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miércoles, 10 de abril de 2013

Cigarrillos de estrellas.


La joven salió con los ojos llenos de lágrimas de su casa. Rondaba el mes de agosto, pero ella tiritaba entre niños con polos de fresa. Subía una cuesta que la hacía mezclar sus saladas lágrimas con el dulce sudor. Con el dorso de la camiseta se limpió la comisura de la boca, llena de un rastro negruzco que surcaba sus mejillas también. El sol empezaba a ocultarse triste una vez más por no robarle un beso a la luna. Los pelos sueltos de su moño se enroscaban como caracolas en su nuca, haciéndola cosquillas. La chica seguía andando, andaba y andaba porque no le quedaba otra cosa que hacer.  Saco nerviosa un paquete de cigarrillos que había tomado prestado antes de salir. Con dedos temblorosos se lo metió entre los labios resecos, encendiéndolo con una pequeña llamita de un mechero que se encontró en una parada de autobús. Una sonrisa que agrietó aún más sus labios enmarcó su cara al recordar como regañaba a su abuelo cuando él hacia oes con el humo de su puro mientras ella jugaba con sus muñecas, diciéndole que fumar era algo muy muy malo según su madre.

Los rayos del sol dieron paso a las farolas, ella cansada, decidió sentarse en un banco de madera desnivelado porque la calle ahora iba cuesta abajo. Probó a hacer una o como su abuelo, pero no consiguió más que una bola deforme que se fue deshaciendo por el camino a las estrellas. Terminó de limpiarse el rostro cuando una figura deforme avanzaba a lo lejos por el lado contrario por el que había llegado la chica. Cerró los ojos, que ahora la escocían, apretando fuerte por la rabia acumulada.

Así estuvo unos minutos hasta que se calmó, inhalando y exhalando como en las clases de yoga a las que había ido gratis durante una semana. Noto un leve picorcillo en el hombro y al abrir los ojos dio un respingo que la hizo tirar su cigarrillo aún sin acabar. Un chico no más de veinte años la miraba detenidamente, sentado en el lado de más arriba. Una barra negra impedía que la inclinación de la calle le hiciera caer encima de la chica. Ella maldijo por lo bajo y pisó su cigarro marchito en la acera con enfado. Resopló enrojecida por la vergüenza y miró de reojo presa de la curiosidad. Aquel extraño chico seguía mirándola con ojos fijos, de un color casi negro. Apartó la mirada y miró al frente, aquel silencio la incomodaba incluso más que su presencia. Su mente la obligó a mirar de nuevo, a captar cada centímetro de piel de aquel muchacho. La farola iluminaba su piel tostada por el sol, más propia de california que de Inglaterra. Su nariz era fina pero redondeada en la punta, con unos labios finos y el pelo también tostado y aclarado por el sol. Llevaba una camisa y unos pantalones de traje. Podía notar como aquella ropa no estaba hecha para su cuerpo, no como seguramente las camisetas de tirantes y los bañadores con estampados hawaianos. Apartó la vista notando la clara evidencia de que había estado examinándolo de manera más meticulosa que él. Cansada de aquella situación se atrevió a hablar.

-¿Qué demonios quieres de mí?- Dijo más brusca de lo que pretendía. Se llevó una mano a la cara, apartando un mechón rebelde de su moño.

-Nada.- Contestó al tiempo que sonreía.-O todo.

La chica le miró perpleja sin saber que responder.

-Me estás poniendo nerviosa, para de mirarme así ¿es que no has visto una chica en tu vida?

-He visto muchas chicas, pero como tú ninguna.

-Si intentas algo conmigo lo llevas mal. A mí no se me conquista con cosas tan típicas.- Rezongó, cruzó los brazos sobre el pecho mientras arqueaba una ceja.

-Me refiero a que de todas las mujeres que he pintado, que son muchas, tu eres la que más bella me ha parecido, y eso que llevas la ropa puesta.- Dijo al tiempo que apartaba la vista al decir esto último en una voz algo más baja pero audible. Se llevó una mano al cuello, nervioso. Ella no pudo evitar su cara de asombro ni sus mejillas rojas de nuevo.

