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domingo, 23 de diciembre de 2012

R.I.P


El cielo estaba despejado. No había nubes. Solamente una motita blanca en medio de un inmenso azul claro. Los rayos del sol me obligaban a poner la mano a modo de visera.

Ese día me había puesto un vestido color rosa palo en honor a la abuela, con los bordes en violeta, un lazo en la cintura y sin zapatos, como siempre.

No me recogí el pelo, prefería que el viento lo alborotara y jugara con él. Aquella sensación me encantaba.

Seguidamente saqué la manta y la extendí en el suelo, cubriéndola con todo tipo de frutas,panes y mermeladas.

La colina al oeste del viejo bosque de Glasgow era mi lugar favorito, donde el único ruido era el de los pequeños pajaritos que surcaban la zona o el silbido lejano del viento en épocas de otoño.

Descubrí este lugar con mi mejor amiga Alice, un día decidimos hacer una excursión por el bosque, por aquel entonces eramos unas niñas y solamente queríamos jugar, pero pasamos un largo rato en la colina, nada más verla supimos que ese iba a ser nuestro lugar secreto.

Al día siguiente hicimos una merienda, la misma manta de corazones de colores y los mismos platos de plástico.

Alice y yo empezamos a jugar con la comida, yo manchaba su nariz con mermelada de fresa y ella a la mía con la mantequilla. Acabamos tan manchadas que tuvimos que buscar un lago donde poder lavarnos la cara.

A pocos metros de la colina encontramos una especie de lagito, mas parecido a un charco grande formado por la lluvia, lo cual era imposible ya que en Glasgow nunca llovia a no ser que fuera una tormenta de verano, y estabamos en primavera.

Entonces la empujé a modo de broma.

Alice perdió el equilibrio y calló al agua.

Yo me reia estrepitosamente hasta que me di cuenta de que Alice no salía del agua.

Comencé a llamarla, preocupada, deseando que fuera una broma para devolverme el empujón.

Pero no fue así.

Alice se habia golpeado la cabeza con una roca y había muerto en el acto.

Mi mejor amiga murió por mi culpa.

-¿Alice te gusta la merienda que e preparado?

El viento removió una vez mas mi melena rubia, como si Alice estuviera ahí,conmigo.

-Lo siento.

Y sé que mis disculpas se las llevó el viento, deseando que ella, estuviera donde estuviera me escuchase.


lunes, 17 de diciembre de 2012

.


El corazón me latía con fuerza. Mi mente no podía creer lo que estaba viendo. Ahí estaba él. Pero no era solo él. Una tenue luz cálida recorría su silueta, como si estuviera hecho de oro.

Me miró fijamente, quizá esperando a  que yo le dijera algo. Me quedé totalmente paralizada.

De sus omoplatos empezaron a formarse unos pequeños bultos, como si algo ahí dentro necesitara salir a la superficie y respirar aire puro. La carne empezó a desgarrarse en cuestión de segundos, a él no parecía dolerle.

Y de pronto unas plumas salieron de su espalda. Unas alas gigantes, el triple de altas que él, blancas como la nieve y con pequeños destellos dorados.

-¿Qué demon…?- Se me quebró la voz antes de poder terminar la frase.

No podía creer que el chico al que ababa era un ángel.

Se acercó lentamente, con paso firme pero con delicadeza, procurando no asustarme.

No apartó los ojos ni un segundo de mí.

-Lo siento, Adeline.

Lo sentía de verdad, pude ver la culpa reflejada en sus ojos color esmeralda.

-No tienes que sentir nada, solamente abrázame.

Se abalanzó hacia mí. Hacía meses que no sentía el contacto de su piel, y aquel abrazo hizo que todos mis sentidos se despertaran de una bofetada.

Me envolvió entre sus hermosas alas, tapando la luz del sol y sustituyéndola por la suya propia, aquel brillo que emanaba de su propia piel.

-¿Puedo…?

Él asintió con una sonrisa en los labios.

Alargué el brazo y rocé aquellas plumas.

Eran como nubes de algodón de azúcar, suaves y delicadas.

Miré su rostro detenidamente y sin darme cuenta empecé a sonreír por lo que acababa de descubrir.

Era demasiado hermoso para ser real. Pero ahí estaba, protegiéndome y cuidándome desde hacía mucho más tiempo del que yo hubiera podido imaginar.

-Gracias Alan.

Una lágrima resbaló por mi mejilla, pero no de dolor, sino de alegría.

-Te quiero, siempre te quise, desde el día en que viniste al mundo.

-Te quiero, mi ángel de la guarda.

