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jueves, 26 de septiembre de 2013

Demons.

Absurdo. Complicado. Dos palabras que podían significar todo o nada. Asustada, sudorosa, con las manos aferradas a la tela del pantalón, como quién se agarra a unas malas hierbas cayendo por un barranco. Deseaba poder cortarse las manos de un tajo y parar aquel temblor que la hacía vulnerable, más pequeña de lo que ya era. En lo más profundo de su corazón deseaba encogerse, apretarse, rodearse las rodillas hasta desaparecer, pero por fuera permanecía rígida como una estatua mirando a un punto fijo que en realidad no significaba nada en absoluto. ¨Nada¨ retumbó en su cabeza ¨No eres nada¨. Aquella maldita palabra martilleaba una y otra vez, obligándola a cerrar los ojos con fuerza cada vez que notaba aquel dolor acercándose. Correr, podía correr y no parar jamás, lejos a cualquier lugar, no la importaba ¨dónde¨, si no ¨estar lejos de¨ ¿De qué? ¿De ella? ¿De ellos? ¿De la voz? Preguntas sin respuesta que se ensanchaban y se expandían en el continuo espacio de aquella vida que parecía ralentizada, como a cámara lenta o por fotogramas que ella podía ver desde una mohosa sala de proyección con un montón de palomitas rancias esparcidas por su regazo, esperando lo inevitable y sin poder hacer más que alargar la mano y toparse con lo mismo de siempre, nada. Lo ve, lo siente por sus dedos, siente ese hormigueo, puede incluso percibir el olor a ceniza en el aire.


Esta vez la sala no está vacía, está llena de gente, de personas sin rostro que no significaban nada hasta que estuvieron expuestas gratuitamente a observar su vida, sus errores, como ella los veía y no podía hacer más que gritar que no hiciera esto y aquello en vano. Se ríen, se retuercen en sus asientos, engullen las palomitas ennegrecidas mientras yo me levanto de mi asiento y las tiro contra la pantalla, tiro eso que se comen, eso que a mí me repugna, y ellos ríen cada vez  más, de la película que estoy montando para ellos fuera y dentro de la pantalla. Ya no sé qué es real y qué no, qué soy, que debería ser, que quieren que sea. Me levanto, llena de ira, con la sangre bullendo por mis venas a ritmo de tambores, de ejércitos, de rebeliones, de bombas, de gritos de guerra. No quiero ser esto, no quiero ser nada, no quiero serlo todo. Atravieso los asientos empujando a las personas que los ocupan sin cuidado, clavo las botas con fuerza. Llego a la pantalla y veo mi cara a tamaño gigante deformada, encogida en una mueca de horror que provoca más risas en la sala, que taponan mis oídos. Ya está bien. Clavo mi puño en la pantalla, con fuerza, una y otra vez sin parar ni un segundo. Jadeando, empiezo a dar también patadas en un intento de romperla, de hacerla añicos con mi cara dentro entre píxele
s disueltos. Saltan chispas y ya nadie tiene ganas de reír, ya no soy un peón más en este juego. Se me llenan de lágrimas los ojos, nublándome la vista, lloro sin vergüenza porque llorar no significa que seas vulnerable, significa que tienes algo que te importa. Grito cosas incoherentes, palabras que no tienen sentido las unas con las otras, empiezo a dar cabezazos intentando sofocar todo eso que me hierve por dentro y así, como de la nada, empiezo a vomitar. A vomitar mariposas muertas, chispas de color y luz, que se entrelazan entre el tenue cine, margaritas marchitas, pétalos secos. Y todos danzan y se entremezclan formando un torbellino de emociones y pequeñas partes de mí, que se escapan de mi boca en menos de un parpadeo.

jueves, 29 de agosto de 2013

La chica del pelo rojo.

Ella simplemente era la chica del pelo rojo. Esa chica que nunca hablaba, que se sentaba sola a ver las puestas de sol. Que caminaba arrastrando recuerdos por la playa. Nadie sabía su nombre, de donde era o a donde quería ir. Pequeña, de piel tostada y labios color carmín. Todo el que la miraba recibía una sonrisa, a veces cómplice, a veces reconfortante. Vivía de lunas y no de días. Con ojos más negros que la propia oscuridad, que no sé ve, que no existe. Algunos dicen que esta chica vivía en la vieja casa de la playa, de tablas blancas pero descascarilladas. Otros dicen que era una leyenda, alguien abstracto que caminaba para salvar vidas, echadas a perder, con sonrisas. Miraba siempre al frente, nunca atrás, nunca hacia abajo. Una vez, pero solo una vez, se bañó en el mar, ese que tanto miraba al atardecer.
Que sus cabellos rojos se perdían con el agua tintada de azules y naranjas. Que desapareció bajo las olas que irrumpían con fuerza en la arenosa playa. El ronroneo del agua se fundió con una voz melodiosa, que parecía flotar en el aire, que entraba por las orejas para adormecer al cuerpo.
No sé si esa chica alguna vez salió del agua.