-Me has dado un buen susto, me debes un cigarrillo.- Dijo ignorando lo que había dicho.

-Vale, pero te propongo un trato.- La miró pícaro mientras se levantaba y se colocaba en el lado contrario a la barra, cayendo a causa de la gravedad justo al lado de la chica. Su cuerpo la oprimía contra la otra barra del banco.

-¿Cuál?- Preguntó aguantando la respiración a medida que acercaba su cara a la suya.

-Déjame darte un beso.-Soltó con los ojos entrecerrados.

-¡¿Qué?! ¿Y qué consigo con eso?

-Si no te gusta el beso te apartas y me das una bofetada si quieres. Además te comprare un paquete de cigarrillos.

Se lo pensó unos segundos hasta que volvió a hablar.

-¿Y qué pasa si me gusta?- Contestó titubeando.

-Que quedaras conmigo, te invitare a cenar y posarás para mí.

Parpadeó perpleja ante aquel atrevimiento y sin dar más tiempo a la chica acercó su rostro al suyo. Tan rápido fue que no la dio tiempo a cerrar los ojos cuando los labios del joven se posaban delicadamente en los suyos, como dos pétalos de rosa. Su cerebro procesaba cada segundo, diciéndola que debía parar. Pero su corazón latía a un ritmo inalcanzable ya y la incitaba a quedarse, a disfrutar del momento y dejarse llevar. Cerró los ojos con menos fuerza que antes, inundando su mente de una tranquila marea, enterrando las manos en el cabello del chico soleado, áspero en las puntas y suave en la raíz.

Él se apartó dejándola atontada en aquel banco ladeado. Sonrió porque había ganado la apuesta y se llevó una mano al bolsillo.

-Te llamare mañana.- Dice al tiempo que la presta un bolígrafo azul.- No me decepciones.

Y así, sin más que decir se levanta y camina hacia la negrura de la calle, que se va a pagando por la falta de farolas, que parpadean a su paso como sí una corriente eléctrica surcara la piel del muchacho tostado.

La chica se queda unos segundos en el banco aún perpleja hasta que, sin poder aguantar, rompe a reír ante aquel suceso tan extraño. Rió un largo rato hasta que sacó otro cigarrillo del bolsillo y se lo terminó mientras contemplaba, con una sonrisa de medio lado que no podía quitar, como las estrellas se iban apagando poco a poco y otras nuevas volvían a nacer.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Qué somos?


Quiero hablar de las personas.

Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman su cabeza al sol amarillo y frugal.

Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día lluvioso.

Las hay reconfortantes, como mares,  donde te gustaría perderte de vez en cuando y que nadie te encontrara.

Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en comparación con el cielo, este se queda pequeño.

Las hay inestables, como el color de las hojas según las estaciones.

Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la negrura, dándote luz.

Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.

Las hay locas, pero de las que aman locamente.

Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta invisible entre las nubes.

Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se riza entorno a tu cara.

Con esto me refiero a que las personas  no son un nombre, ni una altura o un peso, ni un género.

Las personas son las canciones que tiene grabadas en la cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca del mar.

Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.
 

 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cosas del destino.