 

sábado, 24 de noviembre de 2012

Pesadillas.


El agua está fría, roza mi piel como cuchillas afiladas. Mis músculos están en una horrible tensión, como si se fueran a desgarra en milésimas de segundos. Noto que la masa de agua cada vez es más densa. Abro los ojos y no puedo ver nada. Una extraña sustancia fangosa ha sustituido el agua clara del lago. Ya no noto ese frio, sino corrientes de agua caliente. Cada vez pesa más y hay algo, fuera y dentro de mí, que me empuja hacia abajo. Intento subir a la superficie, pataleando,pero no consigo más que hacer que la masa sea mas espesa aún. Noto las burbujas que salen de mi nariz. Me estoy quedando sin aire. En cuestión de segundos el agua entra por mi boca y mi nariz, inundando mis pulmones de aquella asquerosa sustancia mezclada con barro y restos de algo que no quiero ni imaginar. Una fuerte presión en el pecho me incita a gritar. Pero no puedo. La presión se convierte en dolor, un dolor tan fuerte que me hace retorcerme espasmódicamente. Vuelvo a abrir los ojos, aquella cosa a cobrado vida propia, ahora es una monstruo asqueroso de lodo negro y repugnante. Ya no estoy en el lago, si no en una habitación minúscula atrapada por aquel ente siniestro y con hedor a podredumbre que me da arcadas. A pesar de que estoy atrapada en aquella cosa y no puedo ni respirar tan siquiera, giro la cabeza lentamente, esperando lo peor. El monstruo tenia ojos. Pero no unos ojos cualquiera: De un rojo escarlata, semejante a la sangre, una pupilas negras como la noche dilatadas y que se movían en círculos, como si me estuviera arrebatando el alma solo con mirarme. De repente el suelo de la minúscula habitación, que cada vez me parecía mas pequeña se abrió. Caí al vació, caí en una dimensión donde no había color, no había sonidos.
Silencio. Ni un grito, ni un latido, ni un pájaro.
Comencé a desesperarme, llegué a un punto en que debido a la ausencia de sonido, rellenaba el espacio vació con voces imaginarias de mi cabeza.
Era aterrador.


 

lunes, 15 de octubre de 2012

Confesiones 1#


Ha veces el mundo pierde su color.

Te despiertas aturdida en medio del césped. Lo que antes era tu hogar se convierte en un lugar desconocido para ti.

Recorres un viejo camino empedrado donde los yerbajos se enganchan a tus raídas medias grises. Una suave brisa fría te eriza los pelos de la nuca, pero tú sigues adelante.

Tras andar un largo trecho, donde el único paisaje que puede llegar a ver es una desolada explanada, llegas hasta lo que antes era tu casa.

Paredes que te han visto crecer. Es como si el tiempo lo hubiera envejecido todo.

Abres la puerta, tras quitar varias enredaderas que impedían el paso. No hay muebles.

La pintura de las paredes está descascarillada, amarillenta, llena de manchas debido a la humedad.

Lo que antes era el salón no es más que un cubículo si alma, sin vida.

Ni rastro de que algún ser vivo.

Subes las escaleras, algunas rotas, otras medio caídas.

Llegas a tu habitación. Primero te fijas en aquella torre eiffel que te regalaron por navidad. Está partida, dispersa por la alfombra. El armario, vacío; tu diario tirado sin ningún cuidado, con las páginas amarillentas, arrugadas, rotas; la cama, desnuda.

Entonces te fijas en una pluma mecida por el viento. Y tus ojos van a parar al espejo.

Un espejo roto.

Un espejo que te refleja a la perfección

Brazos huesudos.

Piel pálida.

Labios desquebrajados

Cortes.

Pelo canoso.

Ojeras.

Parece que e llorado. He llorado durante mucho tiempo.

Tanto que ni siquiera me di cuenta de que el mundo había perdido su color.
 

martes, 9 de octubre de 2012

Miedos.


Apoyada contra la pared de la habitación con aire despreocupado. Sé que ha veces parezco distante, y puede que sea así, me pierdo entre mis propias agonías.

Tu hacia rato que descansabas en la cama, apoyado en la almohada pero sin estar tumbado, escuchando una canción de Christina Rosenvinge.

Mis dedos tamborileaban en la pared al ritmo de la música de fondo.

Me pregunto cual sería la banda sonora de mi vida.

La luz estaba apagada, pero un suave rayo se colaba por la ventana, a través de las cortinas, manchando tu cara de pequeñas motitas brillantes.

