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miércoles, 18 de julio de 2012

Respirar adrenalina.


Las luces aún estaban apagadas. Un silencio escalofriante rondaba por el local, ni siquiera escuchaba a algún ser vivo respirar. Los nervios se apoderaban de mi cada segundo que pasaba, aunque para mi eran años.

De pronto un foco me cegó por completo, seguido de una voz que me resultaba algo familiar, anunciaba el inicio del concierto y con un grito desgarrador decía:

-¡Y con todos ustedes…Rose!

Esas palabras que jamás pensé que fueran a ser aclamadas, esos aplausos que siempre soñé, gente conmocionada, gente gritando, gente saltando de la emoción, como mi corazón. Todo aquello era para alguien, y ese alguien era yo.

La gente guardó silencio, esperando que su gran estrella les cantase aquella canción que tanto habían deseado escuchar en directo, pero yo solo me quedé helada, parada y asustada. ¿Qué es lo que me pasa? ¿Nervios? No, es miedo. Miedo de fracasar, miedo a que me rechacen como tanta gente hizo, miedo a decepcionar a todos y cada uno de los seres que estaban delante de mi.

Pero no, no debo echarme atrás, si he llegado hasta aquí será por algo, y si no fuera así…al menos debía intentarlo.

Me acerqué lentamente al micrófono e hice la señal, la música empezó a sonar, y justo entonces le vi, era él. Había venido después de todo lo que le había dicho.

Ahora o nunca.

Las dulces palabras brotaron de mi garganta. No temblaba, no desafinaba, lo único que hacia era dejarme llevar.

Me permití abrir los ojos durante un segundo. Pude ver a todo el mundo sonriendo, con los brazos en alto, cantando y gritando.

Como si acabara de tomarme doscientos Red Bull, cogí el micrófono con un movimiento brusco y perfecto, me acerqué hasta el límite del escenario y canté lo más alto que pude. La adrenalina se apoderaba de mi cuerpo a cada grito, una enorme felicidad inundaba mi mente. No podía pensar, solo sentir.

Y entonces se terminó. La música cesó y la gente con ella. Tras un fuerte aplauso cargado de gritos y silbidos me dependí de aquel día, de aquella gente, que seguramente no vería nunca más, aunque me encantaría ir uno por uno dándoles las gracias por hacerme sentir viva otra vez.

Antes de coger mi bolso me permití mirarme una última vez en el espejo gigante del camerino. ¿Esta era yo? A pesar de haber sudado y haberme dejado la piel en el escenario seguía estando igual de resplandeciente que antes de todo eso. Ni un pelo parecía fuera de lugar, mi melena desenfadada seguía igual, mis labios rojos mas rojos aún, y mi precioso corsé en su sitio.

Me sentía un poco ¨cenicienta¨, eso sí, una versión mas rockera de ella.

-El taxi está en la puerta Rose.

-Vale, ya voy.

Cogí mi bolsa, me al eché al hombro y antes de cerrar la puerta susurre:

-Gracias.

Mis palabras se perdieron en aquella habitación, y con ellas mi antigua yo.



El viaje se hizo largo, pero Ru me dejó reposar la cabeza en su hombro, por eso no pude evitar dormirme la mitad del camino. Cuando llegamos eran las 6 de la mañana, estaba cansada, pero no tenia ganas de dormir, aun tenía la experiencia corriendo por mis venas.

De pronto como un flashback me vino la cara de Luca. ¿Qué le habría parecido el concierto? Quizás se fue antes de que terminara, porque no le vi después. Me sentía culpable después de todas las cosas que le confesé. En cierto modo era verdad, pero no debería haberlas dicho así.

El teléfono sonó, y para mi sorpresa el que llamaba no era otro que Luca Sellan.

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