Pero en todos los atardeceres esta se vuelve de color rojo y una voz dulce canta canciones de amor.

jueves, 1 de agosto de 2013

En un Apocalipsis futuro.

Escondida en una casa en ruinas. Recuerdo como cada día de mi vida pasaba delante de estos escombros para ir al instituto, y jamás hubiera pensado que tendría que esconderme aquí por la llegada del Apocalipsis. Los zombies se han apoderado del centro de la ciudad, parecían tontos, pero nos están cortando los suministros poco a poco para que no podamos sobrevivir. Hace días que no como nada que no esté envasado o en latas, creo que me voy a volver loca. No sé nada de nadie, vi como aquellos seres apestosos sorbían los sesos de mi gente querida como si fuera la sopa de los viernes en casa de mi abuela. Tengo frío, está llegando el invierno y al final me moriré, ya sea por una emboscada de sus cuerpos inertes o de hambre e hipotermia. Ya está, no hay más. Me voy a morir de la forma que sea. He llorado durante muchos días, pero ya no tiene sentido, solo sirve para perder energías. Los zombies no pueden ver, solo escuchan y huelen el olor a putrefacción, algo que les atrae como a las moscas. Intento quitar el olor a gato muerto de aquí, pero es imposible. Llevo más de veinte frascos de colonia barata. Por las noches es imposible dormir, tengo tanto miedo que no puedo cerrar los ojos ni dos segundos. Escucho cosas que me imagino, pensando que vienen a sorberme a mi también los sesos. Todo sería más fácil si no estuviera sola, pero a pesar del tiempo que llevo aquí no he encontrado ninguna señal de vida. Llega un momento en el que estoy tan desesperada que saco la pistola y la aprieto contra mi frente. Podría abandonar y dejar que me devoraran sin dolor hasta quedar resumida a un montón de vísceras. O podría luchar por la gente que quiero, por aquellos que murieron aunque no lo merecían. Tengo el dedo en el gatillo, tembloroso, esperando a que mi cerebro decida una respuesta. Abro los ojos justo cuando estoy apunto de disparar cuando, a lo lejos, veo algo que reluce. El sol está escondiéndose y los pocos rayos que quedan inciden en algo reflectante. Dejo caer la pistola y corro, corro esperando encontrarlo todo y nada. El resplandor se hace un poco más brillante a medida que me acerco, está escondido entre un montón de chatarra. Comienzo a cavar como si de verdad fuera la última cosa que hiciera cuando entre tanto hierro noto algo suave. Algo que es un brazo, que va seguido de un torso, que va seguido de un cuerpo. Y una cara. Y un chico. Un chico que parecía muerto pero que aún, a pesar de todo respira. Y en vez de salvarle yo la vida me la a salvado él a mi.

martes, 21 de mayo de 2013

La vida es sueño y los sueños, vida son.


Máscaras que cubrían nuestra piel, como corazas pintadas de un amanecer encima de la tierra reseca. El aire pesaba, se arremolinaba entre nuestras faldas de volantes y nuestros trajes de etiqueta. Olor a jazmín por todas partes, pero ninguna muestra de la blanca flor entre las ramas retorcidas que se entrelazaban en lo alto de la noche. Un piano de fondo, que se perdía con el murmullo del ulular de los búhos.

Giraba y giraba, daba miles de vueltas alrededor del rosal medio marchito, que esparcía pétalos cada vez que el filo de mi tacón rozaba los afilados pinchos. Respiraba entrecortadamente, apretada en un corsé de raso blanco y cintas cruzadas por todas partes de color negro azabache. Mi cabello sujeto con cientos de horquillas, temblando entre cabellos sueltos y a punto de estallar. Bordes difuminados, una cara tapada por una máscara Veneciana de gato altanero. Una sonrisa, unos ojos que chispean. Una mano que sujeta mi cintura, fuerte y áspera, que de calor a través de la tela hasta la punta de mis pies. Sujeto su mano enguantada temblorosa, con miedo. Él me mantiene firme, me lleva con el vaivén de la música, ni muy rápido ni muy lento. Su cara se acerca y por un instante veo luces blancas, noto como el susurro acompañado de la respiración me cosquillea en la oreja. Asiento lentamente y recupero la vista clavada en nuestros pies danzarines, que ahora flotan y se elevan en el aire. Volamos, algo que parece imposible pero real en aquel momento extraño.