Sentada en un mohoso asiento de autobús, mira por la ventana, absorta en sus pensamientos. Lleva los cascos con el máximo volumen, aislándose de todo el ruido de voces y risas que inundan el vehículo público. De vez en cuando algún bache la hace rebotar. Su asiento contiguo está ocupado por su mochila azul turquesa, llena de canciones que jamás cantará en voz alta. Las calles están vacías, la noche oscurece los callejones y la luna baña los rostros de los hombres misteriosos. Baja la vista hacia sus muñecas, aparta la tela de su abrigo y deja al descubierto pequeños cortes transversales que poco a poco se han ido curando. Baja la manga rápidamente y cierra los ojos, dejándose llevar por el movimiento continuo del autobús y la suave música. Alguien la toca el hombro y se sobresalta. Dispuesta a averiguar quién la ha interrumpido se quita los cascos y alza la vista. Se queda un momento embelesada mirando al chico que tiene delante, que la sonríe de medio lado mientras un mechón rubio le cae sobre la frente. Con una voz melodiosa la pregunta si puede sentarse a su lado. Ella asiente tímidamente, mientras aparta la mochila ruborizada. Intenta mirar hacia la ventana, pero no puede evitar mirar sus ojos verdes en el reflejo del cristal. Retuerce nerviosa los hilos sueltos de las costuras del pantalón. Sus miradas se cruzan en la ventana accidentalmente y aparta la vista, con las mejillas ardiendo. Un fuerte frenazo la hace caer hacia delante, junto a su mochila medio abierta. Sus partituras se esparcen por el suelo, ella se levanta rápidamente a recogerlas pero su compañero lo hace antes. Las recoge rápidamente y camina hacia el asiento de nuevo. Las mira durante un momento que a ella le parecen años, con sus ojos verdosos escrutando cada nota y cada palabra. Levanta la vista y sonríe, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos. Ella se retira un mechón oscuro detrás de la oreja, sonriendo tímidamente. Él la dice que su pasión también es la música y entablan una animada conversación. A cada palabra se siente más cómoda con él, le cuenta sus sueños y sus esperanzas, sus ganas de volar lejos de allí. Mira por la ventana y repara en que su parada es la siguiente. Una enorme tristeza la invade. Él lo nota y la pregunta la razón. Entonces la chica, ya sin miedos rebusca en su mochila y coge un bolígrafo. Coge el brazo del chico y apunta su número de teléfono, él se mira el brazo y sonríe, coge el bolígrafo y repite el proceso. Se levantan  cuando el autobús frena y se despiden con un abrazo. Al pisar el asfalto húmedo no puede evitar mirar hacia atrás, donde ha conocido a aquel chico maravilloso. Se miran unos segundos hasta que él acerca la boca al cristal y lo empaña con su aliento, entonces escribe algo en él que hace que a la chica le dé un vuelco al corazón. Acaricia el brazo pintado mientras recorre las calles vacías. Y es que no todos los días te dicen que hasta conocerte a ti no creían en el amor a primera vista.

martes, 26 de febrero de 2013

Mi mundo.


