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jueves, 29 de agosto de 2013

La chica del pelo rojo.

Ella simplemente era la chica del pelo rojo. Esa chica que nunca hablaba, que se sentaba sola a ver las puestas de sol. Que caminaba arrastrando recuerdos por la playa. Nadie sabía su nombre, de donde era o a donde quería ir. Pequeña, de piel tostada y labios color carmín. Todo el que la miraba recibía una sonrisa, a veces cómplice, a veces reconfortante. Vivía de lunas y no de días. Con ojos más negros que la propia oscuridad, que no sé ve, que no existe. Algunos dicen que esta chica vivía en la vieja casa de la playa, de tablas blancas pero descascarilladas. Otros dicen que era una leyenda, alguien abstracto que caminaba para salvar vidas, echadas a perder, con sonrisas. Miraba siempre al frente, nunca atrás, nunca hacia abajo. Una vez, pero solo una vez, se bañó en el mar, ese que tanto miraba al atardecer.
Que sus cabellos rojos se perdían con el agua tintada de azules y naranjas. Que desapareció bajo las olas que irrumpían con fuerza en la arenosa playa. El ronroneo del agua se fundió con una voz melodiosa, que parecía flotar en el aire, que entraba por las orejas para adormecer al cuerpo.
No sé si esa chica alguna vez salió del agua.

Pero en todos los atardeceres esta se vuelve de color rojo y una voz dulce canta canciones de amor.

jueves, 1 de agosto de 2013

En un Apocalipsis futuro.

Escondida en una casa en ruinas. Recuerdo como cada día de mi vida pasaba delante de estos escombros para ir al instituto, y jamás hubiera pensado que tendría que esconderme aquí por la llegada del Apocalipsis. Los zombies se han apoderado del centro de la ciudad, parecían tontos, pero nos están cortando los suministros poco a poco para que no podamos sobrevivir. Hace días que no como nada que no esté envasado o en latas, creo que me voy a volver loca. No sé nada de nadie, vi como aquellos seres apestosos sorbían los sesos de mi gente querida como si fuera la sopa de los viernes en casa de mi abuela. Tengo frío, está llegando el invierno y al final me moriré, ya sea por una emboscada de sus cuerpos inertes o de hambre e hipotermia. Ya está, no hay más. Me voy a morir de la forma que sea. He llorado durante muchos días, pero ya no tiene sentido, solo sirve para perder energías. Los zombies no pueden ver, solo escuchan y huelen el olor a putrefacción, algo que les atrae como a las moscas. Intento quitar el olor a gato muerto de aquí, pero es imposible. Llevo más de veinte frascos de colonia barata. Por las noches es imposible dormir, tengo tanto miedo que no puedo cerrar los ojos ni dos segundos. Escucho cosas que me imagino, pensando que vienen a sorberme a mi también los sesos. Todo sería más fácil si no estuviera sola, pero a pesar del tiempo que llevo aquí no he encontrado ninguna señal de vida. Llega un momento en el que estoy tan desesperada que saco la pistola y la aprieto contra mi frente. Podría abandonar y dejar que me devoraran sin dolor hasta quedar resumida a un montón de vísceras. O podría luchar por la gente que quiero, por aquellos que murieron aunque no lo merecían. Tengo el dedo en el gatillo, tembloroso, esperando a que mi cerebro decida una respuesta. Abro los ojos justo cuando estoy apunto de disparar cuando, a lo lejos, veo algo que reluce. El sol está escondiéndose y los pocos rayos que quedan inciden en algo reflectante. Dejo caer la pistola y corro, corro esperando encontrarlo todo y nada. El resplandor se hace un poco más brillante a medida que me acerco, está escondido entre un montón de chatarra. Comienzo a cavar como si de verdad fuera la última cosa que hiciera cuando entre tanto hierro noto algo suave. Algo que es un brazo, que va seguido de un torso, que va seguido de un cuerpo. Y una cara. Y un chico. Un chico que parecía muerto pero que aún, a pesar de todo respira. Y en vez de salvarle yo la vida me la a salvado él a mi.

martes, 21 de mayo de 2013

La vida es sueño y los sueños, vida son.