¨Aquí todo es real¨

¨Aquí no hay más peleas, ni gritos, ni cosas imposibles¨

¨Aquí todo lo que quieras se hace realidad¨

domingo, 5 de mayo de 2013

El título que le quieras dar.


Gira la rueda que mueve los engranajes.

Gira la rueda contando hacia atrás.

La mía se paró hace ya, la tuya no para de girar.

Pensé que estaba estancada, Sin poder dejar de mirar

como tú seguías hacia delante,

Sin pararte ni una sola vez, ni una sola vez más.

Gira el reloj que ya no mide el tiempo

que mide la piel que recorro con mis dedos.

Que mide los besos que murieron en mis labios

y dejaron resecos y entreabiertos y marchitos.

Pedimos muchas veces de rodillas

que nos dejaran marchar

Lejos de todo, a cualquier lugar.

Pero las estrellas se apagaron entre tanta oscuridad,

porque todo lo que un día brilló

deja de brillar.

miércoles, 10 de abril de 2013

Cigarrillos de estrellas.


La joven salió con los ojos llenos de lágrimas de su casa. Rondaba el mes de agosto, pero ella tiritaba entre niños con polos de fresa. Subía una cuesta que la hacía mezclar sus saladas lágrimas con el dulce sudor. Con el dorso de la camiseta se limpió la comisura de la boca, llena de un rastro negruzco que surcaba sus mejillas también. El sol empezaba a ocultarse triste una vez más por no robarle un beso a la luna. Los pelos sueltos de su moño se enroscaban como caracolas en su nuca, haciéndola cosquillas. La chica seguía andando, andaba y andaba porque no le quedaba otra cosa que hacer.  Saco nerviosa un paquete de cigarrillos que había tomado prestado antes de salir. Con dedos temblorosos se lo metió entre los labios resecos, encendiéndolo con una pequeña llamita de un mechero que se encontró en una parada de autobús. Una sonrisa que agrietó aún más sus labios enmarcó su cara al recordar como regañaba a su abuelo cuando él hacia oes con el humo de su puro mientras ella jugaba con sus muñecas, diciéndole que fumar era algo muy muy malo según su madre.

Los rayos del sol dieron paso a las farolas, ella cansada, decidió sentarse en un banco de madera desnivelado porque la calle ahora iba cuesta abajo. Probó a hacer una o como su abuelo, pero no consiguió más que una bola deforme que se fue deshaciendo por el camino a las estrellas. Terminó de limpiarse el rostro cuando una figura deforme avanzaba a lo lejos por el lado contrario por el que había llegado la chica. Cerró los ojos, que ahora la escocían, apretando fuerte por la rabia acumulada.

Así estuvo unos minutos hasta que se calmó, inhalando y exhalando como en las clases de yoga a las que había ido gratis durante una semana. Noto un leve picorcillo en el hombro y al abrir los ojos dio un respingo que la hizo tirar su cigarrillo aún sin acabar. Un chico no más de veinte años la miraba detenidamente, sentado en el lado de más arriba. Una barra negra impedía que la inclinación de la calle le hiciera caer encima de la chica. Ella maldijo por lo bajo y pisó su cigarro marchito en la acera con enfado. Resopló enrojecida por la vergüenza y miró de reojo presa de la curiosidad. Aquel extraño chico seguía mirándola con ojos fijos, de un color casi negro. Apartó la mirada y miró al frente, aquel silencio la incomodaba incluso más que su presencia. Su mente la obligó a mirar de nuevo, a captar cada centímetro de piel de aquel muchacho. La farola iluminaba su piel tostada por el sol, más propia de california que de Inglaterra. Su nariz era fina pero redondeada en la punta, con unos labios finos y el pelo también tostado y aclarado por el sol. Llevaba una camisa y unos pantalones de traje. Podía notar como aquella ropa no estaba hecha para su cuerpo, no como seguramente las camisetas de tirantes y los bañadores con estampados hawaianos. Apartó la vista notando la clara evidencia de que había estado examinándolo de manera más meticulosa que él. Cansada de aquella situación se atrevió a hablar.

-¿Qué demonios quieres de mí?- Dijo más brusca de lo que pretendía. Se llevó una mano a la cara, apartando un mechón rebelde de su moño.

