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jueves, 5 de julio de 2012

Con decisión.


Pasos decididos. Mirada al frente. Sin miedo. Un, dos, tres pasos. Canturrea una canción al ritmo del taconeo. Pam, pam, pam, las agujas resuenan en el asfalto. Los pájaros se callan a su paso. La gente se aparta. La gente la mira. Su pelo se mueve por la brisa mañanera, delicado, fino, brillante. Sonríe. Sabe que nada puede con ella. La luz reflejada centellea en su bonito colgante de piedras preciosas. Su vestido color flúor alegra cualquier rincón de aquella acera. Su piel ligeramente bronceada resalta sus labios rosados. La sombra smoke aviva sus ojos. Su rostro muestra serenidad y madurez. Y entonces se para. Contempla a la gente. Contempla la vida. Y es que ya no la teme, porque sabe que puede enfrentarse a ella. Cambiarla.

Así que vuelve a andar, más decidida que antes, más feliz, más segura de si misma. La gente la admira más. La miran más.

Porque acaba de darse cuenta de una cosa tan simple como que ella es la única que puede decidir su destino.

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