No es un lugar como los demás. Aquí el cielo es de colores según el día, por él revolotean bandadas de flamencos de plumas rosadas en el atardecer, cuervos negros con picos largos y afilados o sinsajos que silban en verano una dulce melodía. En una de las muchas ciudades el agua cubre la mayoría del espacio, excepto en una pequeña región antes llamada Central Park. Se hace llamar Mistyc City, donde la luz en la noche procede de farolas echas con magia de seres místicos, humanos con poderes sobrenaturales, capaces de curar heridas o viajar en el tiempo. Otra ciudad se divide en facciones: Verdad (los sinceros), Abnegación (los altruistas), Osadía (los valientes), Cordialidad (los pacíficos) y Erudición (los inteligentes). No conocen el mundo más allá de las vallas que recubren la zona, el gobierno se empeñó en mantenerlos ajenos al exterior  hace décadas. La región de Panem celebra unos juegos cada año a causa de una revelión, llamados Los Juegos del Hambre, donde doce chicos y chicas de diferentes distritos de la región combaten a muerte por ser el único ganador. En este mundo existen los seres mágicos. Los hijos de la noche, también conocidos como vampiros, merodean en la noche en busca de sangre fresca. Dicen que hay una academia llamada Medianoche, que los acoge y enseña a controlar su sed de sangre o a integrarse en el mundo moderno .Los lobos patrullan los frondosos bosques de pinos altos y puntiagudos hasta el verano, cuando se transforman y recuperan su forma humana antes de haber sido mordidos. Existen Hadas gobernadas por la mortífera reina Sheile, una mujer despiadada que se aprovecha del sentimiento humano. También hay ángeles caídos, que se esconden entre las callejuelas de las ruidosas ciudades, intentado olvidar el pasado y mirando al futuro. Magos y brujos hay montones, dicen que son los que mejores fiestas hacen, pero cuidado: si no te das cuenta pueden transformarte en una rata con algún mejunje del ponche. Las brujas son más reservadas, viven en las afueras en viejas casas de madera, donde preparan sus conjuros de sangre e invocan almas que merodean por la tierra. Si hay una tormenta es que están enfadadas. Cerca del bosque hay un gran lago, dicen que el ángel Raziel convirtió al primer cazador de sombras allí, dándole de beber en la copa mortal su sangre a un humano. Los cazadores de sombras son seres medio humanos medio fantásticos, que dibujan runas en su cuerpo para conseguir habilidades y así poder atrapar a todo ser de las profundidades que se atreva a irrumpir en la superficie. Alguna vez he visto fantasmas merodeando, la primera vez me asusté mucho, empiezas a sentir un frío que te cala los huesos, los cristales se empañan e incluso las paredes se congelan. Conocí a una chica que había muerto atragantada por un osito de gominola, otra murió porque su supuesta mejor amiga la traicionó y la tiró desde el vagón de una atracción (Sí, suena escabroso). A parte de todo esto también hay otra región que época gente visita, una niña entró una vez y nunca más salió. Lo llaman El País De Las Maravillas. A mí me parece un lugar más mágico que ninguno, allí hay setas gigantes, puedes tomar el té en el no cumpleaños del sombrerero loco, jugar al criquet con la reina de corazones o que un gusano morado gigante te dé un buen consejo. Dicen que hay inmortales, pero yo nunca he visto a ninguno, quizás no lo sepa porque son igual que todo el mundo, salvo que pueden viajar a Wonderland cuando quieran (un sitio entre el cielo y la tierra donde todo lo que quieras se puede hacer realidad), hacer aparecer en el plano terrestre lo que les apetezca y conseguir no envejecer nunca. Nunca he sabido si creer en el cielo y el infierno o no. Dicen que cuando naces ya estás destinado a un lugar u otro, que al morir un representante del lado correspondiente te recoge. Si vas al infierno tu fecha de muerte se graba en alguna parte de tu cuerpo y estás obligado a entrenarte en la lucha sin fin con el cielo. Un mito cuenta que a que poseen sangre de los dos lados, tanto cielo como infierno, les crecen alas del color de su alma: desde rojas, pasando por violetas, rubíes o azabaches. No me gusta mucho pensar en ello, al fin y al cabo yo voy a  seguir estando aquí, en mi ciudad. Donde el sol brilla amarillo y frugal. Donde se respira a limpio; donde las terrazas están llenas de rosas rojas, el color del amor eterno; donde la gente encuentra el material del que están hechos sus sueños; donde el agua irrumpe en la arena de la playa, acariciando tus pies cansados, curándote; donde en lo alto de la colina hay una casa vieja misteriosa, que chirria y da golpes con la puerta como si aún hubiera vida en ella; donde el internado más importante del mundo enseña a los alumnos a prepararse para llevar todo un planeta; donde el destino está escrito con tonta invisible entre las nubes y las estrellas; donde a veces encuentras cuadernos de un libro escondidos entre la corteza de un árbol; donde gente con enfermedades encuentra la esperanza donde no la había antes. Este lugar es mi mundo. Este mundo lo he creado yo, recogiendo pedacito a pedacito de lo que me rodea, de lo que me hace sentir viva. Porque a veces necesitas un buen golpe para sentir algo entre tanta oscuridad.
 

domingo, 24 de febrero de 2013

Al natural.


A veces me miro al espejo y me asusto. Ver mi reflejo demacrado y consumido me da ganas de romperlo, hasta que se convierta en polvo brillante como la purpurina. Hay chicas que se maquillan mucho, yo soy de las partidarias de ¨mejor sé tú misma¨. No digo que esté mal maquillarse de vez en cuando, para ocasiones especiales. Solamente digo que tarde o temprano tú novio te verá en una calurosa mañana de verano después haberte hecho el amor y descubrirá tu cara real debajo de tanta mierda. Me lo imagino llamando a la policía porque no sabe quién eres y me dan ganas de reír. Una mujer es guapa sin maquillar, y aún más maquillada. Yo me maquillo porque nunca he sido una persona segura de su aspecto, pero mi madre siempre me dice que soy más bonita sin tanto rímel. ¿Y el coñazo que es tener que pasarte una toallita por la cara a la una de la mañana, porque si no lo haces se te mete en los ojos y al día siguiente pareces una drogadicta con problemas de alcoholismo? A mí me da tanta pereza que hay veces que prefiero la segunda opción, llámame vaga.

jueves, 21 de febrero de 2013

Dulce lluvia.