-Nada.- Contestó al tiempo que sonreía.-O todo.

La chica le miró perpleja sin saber que responder.

-Me estás poniendo nerviosa, para de mirarme así ¿es que no has visto una chica en tu vida?

-He visto muchas chicas, pero como tú ninguna.

-Si intentas algo conmigo lo llevas mal. A mí no se me conquista con cosas tan típicas.- Rezongó, cruzó los brazos sobre el pecho mientras arqueaba una ceja.

-Me refiero a que de todas las mujeres que he pintado, que son muchas, tu eres la que más bella me ha parecido, y eso que llevas la ropa puesta.- Dijo al tiempo que apartaba la vista al decir esto último en una voz algo más baja pero audible. Se llevó una mano al cuello, nervioso. Ella no pudo evitar su cara de asombro ni sus mejillas rojas de nuevo.

-Me has dado un buen susto, me debes un cigarrillo.- Dijo ignorando lo que había dicho.

-Vale, pero te propongo un trato.- La miró pícaro mientras se levantaba y se colocaba en el lado contrario a la barra, cayendo a causa de la gravedad justo al lado de la chica. Su cuerpo la oprimía contra la otra barra del banco.

-¿Cuál?- Preguntó aguantando la respiración a medida que acercaba su cara a la suya.

-Déjame darte un beso.-Soltó con los ojos entrecerrados.

-¡¿Qué?! ¿Y qué consigo con eso?

-Si no te gusta el beso te apartas y me das una bofetada si quieres. Además te comprare un paquete de cigarrillos.

Se lo pensó unos segundos hasta que volvió a hablar.

-¿Y qué pasa si me gusta?- Contestó titubeando.

-Que quedaras conmigo, te invitare a cenar y posarás para mí.

Parpadeó perpleja ante aquel atrevimiento y sin dar más tiempo a la chica acercó su rostro al suyo. Tan rápido fue que no la dio tiempo a cerrar los ojos cuando los labios del joven se posaban delicadamente en los suyos, como dos pétalos de rosa. Su cerebro procesaba cada segundo, diciéndola que debía parar. Pero su corazón latía a un ritmo inalcanzable ya y la incitaba a quedarse, a disfrutar del momento y dejarse llevar. Cerró los ojos con menos fuerza que antes, inundando su mente de una tranquila marea, enterrando las manos en el cabello del chico soleado, áspero en las puntas y suave en la raíz.

Él se apartó dejándola atontada en aquel banco ladeado. Sonrió porque había ganado la apuesta y se llevó una mano al bolsillo.

-Te llamare mañana.- Dice al tiempo que la presta un bolígrafo azul.- No me decepciones.

Y así, sin más que decir se levanta y camina hacia la negrura de la calle, que se va a pagando por la falta de farolas, que parpadean a su paso como sí una corriente eléctrica surcara la piel del muchacho tostado.

La chica se queda unos segundos en el banco aún perpleja hasta que, sin poder aguantar, rompe a reír ante aquel suceso tan extraño. Rió un largo rato hasta que sacó otro cigarrillo del bolsillo y se lo terminó mientras contemplaba, con una sonrisa de medio lado que no podía quitar, como las estrellas se iban apagando poco a poco y otras nuevas volvían a nacer.

martes, 12 de marzo de 2013

¿Qué somos?


Quiero hablar de las personas.

Las hay temerosas, como las primeras florecillas que asoman su cabeza al sol amarillo y frugal.

Las hay generosas, de esas que te prestan un paraguas un día lluvioso.

Las hay reconfortantes, como mares,  donde te gustaría perderte de vez en cuando y que nadie te encontrara.

Las hay de un corazón tan grande tan grande, que en comparación con el cielo, este se queda pequeño.

Las hay inestables, como el color de las hojas según las estaciones.

Las hay brillantes, como las estrellas que parpadean en la negrura, dándote luz.

Las hay solitarias, como ese boli sin tinta que te mira desde la papelera, entre papeles y sin saber que escribir.

Las hay locas, pero de las que aman locamente.

Las hay inciertas, como el futuro escrito con tinta invisible entre las nubes.

Las hay diferentes, como ese pelo fuera de la coleta que se riza entorno a tu cara.

Con esto me refiero a que las personas  no son un nombre, ni una altura o un peso, ni un género.

Las personas son las canciones que tiene grabadas en la cabeza, sus libros favoritos, los desayunos de los sábados o la brisa fresca del mar.

Las personas no son de donde vienen, sino a donde van.