Máscaras que cubrían nuestra piel, como corazas pintadas de un amanecer encima de la tierra reseca. El aire pesaba, se arremolinaba entre nuestras faldas de volantes y nuestros trajes de etiqueta. Olor a jazmín por todas partes, pero ninguna muestra de la blanca flor entre las ramas retorcidas que se entrelazaban en lo alto de la noche. Un piano de fondo, que se perdía con el murmullo del ulular de los búhos.

Giraba y giraba, daba miles de vueltas alrededor del rosal medio marchito, que esparcía pétalos cada vez que el filo de mi tacón rozaba los afilados pinchos. Respiraba entrecortadamente, apretada en un corsé de raso blanco y cintas cruzadas por todas partes de color negro azabache. Mi cabello sujeto con cientos de horquillas, temblando entre cabellos sueltos y a punto de estallar. Bordes difuminados, una cara tapada por una máscara Veneciana de gato altanero. Una sonrisa, unos ojos que chispean. Una mano que sujeta mi cintura, fuerte y áspera, que de calor a través de la tela hasta la punta de mis pies. Sujeto su mano enguantada temblorosa, con miedo. Él me mantiene firme, me lleva con el vaivén de la música, ni muy rápido ni muy lento. Su cara se acerca y por un instante veo luces blancas, noto como el susurro acompañado de la respiración me cosquillea en la oreja. Asiento lentamente y recupero la vista clavada en nuestros pies danzarines, que ahora flotan y se elevan en el aire. Volamos, algo que parece imposible pero real en aquel momento extraño.

¨Aquí todo es real¨

¨Aquí no hay más peleas, ni gritos, ni cosas imposibles¨

¨Aquí todo lo que quieras se hace realidad¨

domingo, 5 de mayo de 2013

El título que le quieras dar.


Gira la rueda que mueve los engranajes.

Gira la rueda contando hacia atrás.

La mía se paró hace ya, la tuya no para de girar.

Pensé que estaba estancada, Sin poder dejar de mirar

como tú seguías hacia delante,

Sin pararte ni una sola vez, ni una sola vez más.

Gira el reloj que ya no mide el tiempo

que mide la piel que recorro con mis dedos.

Que mide los besos que murieron en mis labios

y dejaron resecos y entreabiertos y marchitos.

Pedimos muchas veces de rodillas

que nos dejaran marchar

Lejos de todo, a cualquier lugar.

Pero las estrellas se apagaron entre tanta oscuridad,

porque todo lo que un día brilló

deja de brillar.

miércoles, 10 de abril de 2013

Cigarrillos de estrellas.


La joven salió con los ojos llenos de lágrimas de su casa. Rondaba el mes de agosto, pero ella tiritaba entre niños con polos de fresa. Subía una cuesta que la hacía mezclar sus saladas lágrimas con el dulce sudor. Con el dorso de la camiseta se limpió la comisura de la boca, llena de un rastro negruzco que surcaba sus mejillas también. El sol empezaba a ocultarse triste una vez más por no robarle un beso a la luna. Los pelos sueltos de su moño se enroscaban como caracolas en su nuca, haciéndola cosquillas. La chica seguía andando, andaba y andaba porque no le quedaba otra cosa que hacer.  Saco nerviosa un paquete de cigarrillos que había tomado prestado antes de salir. Con dedos temblorosos se lo metió entre los labios resecos, encendiéndolo con una pequeña llamita de un mechero que se encontró en una parada de autobús. Una sonrisa que agrietó aún más sus labios enmarcó su cara al recordar como regañaba a su abuelo cuando él hacia oes con el humo de su puro mientras ella jugaba con sus muñecas, diciéndole que fumar era algo muy muy malo según su madre.

Los rayos del sol dieron paso a las farolas, ella cansada, decidió sentarse en un banco de madera desnivelado porque la calle ahora iba cuesta abajo. Probó a hacer una o como su abuelo, pero no consiguió más que una bola deforme que se fue deshaciendo por el camino a las estrellas. Terminó de limpiarse el rostro cuando una figura deforme avanzaba a lo lejos por el lado contrario por el que había llegado la chica. Cerró los ojos, que ahora la escocían, apretando fuerte por la rabia acumulada.