Miraba absorta el haz de luz que se colaba entre la fina cortina de la ventana. La luz anaranjada proyectaba una línea hasta el otro lado de la habitación, hasta ser interrumpida por mi mano. Era cálida a pesar de ser finales de febrero, notaba un calorcillo agradable sobre mis frías y delicadas manos de pianista. Minúsculas motitas de polvo se retorcían en torno al foco luminoso, bailando y girando a su antojo. Noté de pronto un fuerte dolor en la espalda, llevaba tirada en el suelo con la columna apoyada en la pared descascarillada hacía horas, absorta en mis pensamientos. Miro al techo mientras cruzo las piernas, es tan blanco como la nieve, tan nuevo e intacto que no concuerda con la habitación. Hay varios muebles entre estas cuatro paredes, pero para mí está completamente vacío.

No sé porque me siento tan sola a veces. Puedo parecer egoísta, lo sé. Pero es que hay momentos en los que necesito alguien que me abrace, y es en esos momentos cuando no hay nadie ahí. Qué diablos, momentos en los que no estás tú. A veces eres frío conmigo y eso me duele. Me siento estúpida, insegura, que todo ha sido una broma y no me quieres en verdad. Pero cuando me miras y me sonríes las cosas cambian. Así de simple. Así de simple es cambiar mi vida en un segundo. Que me mires y me sonrías de tal forma que me siento bella, querida, que importo, que merece la pena sonreírme.

Me levanto y camino hacia la ventana. Ahora pequeñas chispitas caen, giro la manilla y abro  la ventana chirriante. Cierro los ojos e inspiro profundamente aquel olor atierra mojada, flores y canela. Algunas gotitas se estampan contra mi cuerpo, refrescándolo. Poco a poco los finos cabellos que me rozan la cara se rizan en torno a ella. Pongo un pie en la repisa, está más fría que el suelo de mármol al contacto con mis pies. Una ráfaga de aire levanta y agita un poco la falda de mi vestido rosa. Salto con los ojos cerrados hacia el suelo y me resbalo con el barro entre los arbustos. Noto como la masa fangosa se cuela entre mis dedos del pie, haciéndome cosquillas. Estoy llena de barro, pero no me importa. Me incorporo con cuidado y dejo que la lluvia, ahora más fuerte, empape mi cuerpo. Siento la tela pegarse a mi piel, como de mi pelo caen gotas de agua hasta mi espalda. Saco la lengua y dejo que algunas gotitas se cuelen por mi boca. Está dulce.  Sonrío para mí y hecho a andar hacia alguna parte.

jueves, 14 de febrero de 2013

San Mandarín.


Me apetece dormir contigo. No me refiero a hacer el amor. Simplemente acurrucarme a tu lado entre las mantas, enterrar la cara en el hueco de tu cuello, rodearte la cintura con mis brazos, juguetear con tus fríos pies. Respirar tu aroma y que se quede grabado en mi memoria, para cuando te vallas y me dejes sola ¿Es que acaso pido demasiado? Tengo mono de tu persona, de tu cuerpo, de tus fobias, de tus latidos, de tus caricias. Sentir en mi nuca tu respiración lenta y pausada, retorcer entre mis dedos tus cortos mechones de pelo. De besitos de mariposa. Será el aire, será que hoy es el día de los enamorados, no sé qué será que te echo de menos. Y puedo parecer obsesionada, pero es que soy adicta a tus labios. Y me pregunto qué harás sin mí en este día de febrero. Será que hoy la tarde está más roja, será que hoy las galletas me saben a pocas, no sé qué será que hoy te quiero tanto.