Recorrí tu figura con la mirada, lentamente, permitiéndome reposar los ojos en los lugares que más me gustaban, como tu cuello.

Creo que levantaste ligeramente la vista, supongo que llevaba demasiado tiempo así, embobada.

-¿Qué es lo que te pasa?

No contesté.

-¿Vas a hablarme de una maldita vez?

Seguí callada, apoyada contra la pared con los ojos clavados en los suyos.

En aquellos segundos dejé de respirar e incluso de pensar. Vagaba perdida por mi subconsciente.

Te llevaste las manos a la cabeza, con un gesto de desesperación.

-Lo siento.

-¿Por qué?

No entendías nada, absolutamente nada.

-Tengo miedo.

-¿Miedo? ¿Miedo de qué?

-De que un día ocurra algo en nuestras vidas, algo que nos aleje, que haga que nuestros caminos se separen, que tu conozcas a otra, que dejemos de querernos y simplemente que todo esto se acabe.

Te callaste.

-Para eso estamos juntos ¿no?

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que, si nos queremos, si queremos estar siempre el uno con el otro, ¿no tenemos que luchar, luchar por un futuro juntos?

Y sabía que tenía razón.

Me sentía estúpida por haber dejado de luchar tan solo por un instante.

-Merece la pena.

-¿Entonces, que estás haciendo?

Caminé hacia él, y cuando su cara estaba pegada a la mía susurré:

-Recordar lo mucho que me gusta besarte.
 
 

martes, 7 de agosto de 2012

More than words.


El viento removía mi pelo. Todas las ventanas del coche estaban bajadas. Yo iba en el asiento del copiloto, con los pies encima del salpicadero, unas gafas Ray Ban de color amarillo chillón y cantando lo más fuerte que podía. Tú ibas conduciendo el coche, no cantabas, pero te reías de como desafinaba. Siempre era así.

La canción se acabó, abrí la guantera y busqué algún CD que poner. Cogí nuestro favorito, ese que está lleno de canciones que hemos bailado juntos mientras preparábamos un pastel, o que hemos disfrutado con nuestros amigos en los viajes en caravana.

Pero la primera canción era la más especial. Nuestra canción.

More tan words.

Me miraste durante un segundo. Sonreíste. Sonreí. Empecé a cantar. Puse el volumen lo más alto que pude. Y entonces empezaste a cantar conmigo. Aumentaste la velocidad.

Tu pelo se alborotaba con el viento, los cascabeles colgados resonaban. Yo empecé a dar golpecitos al ritmo de la canción. Tu los dabas en el volante sin perder la sonrisa ni la voz, pero atento a la carretera. Saqué la mano por la ventanilla y pude acariciar las hojas verdes de los arboles. Un montón de pájaros echaron a volar de ellos.

Y así nos fuimos tú y yo, con la puesta de sol hacia quien sabe donde, cantando juntos nuestra canción.
Saying I love you
Is not the words I want to hear from you
It's not that I want you
Not to say, but if you only knew
How easy it would be to show me how you feel
More than words is all you have to do to make it real
Then you wouldn't have to say that you love me
'Cause I'd already know

viernes, 3 de agosto de 2012

Despertar.


Desperté en medio del bosque. Había  anochecido y ni la tenue luz de la luna que se filtraba a través de los pequeños huecos de las hojas permitía verme a si misma. No tenía miedo. El bosque siempre había sido mi hogar. A pesar de no saber ni donde estaba, ni de cuanto tiempo había permanecido así, tirada en medio de aquel pequeño claro llena de barro mezclado con sangre, pegado por la piel. Una suave brisa me recordó que tenía que hacer algo. Cerré los ojos y como siempre, gracias a mi instinto pude oír el murmullo de un arrollo cerca. Torpemente conseguí llegar hasta él. Los árboles en esa zona dejaban un gran claro por donde la luz dejaba entrever mucho mejor. Me raspé los brazos con intención de limpiar aquella suciedad que me estaba empezando a dar arcadas. Entonces reparé en que tenia una herida en la sien. Se trataba de un zarpazo.

Entonces recordé porque estaba allí. Aquellas bestias salvajes me había atacado. Aquellas bestias creadas para matarme expresamente a mí.

Pero cuando estaba huyendo algo me golpeó. Pude notar mi cuerpo chocando contra alguien, y después caí al suelo dándome un irremediable  golpe en la cabeza, que me hizo desmayar.

Pero ¿Quién o qué me había salvado?

No recordaba más por mucho que quisiera. Solo el vago recuerdo de un olor bastante familiar a naturaleza. Como el de él.

Pero él no iba a volver.