Así estuvo unos minutos hasta que se calmó, inhalando y exhalando como en las clases de yoga a las que había ido gratis durante una semana. Noto un leve picorcillo en el hombro y al abrir los ojos dio un respingo que la hizo tirar su cigarrillo aún sin acabar. Un chico no más de veinte años la miraba detenidamente, sentado en el lado de más arriba. Una barra negra impedía que la inclinación de la calle le hiciera caer encima de la chica. Ella maldijo por lo bajo y pisó su cigarro marchito en la acera con enfado. Resopló enrojecida por la vergüenza y miró de reojo presa de la curiosidad. Aquel extraño chico seguía mirándola con ojos fijos, de un color casi negro. Apartó la mirada y miró al frente, aquel silencio la incomodaba incluso más que su presencia. Su mente la obligó a mirar de nuevo, a captar cada centímetro de piel de aquel muchacho. La farola iluminaba su piel tostada por el sol, más propia de california que de Inglaterra. Su nariz era fina pero redondeada en la punta, con unos labios finos y el pelo también tostado y aclarado por el sol. Llevaba una camisa y unos pantalones de traje. Podía notar como aquella ropa no estaba hecha para su cuerpo, no como seguramente las camisetas de tirantes y los bañadores con estampados hawaianos. Apartó la vista notando la clara evidencia de que había estado examinándolo de manera más meticulosa que él. Cansada de aquella situación se atrevió a hablar.

-¿Qué demonios quieres de mí?- Dijo más brusca de lo que pretendía. Se llevó una mano a la cara, apartando un mechón rebelde de su moño.

-Nada.- Contestó al tiempo que sonreía.-O todo.

La chica le miró perpleja sin saber que responder.

-Me estás poniendo nerviosa, para de mirarme así ¿es que no has visto una chica en tu vida?

-He visto muchas chicas, pero como tú ninguna.

-Si intentas algo conmigo lo llevas mal. A mí no se me conquista con cosas tan típicas.- Rezongó, cruzó los brazos sobre el pecho mientras arqueaba una ceja.

-Me refiero a que de todas las mujeres que he pintado, que son muchas, tu eres la que más bella me ha parecido, y eso que llevas la ropa puesta.- Dijo al tiempo que apartaba la vista al decir esto último en una voz algo más baja pero audible. Se llevó una mano al cuello, nervioso. Ella no pudo evitar su cara de asombro ni sus mejillas rojas de nuevo.

-Me has dado un buen susto, me debes un cigarrillo.- Dijo ignorando lo que había dicho.

-Vale, pero te propongo un trato.- La miró pícaro mientras se levantaba y se colocaba en el lado contrario a la barra, cayendo a causa de la gravedad justo al lado de la chica. Su cuerpo la oprimía contra la otra barra del banco.

-¿Cuál?- Preguntó aguantando la respiración a medida que acercaba su cara a la suya.

-Déjame darte un beso.-Soltó con los ojos entrecerrados.

-¡¿Qué?! ¿Y qué consigo con eso?

-Si no te gusta el beso te apartas y me das una bofetada si quieres. Además te comprare un paquete de cigarrillos.

Se lo pensó unos segundos hasta que volvió a hablar.

-¿Y qué pasa si me gusta?- Contestó titubeando.

-Que quedaras conmigo, te invitare a cenar y posarás para mí.

Parpadeó perpleja ante aquel atrevimiento y sin dar más tiempo a la chica acercó su rostro al suyo. Tan rápido fue que no la dio tiempo a cerrar los ojos cuando los labios del joven se posaban delicadamente en los suyos, como dos pétalos de rosa. Su cerebro procesaba cada segundo, diciéndola que debía parar. Pero su corazón latía a un ritmo inalcanzable ya y la incitaba a quedarse, a disfrutar del momento y dejarse llevar. Cerró los ojos con menos fuerza que antes, inundando su mente de una tranquila marea, enterrando las manos en el cabello del chico soleado, áspero en las puntas y suave en la raíz.

Él se apartó dejándola atontada en aquel banco ladeado. Sonrió porque había ganado la apuesta y se llevó una mano al bolsillo.

-Te llamare mañana.- Dice al tiempo que la presta un bolígrafo azul.- No me decepciones.

Y así, sin más que decir se levanta y camina hacia la negrura de la calle, que se va a pagando por la falta de farolas, que parpadean a su paso como sí una corriente eléctrica surcara la piel del muchacho tostado.

