándome la sien, aquello no me parecía real.

- Yo también.- Dijiste mientras te recolocabas los pantis y el pelo alborotado.- Yo también te quiero.

-Sabes, no me había dado ni cuenta.- Esta vez la que rio fuiste tú, contagiándome.

-Jodido capullo.- Dijiste entre risas y lágrimas.- Eres un completo jodido capullo.

-Pero me quieres ¿eh?

-Claro que sí.- Posaste tu mano sobre mi nuca, atrayéndome hacia ti para darme un dulce beso en los labios. Me encantaba. Me encantaba aquella sensación y sin duda, todo lo que había imaginado o soñado, ni si quiera se parecían a aquello que sentía, en ese preciso instante.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario