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martes, 15 de enero de 2013

Días críticos.


Ya sabes a lo que me refiero.

Días en los que te fumas un cigarro, aspiras el aire contaminado y notas tus pulmones arder, llenándose de más mierda que tus problemas, algo nuevo, algo a lo que echarle las culpas. Beberte unas cuantas botellas de alcohol hasta que notes sus efectos, como el líquido te abrasa el estómago, como tu vista se nubla y deja de ver la maldita realidad. Te coges unas cuantas pastillas, así, a puñados, y te las metes de golpe en la boca, sí, como lo oyes. Vomitas tus preocupaciones, sacas todo lo malo fuera por una noche. Lloras todo lo nunca llorado, te quedas más seco que una pasa y cuando ya crees que no te queda más líquido en el cuerpo es cuando viene el becerreo y los gritos, llamando a alguien que sabes que no va a venir.

Coger la maldita botella, ver tu reflejo deforme en ella y  mirarte como si fuera la primera vez. ¿Qué mierda es esta? repites una y otra vez ¿En qué mierda me he convertido? Pero nadie te va a responder y tú lo sabes. Te tumbas en el frío asfalto, en medio de ninguna parte y miras el cielo nocturno. Estrellas tintinean a lo lejos, y tú deseas estar allí, con ellas, lejos del mundo, de la gente que te rodea estando pero sin estar. Piensas en los días perdidos, reinventas su voz, intentas convencerte a ti mismo de que las cosas irán bien, hasta que tus parpados se cierran del cansancio, del peso del mundo sobre ti, y acabas sumiéndote en un sueño profundo.
 
 

jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Infinito?


Estaba anocheciendo, pero me limite a seguir andando por aquel sendero que tantas veces recorrí. Podía sentir el frio suelo rozando mis pies descalzos, las hojas secas y el barro que indicaba mi proximidad al pequeño riachuelo. A medida que avanzaba los arboles tenían cada vez mas ramas retorcidas, gigantes y puntiagudas, daba la impresión de que gritaban de agonía. Los búhos ululaban en las ramas mas altas, el viento soplaba levemente, pero lo bastante como para arrastrar las pocas hojas que colgaban.

Llevaba bastantes minutos andando hasta que llegué por fin al pequeño riachuelo. En aquella zona los árboles eran menos, asique me tumbe en una roca grande cerca de la cascada y me tumbé a contemplar las estrellas.

 Tan pequeñas, tan distantes. Pequeñas motas doradas, destellos que tintinean a un ritmo desigual. Entonces recordé aquel día. El día en que todo acabó.

-Una, dos, tres, cuatro, cinco…

-¿Qué haces?

-Contar estrellas.

-Son millones, nunca conseguirás acabar.

-¿Alguna vez has pensado de verdad lo que significa el infinito?

-Bueno, infinito es algo que no tiene fin ¿No?

-Sí. Las estrellas son infinitas, el espacio es infinito, los números son infinitos.

-Hay personas que dicen que su amor es infinito. Eso es imposible.

-¿Eso es lo que crees? Yo creo que sí puede ser infinito. Amar a alguien en cada vida, seria divertido.

-¿Divertido? Yo no creo en esas cosas.

-Siempre hay algo en lo que creer. Dios, la magia, los ángeles, el amor o el infinito. Son cosas que están para creer en ellas.

-¿Por qué?

-Porque siempre te aferras a algo, algo que no tiene explicación para los demás, porque, sin saber por qué, crees en ello. El impulso de darle una explicación. Siempre tenemos preguntas, pero la mayoría sin respuesta.

-¿Y tú en que crees?

-Creo que deberíamos regresar a casa, esta anocheciendo y es peligroso andar por aquí.

-No quiero volver, me gustar estar aquí, contigo.

-En casa estarás mejor.

-Prométeme que vendrás conmigo mañana.

-Te lo prometo.

Y sin saber por qué aproxime mis labios a los suyos. Fue un beso rápido, pero cálido en aquel bosque frío. Sus labios tenían aún el azúcar de las galletas. Cuando me aparté aquellos ojos verde esmeralda me miraban fijamente. No parecía enfadado, parecía abatido, cansado, triste. Casi a punto de llorar. Noté cierto destello en sus ojos, y creí que la misma galaxia se encontraba sumida en aquella mirada.

No hablamos de regreso a casa. Ni fuimos al bosque otra vez. No volvió a hablarme más.

Empecé a llorar. No por pena, me sentía humillada. No le gustaba, pero ¿era razón para que me dejara así?

Entonces algo se oyó entre los arbustos. ¿Que podía hacer?

Me bajé despacio de la roca, haciendo el menor ruido posible. Me quedé parada, atenta, escuchando lo que aquello podía ser. Alguien salió de entre los árboles. Había anochecido y no podía ver su rostro, pero a medida que se acercaba pude reconocer unos ojos verdes. Pero no eran unos ojos verdes cualquiera, eran verde esmeralda. Esos ojos que tintineaban como las estrellas. Esos ojos que me habían enamorado.

-¿Qué haces aquí?

-Eso debería decirte yo, ¿sabes que hora es?

-No, tampoco tengo intención de regresar.

-Perdóname.

Aquellas palabras se quedaron flotando en el aire. ¿Qué le perdone? Si, había dicho que le perdonase.

-Luci…

-Solo dime ¿por qué desapareciste? ¿Por qué me dejaste sola todos estos años? No lo entiendo Cam.

-Por qué te quería, pero no era el momento de…de estar juntos.

-No te inventes cosas, solo tenias que decirme que no te gustaba como algo más que tu amiga.

-Te quiero como algo más que una amiga desde que te conocí.

-No te creo.

Y sin pensárselo dos veces, Cam me agarró del brazo, atrayéndome hacia él. Puso su mano en mi cuello y me besó. No como aquel beso inocente de aquella vez. Fue un beso más cálido que aquel. Como si deseara hacerlo hace mucho tiempo. Sus labios eran igual de dulces. Me dejé llevar. Él me agarro más fuerte por al cintura, besándome más apasionadamente que antes.

domingo, 23 de diciembre de 2012

R.I.P


El cielo estaba despejado. No había nubes. Solamente una motita blanca en medio de un inmenso azul claro. Los rayos del sol me obligaban a poner la mano a modo de visera.

Ese día me había puesto un vestido color rosa palo en honor a la abuela, con los bordes en violeta, un lazo en la cintura y sin zapatos, como siempre.

No me recogí el pelo, prefería que el viento lo alborotara y jugara con él. Aquella sensación me encantaba.

Seguidamente saqué la manta y la extendí en el suelo, cubriéndola con todo tipo de frutas,panes y mermeladas.

La colina al oeste del viejo bosque de Glasgow era mi lugar favorito, donde el único ruido era el de los pequeños pajaritos que surcaban la zona o el silbido lejano del viento en épocas de otoño.

Descubrí este lugar con mi mejor amiga Alice, un día decidimos hacer una excursión por el bosque, por aquel entonces eramos unas niñas y solamente queríamos jugar, pero pasamos un largo rato en la colina, nada más verla supimos que ese iba a ser nuestro lugar secreto.

Al día siguiente hicimos una merienda, la misma manta de corazones de colores y los mismos platos de plástico.

Alice y yo empezamos a jugar con la comida, yo manchaba su nariz con mermelada de fresa y ella a la mía con la mantequilla. Acabamos tan manchadas que tuvimos que buscar un lago donde poder lavarnos la cara.

A pocos metros de la colina encontramos una especie de lagito, mas parecido a un charco grande formado por la lluvia, lo cual era imposible ya que en Glasgow nunca llovia a no ser que fuera una tormenta de verano, y estabamos en primavera.

Entonces la empujé a modo de broma.

Alice perdió el equilibrio y calló al agua.

Yo me reia estrepitosamente hasta que me di cuenta de que Alice no salía del agua.

Comencé a llamarla, preocupada, deseando que fuera una broma para devolverme el empujón.

Pero no fue así.

Alice se habia golpeado la cabeza con una roca y había muerto en el acto.

Mi mejor amiga murió por mi culpa.

-¿Alice te gusta la merienda que e preparado?

El viento removió una vez mas mi melena rubia, como si Alice estuviera ahí,conmigo.

-Lo siento.

Y sé que mis disculpas se las llevó el viento, deseando que ella, estuviera donde estuviera me escuchase.


lunes, 17 de diciembre de 2012

.


El corazón me latía con fuerza. Mi mente no podía creer lo que estaba viendo. Ahí estaba él. Pero no era solo él. Una tenue luz cálida recorría su silueta, como si estuviera hecho de oro.

Me miró fijamente, quizá esperando a  que yo le dijera algo. Me quedé totalmente paralizada.

De sus omoplatos empezaron a formarse unos pequeños bultos, como si algo ahí dentro necesitara salir a la superficie y respirar aire puro. La carne empezó a desgarrarse en cuestión de segundos, a él no parecía dolerle.

Y de pronto unas plumas salieron de su espalda. Unas alas gigantes, el triple de altas que él, blancas como la nieve y con pequeños destellos dorados.

-¿Qué demon…?- Se me quebró la voz antes de poder terminar la frase.

No podía creer que el chico al que ababa era un ángel.

Se acercó lentamente, con paso firme pero con delicadeza, procurando no asustarme.

No apartó los ojos ni un segundo de mí.

-Lo siento, Adeline.

Lo sentía de verdad, pude ver la culpa reflejada en sus ojos color esmeralda.

-No tienes que sentir nada, solamente abrázame.

Se abalanzó hacia mí. Hacía meses que no sentía el contacto de su piel, y aquel abrazo hizo que todos mis sentidos se despertaran de una bofetada.

Me envolvió entre sus hermosas alas, tapando la luz del sol y sustituyéndola por la suya propia, aquel brillo que emanaba de su propia piel.

-¿Puedo…?

Él asintió con una sonrisa en los labios.

Alargué el brazo y rocé aquellas plumas.

Eran como nubes de algodón de azúcar, suaves y delicadas.

Miré su rostro detenidamente y sin darme cuenta empecé a sonreír por lo que acababa de descubrir.

Era demasiado hermoso para ser real. Pero ahí estaba, protegiéndome y cuidándome desde hacía mucho más tiempo del que yo hubiera podido imaginar.

-Gracias Alan.

Una lágrima resbaló por mi mejilla, pero no de dolor, sino de alegría.

-Te quiero, siempre te quise, desde el día en que viniste al mundo.

-Te quiero, mi ángel de la guarda.

 

sábado, 24 de noviembre de 2012

Pesadillas.


El agua está fría, roza mi piel como cuchillas afiladas. Mis músculos están en una horrible tensión, como si se fueran a desgarra en milésimas de segundos. Noto que la masa de agua cada vez es más densa. Abro los ojos y no puedo ver nada. Una extraña sustancia fangosa ha sustituido el agua clara del lago. Ya no noto ese frio, sino corrientes de agua caliente. Cada vez pesa más y hay algo, fuera y dentro de mí, que me empuja hacia abajo. Intento subir a la superficie, pataleando,pero no consigo más que hacer que la masa sea mas espesa aún. Noto las burbujas que salen de mi nariz. Me estoy quedando sin aire. En cuestión de segundos el agua entra por mi boca y mi nariz, inundando mis pulmones de aquella asquerosa sustancia mezclada con barro y restos de algo que no quiero ni imaginar. Una fuerte presión en el pecho me incita a gritar. Pero no puedo. La presión se convierte en dolor, un dolor tan fuerte que me hace retorcerme espasmódicamente. Vuelvo a abrir los ojos, aquella cosa a cobrado vida propia, ahora es una monstruo asqueroso de lodo negro y repugnante. Ya no estoy en el lago, si no en una habitación minúscula atrapada por aquel ente siniestro y con hedor a podredumbre que me da arcadas. A pesar de que estoy atrapada en aquella cosa y no puedo ni respirar tan siquiera, giro la cabeza lentamente, esperando lo peor. El monstruo tenia ojos. Pero no unos ojos cualquiera: De un rojo escarlata, semejante a la sangre, una pupilas negras como la noche dilatadas y que se movían en círculos, como si me estuviera arrebatando el alma solo con mirarme. De repente el suelo de la minúscula habitación, que cada vez me parecía mas pequeña se abrió. Caí al vació, caí en una dimensión donde no había color, no había sonidos.
Silencio. Ni un grito, ni un latido, ni un pájaro.
Comencé a desesperarme, llegué a un punto en que debido a la ausencia de sonido, rellenaba el espacio vació con voces imaginarias de mi cabeza.
Era aterrador.