La chica se queda unos segundos en el banco aún perpleja hasta que, sin poder aguantar, rompe a reír ante aquel suceso tan extraño. Rió un largo rato hasta que sacó otro cigarrillo del bolsillo y se lo terminó mientras contemplaba, con una sonrisa de medio lado que no podía quitar, como las estrellas se iban apagando poco a poco y otras nuevas volvían a nacer.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Qué somos?


Quiero hablar de las personas.

Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman su cabeza al sol amarillo y frugal.

Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día lluvioso.

Las hay reconfortantes, como mares,  donde te gustaría perderte de vez en cuando y que nadie te encontrara.

Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en comparación con el cielo, este se queda pequeño.

Las hay inestables, como el color de las hojas según las estaciones.

Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la negrura, dándote luz.

Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.

Las hay locas, pero de las que aman locamente.

Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta invisible entre las nubes.

Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se riza entorno a tu cara.

Con esto me refiero a que las personas  no son un nombre, ni una altura o un peso, ni un género.

Las personas son las canciones que tiene grabadas en la cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca del mar.

Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.
 

 

domingo, 3 de marzo de 2013

Cosas del destino.


Sentada en un mohoso asiento de autobús, mira por la ventana, absorta en sus pensamientos. Lleva los cascos con el máximo volumen, aislándose de todo el ruido de voces y risas que inundan el vehículo público. De vez en cuando algún bache la hace rebotar. Su asiento contiguo está ocupado por su mochila azul turquesa, llena de canciones que jamás cantará en voz alta. Las calles están vacías, la noche oscurece los callejones y la luna baña los rostros de los hombres misteriosos. Baja la vista hacia sus muñecas, aparta la tela de su abrigo y deja al descubierto pequeños cortes transversales que poco a poco se han ido curando. Baja la manga rápidamente y cierra los ojos, dejándose llevar por el movimiento continuo del autobús y la suave música. Alguien la toca el hombro y se sobresalta. Dispuesta a averiguar quién la ha interrumpido se quita los cascos y alza la vista. Se queda un momento embelesada mirando al chico que tiene delante, que la sonríe de medio lado mientras un mechón rubio le cae sobre la frente. Con una voz melodiosa la pregunta si puede sentarse a su lado. Ella asiente tímidamente, mientras aparta la mochila ruborizada. Intenta mirar hacia la ventana, pero no puede evitar mirar sus ojos verdes en el reflejo del cristal. Retuerce nerviosa los hilos sueltos de las costuras del pantalón. Sus miradas se cruzan en la ventana accidentalmente y aparta la vista, con las mejillas ardiendo. Un fuerte frenazo la hace caer hacia delante, junto a su mochila medio abierta. Sus partituras se esparcen por el suelo, ella se levanta rápidamente a recogerlas pero su compañero lo hace antes. Las recoge rápidamente y camina hacia el asiento de nuevo. Las mira durante un momento que a ella le parecen años, con sus ojos verdosos escrutando cada nota y cada palabra. Levanta la vista y sonríe, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos. Ella se retira un mechón oscuro detrás de la oreja, sonriendo tímidamente. Él la dice que su pasión también es la música y entablan una animada conversación. A cada palabra se siente más cómoda con él, le cuenta sus sueños y sus esperanzas, sus ganas de volar lejos de allí. Mira por la ventana y repara en que su parada es la siguiente. Una enorme tristeza la invade. Él lo nota y la pregunta la razón. Entonces la chica, ya sin miedos rebusca en su mochila y coge un bolígrafo. Coge el brazo del chico y apunta su número de teléfono, él se mira el brazo y sonríe, coge el bolígrafo y repite el proceso. Se levantan  cuando el autobús frena y se despiden con un abrazo. Al pisar el asfalto húmedo no puede evitar mirar hacia atrás, donde ha conocido a aquel chico maravilloso. Se miran unos segundos hasta que él acerca la boca al cristal y lo empaña con su aliento, entonces escribe algo en él que hace que a la chica le dé un vuelco al corazón. Acaricia el brazo pintado mientras recorre las calles vacías. Y es que no todos los días te dicen que hasta conocerte a ti no creían en el amor a primera vista.