 

lunes, 15 de octubre de 2012

Confesiones 1#


Ha veces el mundo pierde su color.

Te despiertas aturdida en medio del césped. Lo que antes era tu hogar se convierte en un lugar desconocido para ti.

Recorres un viejo camino empedrado donde los yerbajos se enganchan a tus raídas medias grises. Una suave brisa fría te eriza los pelos de la nuca, pero tú sigues adelante.

Tras andar un largo trecho, donde el único paisaje que puede llegar a ver es una desolada explanada, llegas hasta lo que antes era tu casa.

Paredes que te han visto crecer. Es como si el tiempo lo hubiera envejecido todo.

Abres la puerta, tras quitar varias enredaderas que impedían el paso. No hay muebles.

La pintura de las paredes está descascarillada, amarillenta, llena de manchas debido a la humedad.

Lo que antes era el salón no es más que un cubículo si alma, sin vida.

Ni rastro de que algún ser vivo.

Subes las escaleras, algunas rotas, otras medio caídas.

Llegas a tu habitación. Primero te fijas en aquella torre eiffel que te regalaron por navidad. Está partida, dispersa por la alfombra. El armario, vacío; tu diario tirado sin ningún cuidado, con las páginas amarillentas, arrugadas, rotas; la cama, desnuda.

Entonces te fijas en una pluma mecida por el viento. Y tus ojos van a parar al espejo.

Un espejo roto.

Un espejo que te refleja a la perfección

Brazos huesudos.

Piel pálida.

Labios desquebrajados

Cortes.

Pelo canoso.

Ojeras.

Parece que e llorado. He llorado durante mucho tiempo.

Tanto que ni siquiera me di cuenta de que el mundo había perdido su color.
 

martes, 9 de octubre de 2012

Miedos.


Apoyada contra la pared de la habitación con aire despreocupado. Sé que ha veces parezco distante, y puede que sea así, me pierdo entre mis propias agonías.

Tu hacia rato que descansabas en la cama, apoyado en la almohada pero sin estar tumbado, escuchando una canción de Christina Rosenvinge.

Mis dedos tamborileaban en la pared al ritmo de la música de fondo.

Me pregunto cual sería la banda sonora de mi vida.

La luz estaba apagada, pero un suave rayo se colaba por la ventana, a través de las cortinas, manchando tu cara de pequeñas motitas brillantes.

Recorrí tu figura con la mirada, lentamente, permitiéndome reposar los ojos en los lugares que más me gustaban, como tu cuello.

Creo que levantaste ligeramente la vista, supongo que llevaba demasiado tiempo así, embobada.

-¿Qué es lo que te pasa?

No contesté.

-¿Vas a hablarme de una maldita vez?

Seguí callada, apoyada contra la pared con los ojos clavados en los suyos.

En aquellos segundos dejé de respirar e incluso de pensar. Vagaba perdida por mi subconsciente.

Te llevaste las manos a la cabeza, con un gesto de desesperación.

-Lo siento.

-¿Por qué?

No entendías nada, absolutamente nada.

-Tengo miedo.

-¿Miedo? ¿Miedo de qué?

-De que un día ocurra algo en nuestras vidas, algo que nos aleje, que haga que nuestros caminos se separen, que tu conozcas a otra, que dejemos de querernos y simplemente que todo esto se acabe.

Te callaste.

-Para eso estamos juntos ¿no?

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que, si nos queremos, si queremos estar siempre el uno con el otro, ¿no tenemos que luchar, luchar por un futuro juntos?

Y sabía que tenía razón.

Me sentía estúpida por haber dejado de luchar tan solo por un instante.

-Merece la pena.

-¿Entonces, que estás haciendo?

Caminé hacia él, y cuando su cara estaba pegada a la mía susurré:

-Recordar lo mucho que me gusta besarte.